Oviedo / Avilés,

Eduardo GARCÍA

No hay mayor naufragio que el naufragio del olvido. Lo sabía Eva Ovies, una de las cuatro nietas que tuvo, aunque no disfrutó, Servando Ovies Rodríguez, el asturiano que viajaba y encontró la muerte en el hundimiento del «Titanic», del que se cumplirán el próximo jueves los cien años. Eva era hija de Servando Ovies López del Vallado, el único hijo del industrial avilesino radicado en La Habana y protagonista de aquel fatídico viaje inaugural del «insumergible» transatlántico. Pero Eva Ovies fue, además, la guardiana de la memoria familiar.

Ayer, su hija Ivonne cumplió con una promesa largamente esperada: visitar la casa de La Magdalena, en Avilés, hogar natal de Servando Ovies, del que partió para su viaje de negocios por Francia antes de embarcar en el «Titanic» en el puerto galo de Cherburgo, ya camino de Nueva York, primero, y La Habana, después. Ivonne, médica de profesión y radicada desde el año 2010 en Valencia, es la primera de la familia Ovies en encarar -con infinita emoción- un pasado que el tiempo ha difuminado, pero no colapsado.

Y esa casa, en la avenida de Leopoldo Alas, en el barrio avilesino de La Magdalena, donde la parroquia tiene los locales del ropero de Cáritas, estaba ahí en la memoria, como una llamada silenciosa de atención, como un reclamo para el viaje de vuelta; el mismo viaje que Servando Ovies no pudo efectuar jamás.

Ivonne da marcha atrás en el tiempo. Es una niña en la Cuba de Fidel, ya consolidado en el poder. Finales de los años sesenta. «Allí, colgada de la pared, según salías de la cocina, estaba la fotografía de esta casa. Una foto que nosotros veíamos a diario». Y Eva, su madre y la de sus hermanos Manuel y Enrique, les hablaba de la casa de Avilés, de la familia asturiana, de la posibilidad de que quizás algún día...

Eva se quedó en el camino. Hace unos siete años que un cáncer fulminante se la llevó antes de tiempo y dejó a su hija Ivonne en una especie de tierra de nadie. «Mi madre lo guardaba todo en relación con la familia y con el bisabuelo Servando, y yo me pasé un año tras su muerte sin tocar ni un papel. No podía hacerlo sin ponerme a llorar». Aquel adiós fue el primer paso para la decisión de salir de Cuba y regresar a España. Regresar no en el sentido físico, porque Ivonne nunca había estado en España, sino en un sentido más espiritual. El regreso a los ancestros, el regreso de la memoria.

La casa de La Magdalena habitaba ayer en el silencio (el ruido estaba al otro lado de la ciudad, con la festividad de El Bollu). Sus soportales mantenidos con vigas de hierro fundido, sus artesonados de madera que decoran los balcones y los aleros, sus dos grandes galerías acristaladas. Hoy es un edificio descuidado, más por el entorno que por sus fachadas, pero no hace falta mucho esfuerzo para imaginarla esbelta y hermosa en sus mejores años. Hace un siglo de esto.

En esa casa Carmen Rodríguez se enteró del fatal destino de su hijo, y comprendió las cabriolas a las que en ocasiones nos somete el destino. Unos días antes de aquel 14 de abril de 1912 cuando el «Titanic» se hundió con 1.500 almas dentro de sus tripas en las profundidades del Atlántico Norte, Servando Ovies comió con su madre, su hermana Pilar y otros familiares en la casa de La Magdalena. Lo hacía todos los años, un capítulo familiar entre negocio y negocio, porque Ovies, gerente de uno de los establecimientos más emblemáticos de Cuba, las sederías de El Palacio de Cristal, viajaba a Europa para ver, elegir y comprar ropa. París marcaba la pauta.

Aquel año de 1912 había salido muy pronto de La Habana, en la primera quincena de enero. Se sabe que pasó por Inglaterra y por Francia, y que giró visita a su madre, Carmela.