Oviedo, Eduardo GARCÍA

«Si el método en clase es participativo nadie se siente inferior porque todos son capaces de hacer algo y todos acaban sintiéndose útiles». La frase de Teresa Muñoz, profesora del IES Benedicto Nieto, de Pola de Lena, sirve para perfilar la filosofía de la Asociación Enseñanza Cooperativa de Asturias (ECO), un grupo pedagógico de trabajo que busca líneas de actuación contra el fracaso escolar y a favor de la educación inclusiva. ECO Asturias acaba de renovar su junta directiva, presidida por Laura González, y de presentar su plan de actuación para el bienio 2013-2015.

LA NUEVA ESPAÑA publicaba ayer los datos de repetición escolar en Asturias. Alrededor de un cinco por ciento de los alumnos, desde Primaria a Bachillerato repiten curso, unos cuatro mil sobre un volumen total de más de 84.000 escolares. No son malas cifras, pero sí mejorables. En España se repite curso mucho más que en otros países de nuestro entorno.

Casi cuatro de cada diez chicos y chicas españoles de 15 años ya ha vivido el pequeño trauma de encallar algún curso, pero en las pruebas PISA queda de manifiesto que repetir no supone retomar el nivel del curso. Es decir, no es una medida pedagógica eficaz.

Datos cantan. En las pruebas PISA 2009, tomando como referencia la comprensión lectora, los alumnos que iban por el libro curricular, es decir, los no repetidores, lograron una puntuación media de 518 puntos, muy por encima de la media de la OCDE. Los alumnos que habían repetido un curso, obtuvieron de media 435 puntos (83 menos), y los que ya habían repetido dos veces se quedaron en unos modestos 371 puntos, a años luz de la media española, de 481 puntos. Conclusión: repetir curso no ayuda a la mayoría, que sigue arrastrando un déficit.

Cuatro pedagogos asturianos, convocados por este periódico, debaten sobre el trasfondo del preocupante abandono escolar temprano y los nuevos retos en las aulas.

Unas aulas que se han vuelto espejo de la propia sociedad. Individualista y competitiva en el peor sentido. El reto es romper ese espejo. «Hay muchos padres que consideran que sus hijos pierden el tiempo ayudando a otros en clase. El mensaje que hay que enviar es que si somos capaces de enseñar a los otros, es cuando de verdad aprendemos», explica Laura González.

«Los alumnos con más capacidades no lo ven claro al principio» esa enseñanza inclusiva que va mucho más allá del mero trabajo de grupo. Pero yo, ¿para qué tengo que ayudar a los demás?, se preguntan. «Merece la pena, aunque sólo sea para aprender a desenvolverse bien en equipo», dice Teresa Muñoz. «Hay etapas educativas, por ejemplo con los chavales de 4.º de la ESO, en las que convencerlos de lo positivo de la enseñanza inclusiva cuesta horrores, pero la experiencia nos dice que al final acaban muy contentos».

«La escuela es lugar para aprender a aprender, y para aprender a convivir», dice José Luis Novoa, pedagogo y ex director del Centro de Profesores de Oviedo. «La individualización del trabajo es puro pasado, pero los niños tienen que ver en su profesor un modelo a seguir», añade. La enseñanza inclusiva «tiene que empezar en Infantil», tiene claro Laura González, pero para ello es necesario una formación de quienes van a pilotar los nuevos métodos en clase, «y la realidad es que hay muchos jóvenes, futuros docentes, que están a punto de salir de la Facultad sin herramientas adecuadas para el cambio pedagógico».

No es fácil. «Hay profesores que tienen al principio la sensación de que la clase se les va de las manos», señala Teresa Muñoz. Frente a eso es importante saber delegar, nutrir la capacidad de responsabilidad de los alumnos. «Todo cambio produce inseguridad», afirma Mari Luz García de Benito, pedagoga con amplia experiencia en equipos de orientación.

La enseñanza cooperativa es la alternativa a una realidad docente cotidiana que en ocasiones se hace muy cuesta arriba. Teresa Muñoz es consciente de que muchos profesores «no ven resultados tampoco en el método tradicional y se van a casa con la sensación de que vienen a enseñar, se esfuerzan en ello, pero no enseñan nada. Es frustrante. Los chavales cada vez son más difíciles, no podemos cambiarlos y, por lo tanto, tenemos que cambiar nosotros».

Laura González se apoya en datos para defender esa otra forma de educar. «Hay, estadísticamente, mejoría general de notas, por encima de los dos puntos. Hay menos absentismo escolar y los alumnos acaban pidiendo trabajar en equipo».

En toda clase el profesor o la profesora se encuentra con tres niveles, por lo general, muy definidos. Por decirlo de forma poco académica, los alumnos a los que les cuesta más, los alumnos «normales» y los alumnos que van sobrados.

«¿Pensamos de verdad en la situación familiar de cada alumno?»

<María Teresa Muñoz >

Profesora de Secundaria

«Hay padres que dicen eso de que mi niño tiene que ser mejor que el tuyo»

<Laura González >

Presidenta de ECO Asturias

«La individualización del trabajo escolar es ya pasado»

<José Luis Novoa >

Pedagogo

«Los equipos de orientación pueden hacer una grandísima labor»

<Mari Luz G. de Benito >

Orientadora educativa

Pero todo docente sabe que la variedad de grises es infinita. A la hora de ponerlos a trabajar en común «la tarea más difícil es la formación adecuada de equipos: chicas y chicos con distintas capacidades, pero también con distintas formas de ser», explica Teresa Muñoz.

«Se requiere mucha organización en el aula», apunta José Luis Novoa. «Y, por supuesto, los grupos los forma el profesor». «En eso pueden ayudar muchísimo los equipos de orientación educativa de los centros. Hay que trabajar esa vía», apunta Mari Luz García de Benito, para quien a la hora de encarar el fracaso escolar «no hay panaceas».

«El problema es que los profesores estamos demasiado preocupados por los contenidos docentes», cree Teresa Muñoz. «¿Cómo preocupados? Lo que estamos es esclavizados», va más allá José Luis Novoa. Una esclavitud parecida ante las pruebas, como las de PISA, «que en modo alguno atienden a la diversidad», recuerda Laura González: «Se trata de evaluaciones formales, con lápiz y papel» que no siempre dan una idea de las competencias del alumno «para desarrollarse en la vida de manera eficaz».

«Entre los deberes, la televisión y las maquinitas, los chicos no se inician en las herramientas de la vida diaria», apuntan los pedagogos. Teresa Muñoz pone el acento en las tareas escolares. «Mandamos deberes, a unos alumnos los ayudan sus padres, a otros no. Y me pregunto si nos hemos parado a pensar en la situación familiar de cada uno de nuestros alumnos».

Hay países europeos donde los deberes para casa están proscritos. ¿Qué hacer? Muñoz piensa que «hay que hacer cosas en casa, pero también tenemos que marcar unos límites, porque los alumnos hacen en el colegio casi una jornada laboral. Si tienes una clase en la que un 10% de los alumnos trae todos los deberes bien hechos es ya todo un éxito».

Señala José Luis Novoa que «no podemos convertir a nuestros alumnos en máquinas de hacer ejercicios, eso es terrorífico». «Eso hay que cambiarlo, y la enseñanza cooperativa ayuda a ello», explica Teresa Muñoz. «Este tipo de enseñanza tiene «trampa» porque, casi sin notarlo, los alumnos trabajan mucho en clase», aunque haya que estar muy atentos porque «la realidad es la realidad, y la tendencia al escaqueo existe», argumenta Mari Luz García de Benito. Todos coinciden en afirmar que hay «alumnos que en casa no van a hacer absolutamente nada».

Lo importante de todo esto es «reflexionar sobre por qué es bueno trabajar en equipo. No hay cultura cooperativa y nos seguimos encontrando con muchos padres que dicen eso de mi hijo tiene que ser mejor que el tuyo», dice Laura González. Habla por experiencia.