Oviedo, Eduardo GARCÍA

El bioquímico Carlos López Otín mostró ayer en pantalla el cuadro de Vincent Van Gogh «Noche estrellada», que se parece sorprendentemente a una imagen celular tomada en su laboratorio del Instituto Universitario Oncológico del Principado de Asturias (IUOPA), en Oviedo. Es como un anticipo en la segunda mitad del siglo XIX a los logros de la ciencia más de un siglo después.

Cincuenta diapositivas para entender la vida. López Otín llenó el salón de actos del RIDEA y entusiasmó al público en su conferencia «Una mirada a la medicina en la era genómica», organizada por el Instituto Oftalmológico Fernández Vega. Una charla que sirvió para hacer balance de 23 años de trabajo en la Universidad asturiana. Llegó a alguna conclusión general, y es que la vida, la salud y la enfermedad se pueden explicar mediante moléculas, aunque «los números de la vida» rompan todos nuestros esquemas. En cada molécula, tres mil millones de unidades químicas «y en nuestro cerebro, al nacer, cien mil millones de neuronas, tantas como estrellas hay en nuestra Vía Láctea».

Hubo un tiempo, recordó, «en que no existía la enfermedad, solo caos. Fue hace más de trece mil millones de años. Nuestro planeta se forma hace unos 4.500 millones de años, y entonces tampoco había enfermedades».

Pero algo extraordinario ocurrió un poco más tarde. Hace 3.500 millones de años se formó una célula primitiva «y apareció el mundo unicelular, clónico e inmortal... y también muy aburrido». Y cuando una célula fue capaz de unirse a otra y compartir vida. De eso hace «sólo» 700 millones de años. Anteayer en el capítulo de la evolución biológica... «Los corazones empezaron a latir, las heridas a cicatrizar y las neuronas a regenerarse», pero los nuevos modelos de vida trajeron consigo «las imperfecciones de la pluricelularidad». La enfermedad.

«Para que la vida exista tuvo que inventarse la muerte. Por eso las células saben que tienen que morir antes de replicarse como material dañado. Tan importante es que las células mueran a tiempo que, si no fuera así, mi médula ósea pesaría dos toneladas, no habría podido subir las escaleras del RIDEA y no hubiera sido posible esta conferencia», ironizó López Otín.

La lógica molecular existe, pero otra cosa es llegar a entenderla. Otín repasó la historia. O, mejor, ese último tramo de la era genómica que comienza hace apenas 60 años «cuando se descifra por vez primera la estructura de nuestro material genético». La estructura de la vida, «ese verso interminable del que hablaba Gerardo Diego». Y los secretos de la vida, la herencia molecular.

«Pero sin olvidar que exactamente las mismas reglas que dirigen el comportamiento de la materia humana, dirigen también el de un ratón, un gusano o un guisante». Quizá por eso los genomas se parecen tanto. El del ser humano y el del chimpancé comparten el 99% de la materia. «Pero si somos tan parecidos -planteó Carlos López Otín- ¿por qué no somos cerdos o chimpancés? La respuesta es que casi con los mismos ingredientes tenemos una mayor plasticidad».

Y puso un ejemplo fascinante. Es el gen FOXP2, todo un señor gen capaz de regular y controlar a los demás. «En una palabra, se preocupa de que otros genes funcionen, y lo tienen todos los vertebrados. Dos únicas mutaciones de ese gen en los humanos sirven para lograr el lenguaje, y esa capacidad se extiende a toda la población humana desde hace más de cincuenta mil años. Sidrón ya la tenía».

Progresamos, explica el bioquímico, no porque nuestro genoma evolucione de manera más rápida, sino por «las mutaciones culturales», pero este ser humano «capaz de tirarse desde la estratosfera a 39.000 metros y llegar a tierra sano y salvo» debe aceptar hoy por hoy «desconocer la causa de más de tres mil enfermedades hereditarias. Hay un enorme desequilibrio entre los grandes logros de la especie humana y el desconocimiento de muchas de las enfermedades» que le aquejan.

Y al fondo de todas esas enfermedades no se puede llegar sino es desde el análisis del genoma (las letras de la herencia), del epigenoma (los signos de puntuación que les dan sentido) y el metagenoma, algo así como la cohabitación de nuestro genoma y el de todos los virus y demás seres que lo habitan.

«Una de cada tres personas padecerá un tumor maligno a lo largo de su vida. El cáncer aparece cuando algunas células se vuelven inmortales, egoístas y viajeras», señaló Carlos López Otín. Y ese escenario nos retorna al caos. Un melanoma puede llegar a producir hasta 50.000 cambios en un gen «y un millón de mutaciones en el epigenoma de algún paciente». «Estamos -añade- ante una nueva era en la investigación oncológica; hoy sabemos que cada tumor es único».

En cuanto al envejecimiento, otra de las grandes líneas de trabajo de su grupo en el IUOPA. «Está claro que la incidencia del envejecimiento es del cien por cien, pero el ritmo es distinto en cada persona. El envejecimiento es inexorable pero la longevidad es plástica». Manipular genes para vivir más. Es una realidad ya experimentada en animales a través de la modificación de un gen que también tenemos los humanos. «Llamamos arrugas celulares a los fallos en la protección del núcleo. Esas arrugas sí que importan» y no las de nuestra piel, que no dejan de ser un problema cosmético. López Otín sabe cuál es el camino más recto para curar enfermedades: se llama conocer.