Quién se resiste a un titular redondo. Por eso Felipe VI arrancó el aplauso más largo e intenso de la ceremonia de los primeros premios Princesa de Asturias cuando afirmó, casi exigió: "Que nadie construya muros con los sentimientos". Era la lograda sentencia medular de una defensa de la unidad de España -una alusión directa a los dañinos efectos del separatismo catalán- con la que el monarca cerró su discurso en el Teatro Campoamor.

Habló de España, pero también de Asturias. El arranque de sus palabras fue en apoyo de los galardones y de reconocimiento a la tierra que los acoge, "que nunca ha fallado al conjunto de la nación española". Acierto y también aplausos. Detrás de la ovación estaba el cuestionamiento de los Premios por parte del nuevo gobierno municipal ovetense, formado por Podemos, IU y el PSOE. El aval del Rey a la entidad dirigida por Teresa Sanjurjo no pudo ser más claro: "La historia de la Fundación es compendio de lo que a lo largo de estos años hemos ido imaginando y construyendo, siempre con enorme ilusión. Los Premios son, además, un modelo que ejemplifica cómo queremos que se fortalezca España, con qué ideales y anhelos, con qué valores".

Se supone que a Artur Mas debieron pitarle los oídos cuando el Rey pronunció el párrafo que ahora van a leer. "Reflexionemos, y valoremos con sinceridad y honestidad lo que los españoles hemos construido juntos, que nos une y nos fortalece; alejemos lo que nos separa y nos debilita; y apartémonos, especialmente, de todo lo que pretenda señalar, diferenciar o rechazar al otro. Por eso, cuando se levantan muros emocionales -o se promueven divisiones- algo muy profundo se quiebra en nosotros mismos, en nuestro propio ser, en nuestros corazones. Que nadie construya muros con los sentimientos. Las divisiones nunca hacen grande a un pueblo; solo lo empobrecen y lo aíslan. Evitemos las fracturas sociales que tanto daño hacen a las conciencias de las personas, a los afectos, a la amistad y a las familias, a las relaciones entre los ciudadanos".

Felipe VI es un monarca con sólo un año de andadura regia. Está en la infancia de su nueva vida laboral. Pero eso no le impide tener las cosas meridianas, y exponerlas notablemente bien en sus discursos. Empieza tener, además, una profunda arruga cuando frunce el ceño. En los presentadores de televisión tal surco aporta credibilidad. A él le hace más cara de rey. De cuando Juan Carlos I era Juan Carlos I. Pero con mucha mejor pronunciación. Contagia, además, una sensación de fiabilidad como la que su madre transmite. Por cierto, la Reina Sofía, allí presente, siempre es aplaudida con evidente cariño en Oviedo. Ayer también.

Una de las frases de moda, tomada de Gramsci, dice que las crisis son ese momento en que lo viejo no ha muerto pero lo nuevo no acaba de nacer. Felipe VI ya nació el 19 de junio de 2014, día de su proclamación, y da con firmeza sus primeros pasos. En el patio de butacas le escuchaban el líder socialista Pedro Sánchez y el de Ciudadanos, Albert Rivera. Ambos -dos entre "los nuevos"- tienen como fecha prevista de nacimiento el 20 de diciembre, elecciones generales. A Rivera le pidieron más selfies que a Sánchez. Lo "presidenciaron" más los invitados. Él, no obstante, ya se cuidó de llegar entre los últimos. Haciendo aparte, para distinguirse sobre la alfombra azul.

Felipe lleva a ambos varios meses de ventaja, con España como proyecto. Que es éste: "En toda sociedad democrática como la nuestra, la defensa de la legalidad y de los principios constitucionales es la garantía de los derechos y libertades de todos los ciudadanos. Por tanto, los españoles debemos preservar esa convivencia que fortalece y enriquece nuestra vida colectiva. Sigamos construyendo España, convencidos y muy conscientes de que una Nación europea con raíces milenarias y vocación universal, como la nuestra, seguirá unida en su camino hacia un futuro de mayor concordia y progreso, con la dignidad, el respeto y el orgullo que merece su historia y su memoria". Acierto y nuevos aplausos.

Los discursos de Felipe de Borbón en el Campoamor van camino de convertirse en hitos con los que medir los objetivos de su reinado. El año pasado, el del debut, se centró en la regeneración de los valores morales. España, -entonces y aún ahora- se sentía emponzoñada hasta las cejas.

Dos ríos enfrentados

Los días de los premios Princesa de Asturias son un continuo incesante de gaitas. Oviedo suena a gaita, a gaita, a gaita. Ayer, a las puertas del Campoamor, bandas interminables de gaiteros envolvían el acceso de los invitados con un río de punteros, fuelles y roncones. La pantalla sónica de los defensores de los Premios parecía indestructible.

Pero del lado opuesto de la calle Jovellanos, en La Escandalera, otro río sonoro luchaba por abrirse paso: los manifestantes anti-premios repetían y repetían y repetían "Que viva la lucha de la clase obrera" (bis y bis y bis). Felipe VI, en su discurso, se hizo eco de esa disonancia. Tras subrayar lo que aportan los Premios para permitir avanzar "día a día en el camino de la cooperación y el diálogo", elogió a la región que los acoge. El reconocimiento que sigue nunca había sido expuesto de forma tan explícita: "Expresamos igualmente nuestro agradecimiento -y rendimos un homenaje muy especial- a esta querida tierra asturiana, que nunca ha fallado al conjunto de la nación española. Aquí ofrece su solar, su nombre y su empuje a este faro de cultura y de concordia que son los premios Princesa de Asturias. Por eso, gracias a todos los asturianos por compartir con el resto de los españoles, en éste y en todo momento, lo mejor que os caracteriza. Gracias de corazón a toda Asturias". Acierto y aplausos.

De todas las intervenciones de la ceremonia, acaso la única que estuvo a la altura de la del Rey, por contenido y perdurabilidad, fue la del filósofo Emilio Lledó, premio de Comunicación y Humanidades. Fueron palabras luminosas, donde hizo nacer ante los ojos de todos el proceso que nos convierte en seres humanos, partiendo de aquel asombro inicial que nos llevó por primera vez a filosofar. Felipe VI, en el repaso que fue haciendo, uno a uno, de todos los premiados y de sus virtudes, le pidió a Lledó que "nos aconseje" "en estos tiempos de incertidumbre e inquietudes, que nos guíe con su magisterio. Tenemos la feliz oportunidad de pedirle que no ceje en su empeño de enseñarnos cuál es, para él, el camino hacia la felicidad, que ya los ilustrados sustentaban en el bienestar de todos y cada uno de sus ciudadanos". Y aprovechando que la ilustración pasaba por el Campoamor, Asturias, citó a Jovellanos, cuyos diarios son lectura preferida del filósofo premiado, "para poner el acento en todo aquello que Emilio Lledó nos sugiere como necesario en el camino hacia la vida ética, transcendente y digna". Y la cita de Jovellanos fue: "Lo que importa es perfeccionar la educación y mejorar la instrucción pública (...) una nación nada necesita sino del derecho de juntarse y hablar. Si es instruida, su libertad puede ganar siempre; perder, nunca".

Terminada la ceremonia, en la Escandalera quedaban pocos de los que querían botar a Felipe VI. Del Campoamor salía muchos que allí mismo, o si se pudiera el 20-D, hubieran votado al Rey. Es el Albert Rivera real.