Escritor e ilustrador, acaba de reeditar «Modotti»

Gijón, J. L. ARGÜELLES

La pasada noche de Reyes se cumplieron setenta años de la muerte de Tina Modotti. Era una mujer aún joven, pero su agitada vida (revolucionaria, actriz, fotógrafa, musa de unos cuantos genios...) recorre como un fuego algunos de los capítulos más convulsos del siglo XX, incluido algún pasaje asturiano. Un nueva edición -la cuarta- de «Modotti» (Sinsentido), el cómic en el que el escritor e ilustrador Ángel de la Calle (1958) se acerca a una figura tan atractiva como desconocida, está ya en la calle. Pronto saldrá, además, la traducción inglesa del que es ya un clásico del cómic español.

-¿Qué novedades podemos encontrar en esta reedición?

-Más páginas, con un epílogo en el que cuento mi visita a la tumba de Tina Modotti, en Ciudad de México, para llevarle este libro. El cuerpo de obra es el mismo, ya que no hay nuevos datos. No hablamos de una biografía típica, sino de una construcción narrativa.

-Han pasado nueve años desde la primera edición. ¿El personaje ha seguido creciendo en usted?

-Vuelvo al personaje; lo tendré que hacer dentro de dos semanas cuando esté presentando el libro en Francia o, posteriormente, en Alemania, encuentros en los que siempre hay personas, fotógrafos, que conocen muy bien a Tina, por una de cuyas fotos se pagó en su momento, en 1995, el precio más alto de la historia. Ahora bien, no es, sin embargo, una persona popular, pese a que fue una heroína de la Guerra Civil española. No olvidemos que es la mujer que está detrás de los niños que embarcan para huir de los bombardeos, la verdadera responsable del Socorro Rojo Internacional. A eso hay que añadir que protagonizó cuatro películas en Hollywood. Tiene una vida riquísima.

-¿Qué le llevó a fijarse en ella?

-Con quince años, me encontré con Tina mientras leía las memorias de Neruda, pero no le di importancia. Fue con el libro «Trotsky en México», de Olivia Gall, cuando me llamó la atención una frase: «¿Qué tuvieron que ver en el asesinato de Trotsky la misteriosa pareja formada por el agente de la Komintern Vittorio Vidali y la exótica aventurera Tina Modotti?». Me gustó lo de «exótica aventurera», así que investigué. Lo que había era una biografía llena de errores. Con el paso del tiempo lo que más me interesa es su personalidad como artista comprometida. Es una formalista, alumna de Edward Weston, pero introduce al ser humano en la fotografía, hay un compromiso con la gente. En los últimos diez años de su vida no cogió una cámara.

-¿Cuál es la explicación?

-Porque su compromiso era político, y en Moscú, en ese momento, le ofrecen hacer fotos de prensa o propaganda. Y ella no era una propagandista; lo mismo que no era una política, sino una activista. Su decisión artística siempre me pareció admirable.

-En Modotti confluyen muchas personalidades. Neruda la define certeramente, creo, como un «puñado de niebla». ¿Está de acuerdo?

-Sí, todo eso es lo que me resultó muy atractivo. Es alguien que viene de la nada, una emigrante en una fábrica textil de San Francisco a finales de la primera década del pasado siglo. No olvidemos que en el «Día internacional de la mujer» se conmemora que achicharraron a trabajadores textiles en una de esas fábricas. Ella es muy bella y la propietaria la sube a tienda para que haga de modelo, pero no se queda ahí. Conoce a artistas e intelectuales, y se forma, es una autodidacta. Se convierte en actriz y acaba en Hollywood. Tampoco le satisface; se casa con un poeta y después conoce a Weston, el padre de la fotografía estadounidense, y se va a México, donde trata a todo el mundo. Hablaba cuatro idiomas. Es quien presenta a Diego Rivera y Frida Kalho. Ésta se viste como sabemos porque vio antes a Tina, que se convierte en un ejemplo para las jóvenes comunistas.

-¿Qué afinidades y diferencias hay entre Kalho y Modotti?

-Son complementarias, por eso aparecen juntas en el famoso mural de Diego Rivera. Frida tenía un mundo muy interiorizado porque su cuerpo no le permitía otra posibilidad, mientras que Tina exteriorizaba su fuerza. Frida admiraba a Tina, pero la relación acabó en ruptura política cuando Diego Rivera es expulsado del PC. Modotti fue amante también del fundador del Partido Comunista cubano, que murió tiroteado en sus brazos. Vivió en todas las ciudades que marcaron el siglo XX: San Francisco, Los Ángeles, Ciudad de México, Berlín, Moscú, París, Madrid? No pudo entrar en Nueva York, y acabó muriendo en el único sitio al que no quería volver, Ciudad de México.

-En el título del libro la define como «una mujer del siglo XX»?

-«Hemos perdido el siglo», dijo García Márquez, y yo creo que tenía razón, desgraciadamente. Fue la primera mujer que se puso «blue jeans» en Ciudad de México. Sin embargo, ella siempre necesitaba ocultarse detrás de alguien. Dirige el Socorro Rojo, pero quien figura oficialmente es su compañero, Vidali. Quien tiene que viajar con dinero a Asturias en 1935 para socorrer a los represaliados de Octubre de 1934 es él, pero quien lo trae es Tina. Yo creo que busca el segundo plano para hacerse perdonar por el partido en el que milita y porque es una artista; además, ya ha estado delante de los focos. Su muerte real no ocurre en 1942, en un taxi, sino cuando Stalin y Hitler firman su pacto.

-¿Sus visitas a Asturias están documentadas?

-Intentó entrar en Asturias en octubre de 1934, pero la paran en la frontera y la devuelven a Francia. A finales del 34 logra llegar a Madrid, donde está ya Vidali preparando una especie de tropa de asalto para el PCE, lo que sería el germen del Quinto Regimiento. (Palmiro) Togliatti crea desde París una asociación, teóricamente abierta pero controlada por los comunistas, para gestionar el medio millón de dólares que se había recaudado con destino a ayuda a los represaliados del 34. El dinero tiene que traerlo a Asturias alguien, que debería ser Vidali, pero quién más veces viene es Tina. Su contacto es Concha Madera, una mujer excepcional que sobrevivió a la prisión y que estuvo en el frente.

-¿La vida tan accidentada de Modotti, tan entretejida con momentos históricos difíciles, nos ha hecho perder la perspectiva sobre su obra artística?

-Sí, absolutamente. Sus fotografías reflejan una época pero son intemporales por su enorme calidad. Una foto como «Mujer con bandera» es un símbolo. La imagen de la revolución en Latinoamérica es el póster del Che según la fotografía de Korda, pero antes lo había sido la foto de (Julio Antonio) Mella tomada por Tina. Y la «Mujer con bandera» ha sido utilizada por todo el mundo, desde los anarquistas hasta los socialistas, pasando por los comunistas. Es una imagen que conserva toda su fuerza. La obra de Modotti mezcla muy bien forma y convicciones humanas. Hay muchas historias; sólo hay que pensar que se compró su primera cámara vendiendo ejemplares del «Ulises» de Joyce en Estados Unidos, donde estaba prohibido. Tina Modotti es un mito, pero con muchas facetas. Cuando muere sale de la casa de Hannes Meyer, director de la Bauhaus; el texto de su lápida es de Neruda; Einsenstein coge el libro de fotos que Tina hizo en México para su trabajo... Hizo muchas cosas y está, sin embargo, en un segundo plano.

-En su libro utiliza la clave autobiográfica como recurso. ¿Por qué?

-Descubrí que era imposible hacer el libro si no contaba también esta parte de mí mismo. Yo no quería hacer una biografía, aunque en todo esto hay mucho de la «música del azar», que dice Auster. La clave autobiográfica me evita ofrecer la sensación de que estoy contando cosas del pasado remoto o una fantasía heroica. Mi libro sobre Tina Modotti es también una reflexión sobre la historia, que sigue viva. Hablamos de alguien cuyo compañero se casó posteriormente con la tía abuela de José María Castellet, o sea, no hablamos de algo remoto; nos encontramos ante una mujer que estuvo en la gijonesa plaza de San Miguel, que es donde estaban las oficinas del Socorro Rojo Internacional. Me parecía que había que contar todas estas cosas. Podía haber escrito una biografía -he escrito otras- o hacer un documental, pero quería que fuera un cómic.

-¿Por qué?

-Es el lenguaje más maravilloso del mundo, el que une la imagen con la palabra. Y por otra razón, porque me permitía dialogar, además, con el propio lenguaje del cómic, dejar claro que no es una historia del pasado, sino del presente. Me apetecía sacar Gijón, que no es una de las grandes ciudades del siglo XX, como las otras en las que estuvo, pero es una ciudad que tiene una calle con el nombre de Tina Modotti. Y también quería dibujar de una manera que pareciese que no estaba haciendo cómic. Asumí el riesgo de distanciarme tanto de un cierto realismo como de los lenguajes más conocidos del cómic.

-Optó por un dibujo muy característico y por utilizar el blanco y negro...

-Me gustan mucho los grabadores mexicanos de principios del siglo XX, empezando por (José) Guadalupe Posada. Y fueron, claro, una inspiración; cosas que no tienen mucho que ver con la tradición del cómic. Tenía tanto que contar... Al final, el problema fue qué quitar del libro.

-¿Cabe alguna sorpresa más con la biografía de Modotti?

-La única podría venir de los documentos del KGB sobre el asesinato de Mella, si algún día se desclasifican. Más allá de los detalles, no creo que haya cosas nuevas. Es evidente que murió de un ataque al corazón, a los 45 años, y que la posibilidad de que la hubieran matado es una fabulación.