Gijón, J. L. ARGÜELLES

Es uno de los grandes actores del teatro español, responsable de varias actuaciones memorables, de Pujol a Pla, pasando por Dalí. Licenciado en Arte Dramático, Premio Nacional de Teatro, Ramón Fontseré (Barcelona, 1956) vuelve al gijonés teatro Jovellanos el viernes y sábado próximos para encarnar el don José de «El Nacional», con el que ya triunfó en 1993 al frente de «Els Joglars». La compañía catalana que dirige Albert Boadella ha recuperado esta obra, sátira del derroche y la megalomanía de los tiempos, para celebrar su más de medio siglo de trayectoria.

-¿Por qué la elección de «El Nacional»?

-Hicimos un espectáculo específico para celebrar nuestro cincuenta aniversario, pero hemos repuesto también «El Nacional» porque es más actual que en 1993, cuando lo montamos a raíz de una crisis que hubo tras las Olimpiadas. Es de una rabiosa actualidad y marcó un hito para nuestra compañía. Es un resumen de lo que es «Els Joglars», de nuestro sello teatral. El espectáculo tiene todos los ingredientes de nuestra marca: austero pero funcional y abierto al lucimiento del actor; hay poesía, música en directo, ironía, mala uva, una iluminación fantástica...

-La obra plantea, y así lo subraya también Albert Boadella, un regreso a la rebeldía que está en el origen del teatro. ¿Hay demasiada complacencia en nuestros escenarios?

-Siempre hemos dicho que nos encontrábamos un poco solos en esa rebeldía, en el enfrentamiento con el poder. No quiero decir que no haya grupos que tienen esa misma actitud, pero quizá sin nuestro desparpajo y el riesgo que asumimos. Creo que aún somos la compañía que sigue arremetiendo contra el poder, que es una de las razones que justifican el teatro a lo largo de los siglos. Somos los descendientes de los Aristófanes, de los Molière, de esos grandes maestros que, en distintas épocas, hicieron lo que nosotros: mirar alrededor y criticar lo que estaba mal.

-Generalizar es siempre peligroso, pero ¿el teatro ha entrado también en esa esfera de la banalización de la cultura que denuncian intelectuales como Vargas Llosa?

-Seguramente es así, aunque depende de las épocas, y, ahora, estamos en una que persigue el éxito rápido. Quizás en los años de juventud de Boadella el enemigo estaba más claro, mientras que ahora es como una hidra. En este sentido, nuestro camino ha sido siempre claro: criticar lo que nos parecía mal. A veces, hemos tenido un apoyo muy importante de la sociedad y otras, no.

-El personaje que usted encarna en «El Nacional» tiene un parlamento en el que habla de una farándula elitista, petulante y sumisa que degrada al gremio.

-Sí, porque un arte que nació encima de unas tablas se ha convertido, en ocasiones, en algo que raya con el divismo; personas que se creen semidioses por subir a un escenario, cuando no es para tanto. En realidad somos bufones, «rigolettos», ése es nuestro oficio.

-¿Esa autocrítica que no es frecuente en ninguna profesión, y menos en aquellas en las que se cultivan los rasgos de divismo, ha sido mal tomada?

-Usted sabe que en los estrenos siempre hay políticos que vienen a cumplir con su papelito. También suelen acudir actores. Y recuerdo que todos, con «El Nacional», aplaudían a rabiar, como quien muestra una solidaridad con lo que plantea Don José pero escurriendo el bulto. «El Nacional», además de seguir el argumento exacto de «Rigoletto», la obra de Verdi, también es una crítica profunda al mundo de los actores y a algunas políticas culturales. Don José es un Quijote que arremete contra la vanidad, contra ese endiosamiento del que hablamos, contra el poder de los políticos que hacen esos montajes faraónicos para acoger un arte que empezó con un tío encima de una caja, alumbrado por una vela.

-¿Qué dificultades le ha planteado el personaje de Don José?

-Acababa de hacer «Yo tengo un tío en América» y pasé a este Don José, un viejo sabio y un poco pirado, encerrado en un teatro, que lucha contra las adversidades. Al principio yo no veía la salida del túnel, pero suele producirse un destello al que conviene agarrarse. Cuando tenemos que hacer un personaje nuevo, siempre investigamos, nos rodeamos de libros, un poco como Simenon. Bueno, yo, en el caso de Don José, leí con más asiduidad a Josep Pla, el prosista más grande en catalán del siglo pasado. Era alguien escéptico pero positivo, sabio y socarrón, que refunfuñaba. Y, curiosamente, «Joglars» hizo al cabo de unos años el Pla («Dr. Floit & Mr. Pla», 1997). Esa lectura fue un poco el principio que me ayudó a afrontar el Don José, uno de los personajes más entrañables y vitales que he hecho. Es un tipo magnífico para estos tiempos que corren.

-Antes hablábamos de la larga andadura de «Els Joglars». ¿Qué ha significado el trabajo de Boadella para el teatro español?

-Es un dramaturgo único, con 43 obras originales. No creo que haya otro en España con un repertorio tan amplio, variado y con tanta aceptación por parte del público. Es, a nuestro tiempo, como Molière y su compañía al suyo: el que escribe, decide el espacio escénico, la música, la iluminación... Toca todos los palos del teatro. Empezó muy joven, a los 18 años, y estudió en Francia. Desde aquel secarral que era España a principio de los años sesenta ha ido transmitiendo una idea del teatro, arriesgada. La historia de «Els Joglars», con más de medio siglo de existencia, es algo excepcional. Tiene un mérito enorme, y más en este país. Si hubiera sido en Francia, es algo que ya estaría protegido.

-Usted lleva casi 30 años como actor de «Els Joglars». ¿En qué ha cambiado la compañía en este tiempo?

-Sí ha cambiado, sobre todo porque éramos jóvenes. Creíamos que podíamos con todo. A medida que vas envejeciendo y conociendo el oficio, te das cuenta de que vales menos; es algo paradójico. Éramos más ágiles, pero, a cambio, tenemos mucha más experiencia. Ahora te das más cuenta de las dificultades, de los peligros, y eres más consciente. Sí, hay cosas que han cambiado. Un ejemplo son las giras: son más cómodas pero se ha perdido la relación con la gente, que era algo fantástico.