Siendo como son los Estados Unidos la cuna de la mejor narrativa de los últimos tres cuartos de siglo, y teniendo en cuenta los millares de libros nunca traducidos al castellano, no es de extrañar que autores de la talla de Stephen Dixon (Nueva York, 1936) sean casi desconocidos entre nosotros. Una ignorancia que se produce a pesar de que Dixon, con quince volúmenes de relatos y otras tantas novelas en su morral, tiene fama de ser un autor prolífico. Por eso hay que celebrar la llegada en los últimos meses a las estanterías españolas de dos antologías de sus cuentos, Calles y otros relatos y Ventanas y otros relatos, correspondientes a su etapa más canónica, previa a su incursión a tumba abierta en el experimentalismo. Ambos volúmenes son iniciativa de la editorial argentina Eterna Cadencia.

Dixon, a quien como lugar común se asocia con Pynchon y otros posmodernos, es en realidad un fronterizo -tanto por la elección de los asuntos como por su desarrollo- que en sus altares particulares tiene colocados a Kafka y Chéjov. Partiendo de situaciones cotidianas límites, las desarrolla con una lógica impecable, a menudo en diálogos de endiablada precisión, dejando al lector entre perplejo y boquiabierto. Y, claro, siempre agradecido.