Licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Salamanca, Chechu Álava (Piedras Blancas, 1973) reside actualmente en París. Fue premiada en Luarca (1994) y empezó a exponer en 1995. Tiene un currículum demasiado largo como para hablar ahora de Avilés, Oviedo, Madrid, París, Miami, Chicago, Ámsterdam o San Francisco.

Hablé con ella aquella mañana de noviembre en Espacio Líquido. Una y otra vez miraba aquellas pinturas, grandes o pequeñas, siempre con la mujer como protagonista. Unas mujeres envueltas en cierta neblina pictórica, como surgidas de las brumas del pasado o del impreciso recuerdo. Mujeres vistas por una mujer artista de hoy. Sorprende que nada tienen que ver con las actrices de cine ni con las modelos de las pasarelas. Los retratos ofrecen una cabeza muy desproporcionada y un cuerpo en forma de V (hombros anchos, cadera estrecha, pies pequeños). Al poner la cabeza sobre esa V tenemos una especie de pirámide al revés, una peonza que baila, una pirámide con bola que invierte la posición de esos adornos arquitectónicos bien conocidos de Juan de Herrera. No son nada sexys, no lucen cuerpos de guitarra, no las vemos maquinando todo el día sobre un fin de semana y sexo en Nueva York. Como si los hombres fueran para ellas algo más que un desahogo, una historia para contar a las amigas el lunes. Y sin embargo, son mujeres de nuestro tiempo, han de serlo, aunque la pintora las perciba de manera muy distinta de como la mujer es tratada en la actual sociedad de consumo.

¿Cómo escoge Chechu Álava a estas mujeres? Se trata de mujeres notables, con vidas y capacidades sobresalientes en la reciente historia de Occidente. Mujeres transgresoras en cierto modo, mujeres cuyas vidas escapan a los cánones severos o moderados de la moral tradicional o tal vez políticamente correcta. Ahí está, tan digna e inocente, «Olympia», famosa prostituta de su tiempo, pintada en 1863 por el genial Manet, con un peligroso gato negro sobre fondo negro y flores blancas sobre fondo blanco, que porta la criada, también negra. ¿Recurre Chechu Álava a diccionarios biográficos feministas, recuerda lecturas de conocidas escritoras de nuestro país y nuestro tiempo? Como en el cuadro dedicado a Freud, Chechu Álava dice que se deja llevar por el inconsciente, aunque no cree en el psicoanálisis, o sea, en un método curativo de ciertas enfermedades mentales a través de la palabra, confesándose en el diván. De todas maneras, los espectadores tenemos que ir a buscar referencias de estas mujeres, para refrescar la memoria sobre quién fue Camille Claudel, Eva Hesse, Ana Pavlova o Sylvia Plath. Y después de hacer suyo del lema burgués revolucionario, de «Liberté, egalité, fraternité», resulta que Chechu Álava se topa con las Romanov y queda fascinada y las pinta una por una o en grupo. Las Romanov no fueron revolucionarias, sino víctimas de la revolución bolchevique en 1917, las cuatro hijas del último zar de Rusia, Nicolás II, nietas, a su vez, de la reina Victoria de Inglaterra.

Tal vez la clave está en el título de esta exposición. Las mujeres de Chechu Álava están unidas por el hilo de Ariadna, responden a ideas y sentimientos ancestrales y mitológicos. Van más allá de la actual liberación de la mujer en las sociedades de Occidente, y se remontan a millares de años atrás, pues la humanidad no estaría donde está sin una estrecha ayuda y colaboración entre hombres y mujeres. Ariadna, la Araña, ayuda a su hijo Teseo a salir del laberinto tras matar al Minotauro. A su vez, el Minotauro era un monstruo con cuernos que exigía la entrega anual de doncellas. Teseo liberó al pueblo de tan humillante y perniciosa sangría.

De modo que este título y estas mujeres de Chechu Álava nos dejan a nosotros, hombres y mujeres espectadores, en el diván del señor Freud. Nos dejan pensando qué hacemos unos con otros, cómo consideramos hoy los hombres a las mujeres y las mujeres a los hombres, cómo andamos en lo políticamente correcto, cómo educamos a nuestros hijos e hijas. De modo que Chechu Álava habla de la personalidad profunda de las mujeres de nuestro tiempo, ésas que saben quiénes son y dónde están; ésas que han superado la pelea, ésas que ya no consideran a los hombres como adversarios o enemigos.