Vigo, J. A. OTERO RICART

Unamuno lo definió como «filósofo celta», y Ortega y Gasset habló de él como «la más pura y elegante inteligencia de España». Los elogios a Julio Camba de tan destacados pensadores podrían parecer exagerados, pues a fin de cuentas el escritor gallego no hizo otra cosa a lo largo de su vida que escribir crónicas y artículos periodísticos. Pero bajo esa apariencia de superficialidad, gracias a su mirada crítica, a su humor chispeante y a su capacidad de síntesis, conseguía convertir un breve artículo en todo un tratado filosófico. Fue, además, un adelantado de la globalización, al acercar a los españoles la cultura y las costumbres de otros países.

Su afán viajero durante la juventud y la madurez contrasta con los últimos años de su vida, que pasó en soledad en una habitación del hotel Palace de Madrid, del que fue huésped fijo desde abril de 1954 hasta su muerte, el 28 de febrero de 1962. Esos años finales de su vida contribuyeron a extender el halo de misterio que siempre rodeó a su figura. Anarquista en su adolescencia, criticó con dureza la República -«La República nos quitó la ilusión de la República»- y en la Guerra Civil simpatizó con el franquismo. Con fama de individualista, de no preocuparse de nada ni de nadie, supo ganarse sin embargo el cariño de los lectores por la brillantez de sus escritos y por el humor inteligente de su pluma.

Julio Camba nació en Villanueva de Arosa, en la provincia de Pontevedra, el 16 de diciembre de 1882, en el seno de una familia de clase media. Cuando apenas contaba trece años se escapó de casa y embarcó como polizón en un barco que se dirigía a Argentina. Tras una agitada estancia en el país americano, de donde fue expulsado por revolucionario, Camba regresó a España y se instaló en Madrid en 1903.

Siendo todavía muy joven, comenzó a colaborar en la prensa más radical y fundó incluso su propia revista anarquista: «El Rebelde». En seguida se convirtió en un periodista famoso en la capital, y poco después ejerció como corresponsal en el extranjero. Sus crónicas desde Estambul, París, Londres, Berlín o Estados Unidos son un ejemplo del mejor periodismo por su original humor a la hora de retratar la vida en los distintos países.

Un humor que no perdió ni siquiera cuando en más de una ocasión se vio falto de dinero. Al ofrecimiento de Dámaso Alonso para incorporarse a la Real Academia, respondió Camba: «Me ofrece usted un sillón y yo lo que quiero es un piso».

Ver, oír y contar. Julio Camba parafraseó durante toda su vida la esencia del periodismo y la convirtió en «ver, contar y reír». Sus crónicas y artículos -recopilados posteriormente en varios libros- mantienen la frescura del primer día gracias a la sencillez de su estilo y a un sentido del humor tan característico que le hace inconfundible. Él mismo reconocía que era «un escritor decorativo, y me dedico a una literatura fácil, superficial y pintoresca», porque el público «es frívolo, ligero» y quiere «que le digan las cosas de una manera rápida, fácil, agradable y sin palabras alemanas» (en clara alusión a las críticas que recibió por incluirlas en sus crónicas desde Alemania).

Camba es el curioso solitario que pasea por las ciudades y los pueblos, que observa lo que otros no ven y que al hilo de una anécdota nos hace comprender la idiosincrasia de todo un país. Formas de ser, gastronomía, costumbres, vicios y virtudes de los pueblos que en su pluma tienen siempre algo de entrañable. Porque la ironía de Julio Camba no despedaza lo que toca, sino que lo eleva a un pedestal para que todo el mundo lo contemple.

Curioso observador de todo lo que le rodea, tiene la habilidad de sacar chispa de cualquier acontecimiento, por menor que pudiera parecer. Así, un simulacro de incendio en un hotel de Nueva York se convierte en una divertidísima crónica de ambiente urbano, y una visita al zoo de Lisboa le sirve para cantar la lírica de los portugueses cuando algunos de ellos se dirigen a un enorme hipopótamo y le dicen «Abre a boquinha».

Su indiscutible brillantez como periodista no siempre gozó del reconocimiento oficial. Es más, a pesar de llevar décadas en la profesión no fue hasta 1951, con 69 años, cuando pidió al Gobierno de Franco el título de periodista. En el documento resume su trayectoria profesional, los idiomas que domina -francés, inglés, italiano, alemán y portugués- y reconoce con humildad que no tiene ningún tipo de estudios. «Qué haría el franquismo con sus enemigos si éste era el fasto reservado a los amigos», ha escrito Arcadi Espada, que califica a Camba como «el mejor escritor de Villanueva de Arosa», en malvada crítica hacia Valle-Inclán.

De esa falta de reconocimiento oficial se lamentaba Gonzalo Torrente Ballester en un artículo que escribió tras la muerte de Camba. Eso sí, una crítica matizada, porque publicó el texto en la prensa del Movimiento. Tras señalar, dirigiéndose al propio Camba, que «tenía usted el secreto de la prosa ligera, centelleante; el secreto de los matices», concluye su adiós al periodista arosano con el siguiente párrafo: «Antes de ponerme a escribir este rápido adiós, he leído las "Aventuras de una peseta". Aquí y allá, saltando, espigando. Libro ya antiguo, libro que pocos conocen, libro que se ha olvidado. Váyase tranquilo, querido Camba, a pesar de este olvido. Así las gastan aquí, pero ya sabe que para todo verdadero ingenio existe un renacimiento. Habrá un mañana para el de usted. Y los que vuelvan a leerle pensarán "¡He aquí a un hombre bueno!". ¡Fruto raro, don Julio, fruto raro! Que Dios le reciba en su gloria con la mejor sonrisa».

Y bien pudo ser así, porque el Julio Camba agnóstico acabó sus días rezando lo único que recordaba... el «Cuatro esquinitas». Así cuenta su amigo el padre Félix la respuesta que le dio en una de sus últimas visitas cuando le preguntó si había rezado algo:

-Pues, no he rezado nada, porque no sé rezar, no me acuerdo de cómo rezar...

-Bueno, hombre, de algo te acordarás, por ejemplo, del padrenuestro, del avemaría...

El hombre se quedó un poco suspenso y me dijo:

-Pues, no me sale, padre Félix...

De pronto, un poco tímido, pero iluminado, como un niño, me confesó:

-¿Vale lo de «Cuatro esquinitas tiene mi cama»?...

En los últimos años se han reeditado algunas de las obras de Julio Camba, pero se echa en falta una mayor difusión de sus libros. En los años 90 se reeditaron «La casa de Lúculo o el arte de comer» y «Esto, lo otro y lo de más allá» (Cátedra). Posteriormente, aparecieron una antología de sus crónicas periodísticas, «Sus páginas mejores» (Espasa Calpe, colección Nueva Austral); «Haciendo de República» (Luca de Tena Ediciones), sus dos únicas novelas, «El destierro» y «El matrimonio de Restrepo» (Ediciones del Viento); la editorial catalana Alhena Media ha publicado tres de sus libros de viajes más significativos «Aventuras de una peseta», «La ciudad automática» y «La rana viajera», y Rey Lear ha reeditado «Un año en el otro mundo». También cabe mencionar la biografía «Julio Camba. El solitario del Palace» (Espasa), de Pedro Ignacio López García.

No deja de ser paradójico que un personaje como Camba, que se preciaba de coleccionar países por sus continuos viajes al extranjero, mantuviese siempre un cariño especial por su localidad natal gallega. En un artículo publicado en 1912 y titulado «Mi patria es el mundo» se declara «nada internacional» y añade con fe de notario: «Yo soy de Villanueva de Arosa, partido judicial de Cambados, provincia de Pontevedra», para dejar claras sus raíces.

Y es que Villanueva de Arosa era el lugar al que volvía para encontrarse a sí mismo tras sus viajes por todo el mundo. Como señalan quienes mejor le conocían, en Villanueva se le veía pasear por el puerto o jugar a las cartas en el Casino del Cabo, charlar con sus amigos o navegar en una gamela.

Como señalaba Manuel Jabois, cuando Julio Camba volvía a Villanueva de Arosa sus paisanos se le plantaban delante y le preguntaban: «¿Quién soy yo?». No para que los sacase de la ignorancia, que era lo que el periodista creía («tal vez puedan informaros en el Juzgado municipal», contestaba), sino para poner a prueba su memoria.

En su casa de Villanueva pasó Camba la mayor parte de la Guerra Civil, porque en Madrid podría correr peligro su vida: eran conocidos sus artículos críticos con la República y la prensa de la capital decía que «Camba anda escondido por Galicia rezando el rosario».

No era cierto. Además, durante esa época hizo viajes periódicos a Portugal, Sevilla o Vitoria gracias a los salvoconductos que le conseguía Pedro Sainz Rodríguez, uno de los mejores amigos de Camba ya antes de convertirse en ministro del franquismo.

En una carta fechada en Villanueva de Arosa en marzo de 1938, Camba le envía sus datos y dos fotografías para que le gestione un salvoconducto que le permita salir de España; también le pide la libertad provisional para un maestro de Marín. En esa misma misiva expresa su deseo de verse con su amigo Pedro Sainz, pero añade que «desgraciadamente, en las circunstancias actuales no hay medio de viajar en tren, y el viaje en avión está completamente fuera de mis posibilidades económicas».

Al cumplirse ahora los cincuenta años de su muerte, la figura de Julio Camba reclama el protagonismo que sin duda se merece como maestro del humor inteligente y, sin duda alguna, uno de los mejores articulistas españoles de todos los tiempos.