Mezzosoprano, el martes será Charlotte en el Campoamor

Oviedo, Javier NEIRA

La mezzosoprano canaria Nancy Fabiola Herrera será Charlotte el próximo martes en el escenario del teatro Campoamor de Oviedo, un papel clave en «Werther», de Massenet, con la que se abrirá la LXV Temporada de Ópera asturiana.

-¿Qué le inspira su personaje?

-Es un papel muy tierno. Muy bonito. Distinto de otros que suelo hacer, más fuertes y hacia afuera. Éste es más de guardar los sentimientos, con una cultura y un mundo interior. Un mundo rico y fuerte. Charlotte no está habituada a transmitir sus sentimientos. Vive una gran pasión y se enamora, pero pesa el hecho de estar casada con un buen hombre y tener una familia estable. Es el tipo de persona que hace todo lo que se espera de ella. Y en ese mundo un poco ideal, tranquilo y perfecto aparece Werther, que lo vuelve todo del revés.

-¿Por qué?

-Representa todo lo contrario de los hombres que la rodean habitualmente. Lleva una vida muy distinta. Y Charlotte despierta al amor de una manera impetuosa, pero siempre contenida. Así vive todo lo que siente. Hacia fuera hay sonrisas y todo está bien. Pero no, nada está bien.

-¿Tan extremo es todo?

-Esta producción es un reto porque se aleja del convencionalismo bucólico al uso. El planteamiento es más sórdido. Busca un mundo que está por debajo de la apariencia de que todo va bien. Cada personaje muestra lados oscuros. Es muy particular e interesante. Se aleja de la visión bondadosa de los personajes, de la visión costumbrista de un pueblo ideal. Incluso el padre tiene un lado retorcido. El contraste con la música tan elegante y romántica de Massenet es ciertamente muy fuerte. La historia que corre paralelamente a la música elegante del Werther de Massenet no es precisamente muy bonita y amable.

-¿Quién gana?

-Nadie, no gana nadie. Las buenas costumbres no son tales. Apenas sirven para tapar lo que en esta producción acaba saliendo a la superficie, con lo que vemos y que contrasta con los momentos en que se intenta que todo sea dulce. Quizá Werther sí se sale con la suya en el sentido de que logra el amor de esa mujer. Ve que ella está enamorada de él y toma el camino de la muerte, que es la redención. No se resigna a vivir en este mundo sin el amor de una mujer que no puede estar con él por las convenciones sociales. Ella termina en contra de todas las convenciones porque no tiene esperanza tras la muerte de Werther, ha desafiado su matrimonio y las costumbres. Para ella no hay salvación. Tras perder a su amado le viene lo peor. A nivel interno, llevó durante meses el calvario de un amor escondido, que está en ella íntimamente, pero en la superficie no aparece.

-Todo muy anacrónico.

-En esta producción se actualiza. No hay una ruptura abierta de la pareja, pero de alguna manera todos saben las miserias de todos. El mundo de los hombres manipula todo alrededor.

-¿Machista?

-Bastante. El mundo del padre y de sus amigos es machista. La mujer rige en casa.

-Que no es poco.

-No es poco, pero tiene que hacer lo que se espera de ella. Werther piensa en sí mismo, en lo que siente y quiere, pero no piensa en las consecuencias para ella.

-La gente se suicidaba tras leer «Werther».

-Con la novela de Goethe le ocurrió eso a mucha gente. Se vestían de azul y amarillo, como describe la novela a Werther.

-Los colores de la bandera de Asturias, por cierto.

-Pues sí. Y se suicidaban vestidos así, de azul y amarillo. En una reciente producción en Alemania todo era azul y amarillo y no distinguías quién era quién.

-Es un título muy conocido...

-Cierto, pero para algún sector del público no tanto. Alfredo Kraus estableció un antes y un después, marcó un verdadero hito. La llevó a su terreno y logró una versión muy hermosa y personal que nos ha dejado un sabor muy particular. Una versión bonita y limpia a nivel estético. Retrata la opresión en la que todo está contenido. En esta producción vemos las pasiones y las aristas dentro todo de un romanticismo elegante. Ese contraste no es fácil de lograr. Para eso es necesario que cada personaje esté muy definido y trabajado.

-Hablando de Kraus, usted también es canaria.

-Sí, nací en Canarias. En Gran Canaria. Estudié música desde pequeñita. Mi madre, en la posguerra, pasó muchas dificultades y siempre tuvo curiosidad por todo y por estudiar música, aunque no pudo. De ahí se planteó llevar a un hijo al Conservatorio. Soñando despierta, con 14 años, se imaginaba a una hija suya en el teatro Pérez Galdós. Y la primera vez que me vio actuar en el Pérez Galdós recordó aquel ensoñamiento.

-Premonición cumplida.

-Es increíble cómo se proyectan los deseos y de qué manera, con el tiempo, se pueden hacer realidad. De niña fui al Conservatorio de Las Palmas. Lo simultaneaba con los estudios básicos. Me gustaba imitar. Tenía facilidad. Era un poco la payasa de la clase. Eso me sirvió más adelante. Entré en una coral, pasé a un coro mixto de polifonía y al acabar el Bachillerato pensé que me gustaban los idiomas, la historia y viajar, así que decidí ser guía turístico. Fui a Madrid a la escuela oficial. Estaba en cuarto o quinto de piano, pero no me aceptaron en el Conservatorio. Hice las pruebas de voz y me aceptaron, para mi sorpresa. Estaban Pedro Lavirgen y María Luisa Castellano en el jurado. Estudié zarzuela, ópera y aprendí a estar en el escenario, donde se me quitaba toda mi timidez. María Luisa me orientó hacia una compañía de zarzuela que se iba de gira a Hispanoamérica. Mi padre dijo que no. Mi madre, con más visión, se fue a Madrid a ver a mi maestra y al director de la compañía, comprobaron que todo era serio y me dejaron ir a la gira. Fue una experiencia increíble. Hice la portera de «La verbena de la Paloma». A la vuelta me planteé mejor los estudios, dejé Turismo un año después, hice dos temporadas de ópera en un coro y decidí salir.

-¿Por qué?

-No me sentía segura, me faltaban idiomas y conocimientos de historia de la música. Apunté a EE UU y di el salto a Nueva York, donde hice audiencias. En la Juilliard School of Music de 300 aspirantes seleccionaron a unos pocos y me quedé. Era la mejor escuela. Hacía al mismo tiempo mis pinitos. Iba por un año y me quedé cuatro. Era escuela de música, ballet y teatro. De ahí salió, por ejemplo, Christopher Reeve, el actor de «Superman». Después me fui a un taller, sólo de ópera, la Academy of Vocal Arts, en Filadelfia. Excelente.

-¿De qué vivía?

-Me salían trabajos, por ejemplo en España, y venía un tiempo. Tuve alguna beca y me ayudaban mis padres. En Filadelfia estuve otros cuatro años. No quería ir a la Universidad cinco años y acabé haciendo ocho. De vuelta a Nueva York me fui abriendo camino.

-¿Qué papeles prefiere?

-Hice mucho «Carmen», la paseé por todos lados. Me fascina. Me enamoré de ese rol desde que María Luisa Castellano me lo presentó. Soy muy versátil, me gustan personajes muy dispares, me encantan el bel canto y la música francesa. Rossini, Donizetti y Bellini son una gran escuela y disciplina. Hice Dalila. Y ahora Verdi, con Éboli. Me encantan Mozart y Haendel. No creo en las especializaciones. Tengo mucha curiosidad por todo.

-No es nueva en Oviedo.

-Estuve cuando me dieron el premio del teatro Campoamor y hace dos años volví con «Doña Francisquita».

-¿Ayuda ser tan guapa?

-Estamos en una era mediática. Cuenta mucho el físico. Pero creo que en el escenario tienen mucha más fuerza la voz y el carisma que la belleza. Y el carisma no va necesariamente con la guapura. Por desgracia, a la hora de contratar en algunos teatros prima el físico sobre la calidad vocal. Algunos directores de escena priman la parte física. Pero estamos en un mundo lírico donde debería destacar lo vocal. En todo caso, es importante el balance. No vale el modelo de cantante de ópera que se admitía antes. La estética es distinta. Los hábitos de vida y de alimentación han cambiado. Ojo, la voz es muy importante. Siempre les digo a mis estudiantes que cuiden la imagen, porque somos en buena medida producto de la imagen, pero la voz es la voz.