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La espuma de las horas

Cuando John Kennedy Toole se detuvo en Biloxi

La vida del autor de "La conjura de los necios" fue tan triste como divertida - su rescatada novela póstuma

John Kennedy Toole, a la derecha, en los años de estudiante en Tulane.

Biloxi (Misisipí) no está demasiado lejos de Nueva Orleans. Se llega a ella a lo largo de la costa del Golfo pasando Pearlington, Waveland, Bay St. Louis, Long Beach y Gulfport, pueblos todos ellos ideales para comer gambas y cangrejos y que gozan de cierta reactualización cada vez que son golpeados por esas bombas meteorológicas letales conocidas por huracanes y que tienen nombres femeninos: Betsy, Camille y Katrina.

En la primavera de 1969, un Chevrolet Chevelle de color azul dormitaba sin gasolina a un lado de la carretera cerca de allí: dentro de él un profesor de lengua inglesa de 31 años yacía sin vida en el asiento del conductor. El extremo de una manguera de las que se usan para regar jardines se colaba por la ventana trasera del automóvil, el otro conectaba con el tubo de escape. El profesor llamado John Kennedy Toole no venía de comer cangrejos, había elegido Biloxi como última parada después de una larga y extraña gira de dos meses por el país. Horas más tarde sonaría el teléfono en su casa de Nueva Orleans. La madre, desconocedora de sus pasos, recibía con desasosiego la noticia que había estado temiendo. Su único hijo se había suicidado. Estaba avergonzada y triste. Con la muerte expiraban, a la vez, en silencio todas sus ilusiones.

Sin embargo, Thelma Toole acabaría convirtiéndose en una celebridad tras rescatar de una caja de zapatos encima de un armario el manuscrito de una novela abandonada. Once años después se publicaría con el título La conjura de los necios y obtendría el Premio Pulitzer. La novela, inclasificable, fue considerada por algunos la quintaesencia del espíritu de Nueva Orleans, superando su antihéroe protagonista Ignatius Reilly y la colección de personajes que desfilan por sus páginas a los de otras de escritores de profundas raíces del Sur aparentemente más identificados con el ecosistema. En Una mariposa en la máquina de escribir (Anagrama), Cory MacLauchlin sale al paso de los fantasmas de Kennedy Toole y ofrece pistas impagables sobre la malograda vida del autor y el enigma que rodeó su obra, que él mismo no sabe si incluir en la novela moderna o en la mejor tradición literaria sureña.

John Kennedy Toole había terminado La conjura de los necios en 1963, en Puerto Rico, durante sus últimos meses en el ejército. Cuando regresó a Nueva Orleans estaba convencido de que se trataba de una obra maestra. Por esa razón se carteó durante años con Robert Gottlieb, editor de Simon and Schuster, que le dio inicialmente ánimos pero más tarde le propuso varias revisiones del texto. En realidad, para Gottlieb, la novela carecía de sentido, era una de tantas y Toole uno más entre los numerosos jóvenes que se acercaban hasta su despacho para probar fortuna. El joven escritor se consideró un fracasado, no tardó en tirar la toalla y en arrojarse en brazos de una enfermedad mental de la que jamás se recuperaría. En sus últimos años, antes de decidirse a poner pies en polvorosa, había regresado ya definitivamente de Nueva York, vivía con sus padres, e impartía clases de inglés en el St, Mary's Dominican College, una institución para mujeres católicas.

Más tarde, tras su muerte, cuando el escritor Walker Percy, cansado de darle largas a la madre de Toole, empezó a leer el manuscrito no podía parar. Luego recomendó la novela a los editores de LSU Press. Una vez publicada en 1980, a muchos lectores se les hizo imposible imaginar el mundo sin Ignatius Reilly, el glotón cinéfilo que citaba a Boecio y despotricaba contra los males de la modernidad. Sin un personaje así el mundo no sería lo mismo, como antes habría ocurrido de faltar Huckleberry Finn, Holden Caulfield, o Blanche DuBois, todos ellos en la nómina de los grandes caracteres de ficción sureños de todos los tiempos. La vida y el suicidio de Toole eran tan tristes que necesitaban como epitafio una novela tan sumamente divertida como resultó ser La conjura de los necios. Si no la han leído, no sé a qué esperan.

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