Queridísima Lina, recordando la letra de tu famosa canción, agradecido y emocionado, solamente puedo decir: gracias por venir. Por venir al mundo y a nuestras vidas.

Madrid era tu ciudad, no sólo porque naciste en su corazón mismo, sino porque con tu arte y personalidad única hiciste tuyos a todos los madrileños, como fueron tuyos los aplausos y el cariño de todos los españoles. Un día también viniste a Mensajeros de la Paz y te quedaste para siempre. Cada vez que te hemos llamado -y lo hemos hecho tantas veces!- siempre hemos recibido la misma respuesta: sí. Un sí, siempre, para representarnos y acompañarnos en ruedas de prensa o en actos solidarios, y, sobre todo, uno y mil síes a dar cariño sin condiciones, a mover sensibilidades y a reivindicar respeto y reconocimiento a los más vulnerables, y en especial a los mayores, a tus colegas, como les llamabas. No importaba que acabaras con cardenales en los brazos de tantos achuchones y besos. "Son cardenales de amor, padre", me decías.

Han sido muchos años, más de quince, en los que has sido madrina de honor -y de amor- del "Día de los Abuelos" y de muchos otros proyectos nuestros. Años de colaboración y amistad en los que he visto cómo querías y cómo te quería la gente en toda España, en los que derrochabas alegría con quien te encontraras. Ése era tu verdadero patrimonio y tu mejor legado para Mensajeros de la Paz, para los mayores y para el mundo entero. Tu verdadero capital era tu capacidad única de transmitir felicidad. Tu joya más hermosa era tu sonrisa, y todo eso nos lo diste desde el principio. No nos hace falta más. Solamente recordarte y seguir queriéndote. Querida Lina, ¡gracias por vivir!