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La espuma de las horas

Canciones que remueven conciencias

La protesta se expande por el mundo pero ya nadie la canta; no siempre fue así desde que Billie Holiday hizo de ella arte

Billie Holiday interpretando "Strange Fruit", en Nueva York.

La protesta se expande de Oriente Medio a Europa y, sin embargo, ya nadie la canta. ¿Se han preguntado por qué? No tengo la respuesta y tampoco está incluida en las 950 páginas de 33 revoluciones por minuto, el libro del crítico británico Dorian Lynskey, que explora la insurgencia social de la música a lo largo de varias décadas. En concreto desde la noche de marzo de 1939 en que una cantante de piel cobriza con una gardenia en el pelo, llamada Billie Holliday, de voz redonda, sensual y de espíritu errático, atrapó el silencio de los espectadores de un viejo speakeasy de la calle 4 Oeste de Manhattan, el Café Society, conocido también como "el lugar equivocado para la gente adecuada", el único de su especie donde los clientes negros no sólo eran bien recibidos sino que se les ofrecía los mejores asientos del lugar. Algo realmente inusual en Nueva York, como también resultaron ser las palabras de Strange Fruit, la canción de Holiday, capaz de poner los pelos de punta: "Black bodies swinging in the southern breeze" ("Cuerpos negros mecidos por la brisa sureña"). Negros colgando de los árboles de acuerdo con las leyes del juez Lynch, una letra que hiela la sangre y envuelve a quien la escucha en una íntima sensación de soledad sólo arropada por la inquietante melancolía que despierta la música.

En 1999, la revista "Time" consideró Strange Fruit la canción del siglo. Cuesta no estremecerse cuando suena. Ni siquiera puedo imaginarme lo que sería oírla en el Café Society acunada por la voz de aquella mujer negra de 23 años -el único foco resplandeciente, como cuenta Lynskey, en medio de la luz suspendida- y con un nudo en la garganta porque los camareros se han retirado a la parte posterior del local y ya no se sirve nada de beber. Nina Simone dijo que se trataba de la canción más desagradable que había escuchado jamás, en el sentido de revolver las entrañas disfrazando detrás de una metáfora el sufrimiento que el hombre blanco ha infligido al negro en otras épocas y en algunos estados del Sur. Las canciones de protesta, que hasta entonces eran propaganda, se convirtieron en arte con Strange Fruit.

No es difícil de aceptar la teoría de Lynskey. Tampoco es necesario por ello admitir la canción protesta como un hecho clave en la problemática del mundo. La mejor música de protesta es esencialmente adolescente, y con frecuencia más conmovedora que coherente. El autor de 33 revoluciones por minuto, que ahora publica Malpaso, trata de convencernos de lo contrario resaltando la validez de la fórmula sin caer en la grandilocuencia. El historiador que se ocupa de la música popular corre con frecuencia el riesgo de tomarse demasiado en serio lo que cuenta. Dorian Lynskey elude la trampa cubriendo siete décadas de melodías con declaraciones significativas. Salvo ciertos compases leves, su historia de la canción protesta es generalmente un viaje lo suficientemente sombrío para ser creíble: la desilusión, la desesperación, incluso la muerte, pueblan las páginas.

De cada uno de los 33 capítulos del libro cuelga una sola canción. Lo que Lynskey hace es investigar en el entorno cultural donde se produjo. Se trata de una lectura entretenida y, en ocasiones, necesaria para penetrar en la agitación social de las últimas décadas. Empieza a finales de los años treinta con Strange Fruit y prosigue su recorrido con This Land is Your Land, de Woody Guthrie; We Shall Overcome, de Pete Seeger; Masters of War, de Dylan; Give peace a Chance, de Lennon, Ohio, de Neil Young, White Riot, de los Clash, hasta llegar a American Idiot, de Green Day contra el presidente Bush y las mentiras de la guerra de Irak.

Como es natural las cosas hay que situarlas en su contexto. Con una franqueza que lo distingue, Dave Crosby admitió en sus memorias, Long Time Gone: "Lo que me importaba ante todo era el próximo chute. No me preocupaba demasiado por los que pasaban hambre en Afganistán". Por lo general ha sucedido así y, sin embargo, para probar lo contrario ahí está la voz de Billie Holiday cuando cantaba aquello de "southern tres bear a strange fruit" ("los árboles del sur dan un fruto extraño") refiriéndose a los negros ahorcados pendiendo de una soga.

No todo ha de tener una misma consideración en esta vida.

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