Mitt Romney se ha impuesto en Florida defraudando las expectativas de quienes le consideraban poco conservador para dirigir el asalto republicano a Obama. Las inquietudes que surgieron sobre su candidatura apenas hace unos cuantos días, tras la dolorosa derrota ante Newt Gingrich en Carolina del Sur, se han disipado y el ex gobernador de Massachusetts enfila un camino mucho más allanado hacia el Supermartes del 6 de marzo. En el éxito no tiene una especial relevancia el tipo de discurso que maneja el candidato, que se mueve, como el de sus contendientes republicanos, en el estereotipo más espantoso, paródico incluso en cuanto a los lugares comunes de la ultraderecha. Lo fundamental es el dinero que anima propaganda y voluntades.

Los debates republicanos no son para tibios. La semana pasada en Jaksonville, Florida, Rick Santorum advirtió contra la amenaza del crecimiento del fundamentalismo islámico en Centroamérica y Sudamérica. Gingrich propugnó el envío de hasta siete vuelos al día a la Luna, donde, según él, la industria privada podría establecer una colonia, y reiteró que los palestinos son una invención de finales de los años setenta. Romney sostuvo que a los indocumentados no es necesario deportarlos, basta con hacerles la vida difícil para que acaben marchándose de Estados Unidos. Todo ello sazonado con las más variadas invectivas contra Barack Obama, que van desde su escasa cualificación para el puesto que ocupa hasta su lugar de nacimiento. Sin embargo, el mensaje que más se está haciendo notar en las primarias republicanas es el del dinero; de ahí viene el tono más insidioso. Nunca como en esta ocasión.

El millonario Romney se está llevando el gato al agua porque detrás de él se encuentran los Super Pacs (donantes) más activos. En 2010 un dictamen del Tribunal Supremo permitió contribuciones ilimitadas a las campañas electorales por parte de corporaciones y sindicatos. Los donantes pueden mantener el anonimato y su facilidad para amañar los resultados parece obvia. En poco más de un mes, desde que empezaron las elecciones republicanas, estas organizaciones de donantes informaron que habían invertido 40 millones de dólares en los candidatos, la cuarta parte del total que se empleó en las presidenciales de 2008, un año en que, a su vez, se duplicaron las cifras de 2004. La única objeción que pone la ley a esta rienda suelta del gasto es que los Super Pacs no pueden coordinarse o comunicarse con los candidatos, pero esto es fácilmente superable desde la propia organización de campaña.

En 1960 John F. Kennedy derrotó a su competidor demócrata Hubert Humphrey, que en vez de un avión privado, el famoso «Caroline», disponía de un autobús con un calentador roto para desplazarse de un lugar a otro del país durante la campaña. Humphrey había dedicado unos cientos de dólares ahorrados para la educación de su hija a costear el anuncio final de campaña mientras que los mejores publicistas de la avenida Madison bombardeaban incansablemente mensajes en favor del candidato Kennedy. Al final, Humphrey, aturdido por las promesas de su rival a los electores y por el peso de la maquinaria en contra, comparó su desigual lucha a la de una tienda de la esquina contra una cadena de supermercados. Desde entonces nunca se había visto nada parecido a lo que ocurre en la campaña republicana en cuanto a la intervención de los donantes particulares, protegidos, además, por el anonimato.

Una mayoría de americanos cree que si no se limita la contribución de los particulares a las campañas las sospechas de corrupción del sistema acabarán minando el crédito cada vez menor de los políticos.

No siempre el dinero actúa de manera determinante en el resultado de estas primarias republicanas, pero sí lo ha hecho en la mayoría de las ocasiones. Gary Younge contaba no hace mucho en «The Guardian» cómo Santorum se había gastado cerca de 74 centavos de dólar por votante en Iowa, donde se impuso por los pelos; mientras que el dinero invertido en Perry, que llegó cuarto, fueron 358 dólares. Los debates estereotipados, las posiciones políticas, las historias personales y la política al por menor juegan un papel, pero al final es el dinero el que gana. Hace dos meses el ascenso de Gingrich en Iowa se detuvo después de que el Super Pac de Romney invirtiese millones de dólares en propaganda para atacarlo. La ventaja inicial de este último en Carolina del Sur se frustró de la misma forma cuando los donantes de Gingrich inyectaron varios millones de dólares para auparlo. En Florida, el dinero en juego volvió a ser el mensaje decisivo.