Son tiempos de incertidumbre, amargos y difíciles para muchos ciudadanos, en España y en el mundo. Un año más, Felipe de Borbón y los premios "Príncipe de Asturias" lanzaron un mensaje que puede resumirse en dos ideas. Una, de carácter general: el conocimiento y la cultura nos hacen más libres para resistir los ataques, visibles en algunos casos y liliputienses en otros, como dijo la socióloga Saskia Sassen. La otra, el mensaje anual de Felipe a los españoles, que son "los que hacen de España una gran nación que vale la pena vivir y querer".

Pero la tarea del día a día, lo que Muñoz Molina llamó el ejercicio del oficio, no es fácil en una coyuntura de crisis. "Es difícil hablar del gusto del trabajo en un país en el que tantos millones de personas carecen angustiosamente de él", afirmó el autor de "Sefarad". Y añadió el premio de Letras, "los responsables quedan impunes mientras sus víctimas no reciben justicia".

El Príncipe de Asturias, en un discurso hondo, aunque menos aplaudido que el del año pasado y con una puesta en escena muy americana, elogió el coraje con el que millones de españoles batallan cada día "para salir adelante con honestidad, con esfuerzo, con valentía, y con humildad".

Quienes tratan con frecuencia al heredero de la Corona dicen que el Príncipe está seriamente preocupado por el estado de ánimo de España, por la falta de ilusión de sus gentes. A ello se suma el creciente enfado de muchos a quienes la situación económica está vapuleando. Ayer tuvo ocasión de comprobarlo, una vez más. A su llegada al teatro Campoamor, acompañado de la Princesa y de la Reina, fue recibido con aplausos y vítores, pero también con gritos e insultos. En la plaza de la Escandalera, en Oviedo, una veintena de colectivos, agrupados en torno al nombre "Confluencia Asturias", hacía oír su protesta con ruido, banderas republicanas y pancartas. El sonido de las gaitas atenuó bastante la pitada, pero no la silenció.

Dentro, el acto transcurrió con la solemnidad que le caracteriza. La Reina fue recibida con una larga ovación y el público puesto en pie. Los premiados, personalidades muy sólidas cada una en su campo, arrancaron sonoros aplausos, que se intensificaron con los representantes de la Organización Nacional de Ciegos (ONCE), premio de Concordia: Miguel Carballeda, su presidente; la niña Liv Parlee Cantín, que no se estuvo quieta en toda la ceremonia y que respondió al aplauso del público palmeando ella misma y saltando, y María Cristina Lucchese Seda, acompañada de su perro guía "Brizzy", que durmió una plácida siesta durante el acto. También se ovacionó al Rey, cuando el presidente de la Fundación Príncipe de Asturias, Matías Rodríguez Inciarte, en su discurso, agradeció a la Reina su "respaldo" a los galardones y le pidió que transmitiera a Juan Carlos "nuestro profundo respeto".

El escenario del Campoamor se aligeró de butacas de invitados. Se sentaron los representantes del Gobierno de España -los ministros de Exteriores, José Manuel García Margallo, y de Educación y Cultura, José Ignacio Wert, quien entró a paso muy ligero en el teatro y por un lateral para evitar las pitadas-, los cargos institucionales de Asturias, los presidentes de los jurados y algunos premiados en ediciones anteriores, como el atleta marroquí El Guerrouj y la mezzo Teresa Berganza.