Nunca es tarde si la serie es buena, habrán pensado los admiradores de "House of cards" o "Orange is the new black", dos de los títulos estandarte de la plataforma norteamericana de televisión por internet Netflix, que, con bastante retraso respecto a otros países europeos, desembarcará en España el próximo mes de octubre tras vencer sus reticencias a venir por la piratería y los altos precios de los derechos de autor. Para unos, su llegada es providencial porque da a la audiencia otra posibilidad de acceder a contenidos de calidad sin la esclavitud de los horarios impuestos o el fastidio de la publicidad. Para otros, es el nuevo ogro al que tendrán que enfrentarse las cadenas convencionales y un nuevo rival para las plataformas de vídeo bajo demanda.

A los primeros les toca enfriar un poco el entusiasmo porque el portal de streaming llegará de forma modesta con un catálogo que, en el área de las series, no incluye las dos citadas: no tiene sus derechos. Sí ofrecerá, con una cadencia de una o dos semanas, temporadas completas de series como "Daredevil", "Marco Polo" (la serie más cara de Netflix, nueve millones de euros), "Grace and Frankie", "Unbreakable Kimmy Schmidt", "Sense8" (de los hermanos Wachowski), la francesa "Marseille" o "Club de cuervos", la primera serie de Netflix en castellano, más las que vayan viendo la luz gracias a su acuerdo exclusivo con Marvel ("Jessica Jones", "Luke Cage", "Puño de hierro" y "Los defensores"). Netflix paralizó la venta de los derechos porque la decisión de llegar a España estaba tomada.

Todo ese material tiene una ventaja: lo ha producido Netflix y por eso puede plantearse una fórmula que tanto sorprendió al principio con "House of cards": lanzar todos los capítulos de una tacada, no semana a semana. El problema llega con las series que no son suyas. Su política no suele pasar por hacer estrenos "calientes", esto es, emitir los episodios al día siguiente de hacerlo en Estados Unidos o en el país de origen, algo que sí hacen cadenas y plataformas de pago españolas, sino que espera a que la temporada ya esté concluida. Tampoco puede estar al tanto de la actualidad cinematográfica porque no puede emitir las películas de estreno hasta que no hayan dejado atrás la opción premium. No hay posibilidad de alquilar una cinta a los pocos meses de haber pasado por las pantallas, ni siquiera pagando un extra: todo va incluido en la suscripción, salvo que se quiera la ultradefinición en 4K, por la que habría que pagar aproximadamente cuatro euros más. Esa limitación en cuanto a la inmediatez de las producciones ajenas se compensa si se considera la plataforma una enorme videoteca (un 20% de ella de producción española, según las previsiones) donde el espectador tiene a su alcance por ocho euros al mes todas las temporadas de las series que desee ver o revisar, dobladas o subtituladas.

Netflix se enfrentará en el mercado español a dos problemas importantes. En primer lugar, y que no tiene visos de resolverse, el de la piratería: lo que ofrece la plataforma se puede conseguir aún sin problemas por vías ilegales, aunque la calidad de imagen o el subtitulado sea en muchos casos penosos. Pero gratis. En segundo lugar, la existencia de rivales con amplio catálogo en el vídeo bajo demanda como Filmin, Yomvi, Wuaki.tv o Nubeox, que serán los competidores directos de Netflix y tienen una ventaja como distribuidores: llevar meses o años acumulando catálogo. Quizá pierdan cuota de mercado, o simplemente convivirán con el recién llegado con normalidad porque de momento hay pastel para todos.

Los grandes perjudicados de este tsunami audiovisual serán las grandes cadenas generalistas. Netflix y similares proponen un modelo de negocio muy distinto a los canales que se pelean por el prime time y viven bajo la espada de las audiencias. La televisión on-line lidera un vuelco en los hábitos, esboza un cambio de era en la industria porque la relación entre emisor y receptor ya no es la misma, sobre todo si hablamos de telespectadores jóvenes que pasan de ver lo que los programadores deciden y a la hora que marquen ellos, y no están dispuestos a tragarse el marrón de la publicidad. El televisor está dejando de ser a planos agigantados el tótem de la casa alrededor del cual se reunía la familia para ver juntos lo que emite una caja que ya ha dejado de ser tonta. Ahora, las series, películas y documentales que no necesitan el directo se consumen en cualquier dispositivo que tengan a mano y la programación la elige el consumidor a su conveniencia. Cuando Netflix se decide a aterrizar en España es por algo: la pequeña pantalla se ha hecho mayor gracias a internet. Y no quiere cadenas.