La figura de Bill Plympton (Portland, 1946), con sus casi dos metros de altura, el pantalón corto blanco y una bolsa de plástico de la que saca lápices, bolígrafos, papel y las cosas más inesperadas, se ha convertido en una de las imágenes de la quincuagésima segunda edición del Festival Internacional de Cine de Gijón (FICX). Pocos discuten la generosidad y entrega del considerado como el "maestro de la animación indie", al que el certamen le dedica una retrospectiva y un libro ("Bill Plympton. El cineasta incansable"), del que son autores Rocío Ayuso y el también realizador de animación Raúl García.

Plympton, que renunció a un contrato de un millón de dólares que le ofrecía Disney para seguir con sus singulares películas, ofreció algunas de las claves de su trabajo. Dio una explicación a que su cine tenga más éxito en España y Francia que en Estados Unidos, como le sucede a Woody Allen: "Aquí hay una tradición más sofisticada, con el surrealismo y artistas como Goya, Dalí o Buñuel, mientras que allí domina la Disney". Explicó que hace ya mucha menos publicidad y que la mayoría de sus ingresos proviene de sus películas o los vídeos musicales. "En mi estudio de animación trabajan seis personas, no quiero algo más grande", dijo.

El dibujante y cineasta subrayó que le preocupa "más el arte que el dinero". Y contó que para "Cheatin´" se financió con un un sistema de micromecenazgo, que defendió ayer. Le gusta conservar sus dibujos y la propiedad intelectual de lo que firma. "Con los ordenadores, todo el mundo puede hacer hoy animación desde su casa, algo que me encanta", añadió.

Plympton defendió sulínea estilística, dos dibujos por fotograma: "No tengo tiempo ni dinero para hacer veinticuatro dibujos para cada segundo ; si la Disney es una orquesta sinfónica, yo soy un punk; el mío es un estilo crudo que me gusta", indicó.