Oviedo, Andrés MONTES

La debacle económica tiene un efecto depurativo y abre la perspectiva a tiempos serenos en los que las ciudades tenderán a desarrollarse con ritmos más pausados. Ésa es la visión de Rafael Moneo, quien ayer en Oviedo sostuvo que no cabe rendirse a las circunstancias difíciles y que los arquitectos, como el resto de los profesionales, tienen un parapeto en la ética personal antes de hacerse cómplices de situaciones indeseables.

El premio «Príncipe de Asturias» de las Artes de este año se mostró en Oviedo «alegre y satisfecho» de estar de nuevo en una «ciudad de carácter», con una vitalidad bien perceptible, por la que paseó a su llegada, desde el Reconquista hasta la plaza de la Catedral con retorno por el Campo San Francisco. El galardón le llega, a quien ya ha recibido los grandes reconocimientos de la arquitectura, cuando la profesión «está abatida» y vive «momentos de atonía», por lo que este premio constituye «una ventana abierta a la esperanza».

De la crisis saldremos «purgando y recogiendo velas», con la «construcción de ciudades más contenidas frente a la exuberancia» reciente y con pautas de desarrollo más pausadas, al estilo del pasado. El arquitecto mostró su preferencia por las urbes que crecen «al ritmo humano y no esas inyecciones forzadas» que han caracterizado las últimas décadas. Estamos ante el fin de los excesos en todos los frentes constructivos. «Muchas de esas obras presuntamente espectaculares que sirvieron a las administraciones para sentirse punta de lanza de las vanguardias han sido equivocadas», afirmó Moneo, para quien «el efecto Guggenheim no ha logrado repetirse». «Ahora vamos hacia una sociedad más sana, equilibrada y sin el complejo de inferioridad que llevaba a decir "puedo comprar lo que quiera en el mercado libre de la arquitectura", a comprar un bien arquitectónico como cualquier otra cosa». Ahora estamos en un período de reflexión que puede propiciar «respuestas un tanto inesperadas».

Moneo, que hoy volverá al ejercicio profesoral con una clase magistral para colegas en Santa María del Naranco, rechaza culpabilizar a los arquitectos por la desmesura que ha caracterizado los años anteriores a esta crisis. «No creo que quepa hacer cómplices a los arquitectos, es una profesión muy subordinada a las decisiones de otros», apunta antes de concluir que «no podemos asumir el protagonismo de que se nos haga responsables de todo». Pese a ello, advierte de que siempre existen razones de peso para rechazar lo que no es acorde con las propias convicciones sobre la obra arquitectónica o ante las pretensiones desaforadas de determinados proyectos. «El arquitecto está en condiciones de no entrar en determinados trabajos, individualmente siempre hay un opción ética que permite renunciar a aquellos encargos en los que no te sientes cómodo». Insiste en que «la capacidad de elegir está abierta a todos», en que vale más dejarlo pasar antes que embarcarse en lo que va contra uno mismo y no entiende «la razón por la que arquitectos que disfrutan de un reconocimiento más amplio tengan que aceptar todos los trabajos». Moneo habla por experiencia. Él mismo renunció a proyectar el auditorio de Oviedo cuando los responsables políticos rechazaron en su momento el emplazamiento que el arquitecto consideraba más satisfactorio. El lugar en el que ahora se levanta el equipamiento, aunque el resultado diste mucho de lo que pudo haber sido.

Sobre la carencia de encargos que lleva a muchos colegas a buscar obra fuera de España, Moneo considera que esto «tiene un aspecto positivo: muestra que en este país han fraguado profesionales que ahora encuentran hueco en otros lugares. No es un efecto pernicioso, sino refrescante para la profesión, cuando vuelvan. No es mala cosa que ampliemos horizontes de trabajo en cualquier profesión. No debemos estar limitados por el lugar en el que nos educamos o nacimos».