Oviedo, Andrés MONTES

Fue una clase magistral en un aula única y además regia. Rafael Moneo desplegó ayer sus dotes docentes y la mirada entrenada del arquitecto para desentrañar, ante una audiencia reducida y con predominio absoluto de los colegas, todo aquello que convierte a Santa María del Naranco en un «edificio excepcional en su pureza arquitectónica. Una obra aislada, sin referencias temporales, de ahí su grandeza».

El premio Príncipe de Asturias de las Artes combinó, con el hilo conductor de unas notas escritas el pasado verano y durante más de cuarenta y cinco minutos, una visión sentida y profesional a la vez, surgida de «lo mucho que me impresiona un sitio como este». En 1958 contempló por primera vez «al natural y en su deslumbrante desnudez» este emblema del arte asturiano. Desde entonces el arquitecto español con mayor reconocimiento profesional asegura haberse sentido «atado siempre a Santa María del Naranco». El enigmático origen de esta construcción y su resistencia a todas las «contaminaciones» en los 1.170 años que lleva en pie la han transformado «en una abstracción arquitectónica, es la arquitectura en su estado más puro». Y ese es un terreno que domina con soltura quien como Moneo enfatiza la reflexión intelectual que ha de preceder a todo ejercicio constructivo. Santa María del Naranco es «una creación intelectual» y «cabe llamarla criatura, va más allá de ser un objeto». Esa pureza que sorprende al visitante, la particularidad de «un edificio exento que se encuentra ajeno a su entorno» y puede «percibirse como un todo» propicia «prescindir de cualquier interpretación más allá de su arquitectura». Este aula regia Patrimonio de la Humanidad es visible para el arquitecto en su «condición abstracta, indiferente a su pasado. Constituye una rareza que se nos presenta sin la ayuda de todo lo superfluo, un edificio liberado de todo contexto sociopolítico. Es la arquitectura en su mayor pureza, que no da pie a utilizar coordenadas temporales para analizarla». Y a riesgo de provocar a los historiadores presentes -Adolfo Rodríguez Asensio en su condición de Director General de Patrimonio, el arqueológo César de García de Castro, Pilar García Cuetos y Lorenzo Arias Páramo- Rafael Moneo se mostró partidario de extender «la radical desnudez» de Santa María del Naranco «a las circunstancias sociopolíticas en las que se produjo. Todo lo contingente que pudiera haber en torno a ella no existe». «Entendemos mejor otros monumentos más atados a la historia», desdibujada en Santa María por todo la oscuridad que rodea su origen. Ante la veintena de arquitectos que llenaban la planta superior del edificio Moneo -con el decano del Colegio, Alfonso Toribio, a la cabeza- quiso indagar sobre el lejano antecesor que lo concibió. Aunque «no somos capaces de imaginar el diálogo entre el rey y el enigmático arquitecto» éste último «era alguien que veía la arquitectura como la representación de una idea de justeza o equidad». Y «a pesar de su condición remota, Asturias se siente en condiciones de recuperar la grandeza de Roma» porque el autor de la obra «tiene en su arquitectura inconsciente la arquitectura romana».

La evolución del edificio es una historia de resistencia al falseamiento. Con las dificultades propias que conlleva «buscar el momento primigenio», queda en evidencia que «su primer destino no fue el lugar de culto» y que es «un edificio que se resiste al empeño en convertirla en iglesia», afirmación probablemente inquietante para Jaime Díaz Pieiga, el párroco de Santa María que seguía la intervención en primera fila. Moneo advierte un intento de «promover el olvido (del pasado del edificio) con la reorientación a través del añadido del acceso». Fue durante mucho tiempo «un edificio singular camuflado con una espadaña» que remarcaba su uso como lugar de culto. Pero «no caben los aditamentos» y «hoy se encuentra en estado de pureza». Persisten «anomalías constructivas bien conocidas, en expresión del arquitecto Fernando Nanclares, responsable junto con Nieves Ruiz de una de las últimas restauraciones del edificio quien ayer disfrutó «del privilegio» de asistir a la intervención de Moneo. Fueron esas anomalías las que propiciaron las fricciones entre el arquitecto y uno de los historiadores presentes sobre la condición original o añadida de algunos de las ventanas de la parte superior.

Para completar las singularidades, en Santa María «es difícil fijar una fachada dominante y esa falta de predominio marca la relevancia de todo el edificio» que además «renuncia a establecer un centro desde el que se regule su crecimiento » y «tiene un afán de verticalidad sorprendente». Con el añadido de la «riqueza de un espacio interior con tintes bizantinos», una decoración «como si fueran pinturas labradas» que hace que «uno se resista a verlo como románico».

La clase magistral -a la que asistieron el presidente del Principado, Javier Fernández, el alcalde, Agustín Iglesias Caunedo y la consejera de Cultura, Ana González- acabó con visita guiada alrededor del edificio en la que Moneo constató su disgusto con «una cubierta de teja que ruraliza demasiado el edificio» y en el que las miradas puestas en Santa María se desviaban con frecuencia hacia la construcción de Santiago Calatrava, otro premio Príncipe de las Artes, cuya desmesura hace que sólo desde el Naranco sea visible en su integridad.