Anabel Santiago Sánchez nació en Argentina, en junio de 1981. No es un secreto pero sí es un dato para entender las pasiones culinarias de esta moza asturiana de 27 años. Unas pasiones que van de la cocina porteño a la montaña casina, pasando por las delicias orientales. Emigración familiar de ida y vuelta en lo personal y en la mesa.

Santiago es argentina en la querencia infantil y asturiana de a pie de calle y de escenario. Una de las mejores voces de la música regional de la última década y una joven que a los 19 años ya vio cómo ponían su nombre a una calle de la capital del Principado.

No exige en la mesa más que en la música. Poca cosa, un producto de calidad, una manipulación adecuada y una presentación lo más cuidada posible, a la altura del comensal o del público; en definitiva, del cliente.

Entre sus escenarios fetiche cabe esperar que esté el teatro Campoamor, donde se proclamó seis veces ganadora del Concurso y Muestra de Folclore «Ciudad de Oviedo», que patrocina LA NUEVA ESPAÑA. En cuanto a un restaurante donde acudir cuando el estómago y la mente lo requieren, no tiene duda, su establecimiento de referencia es La Cueva Devoyu, a un kilómetro de Les Yames, en las montañas de Campo Caso. Y lo es porque es el restaurante de sus padres, Alitrio y Victoria. «No hay como comer en casa». Los platos preferidos por Anabel Santiago son un compendio de su vida.

Es como una extrapolación del ¿quieres más a papá o a mamá? Alitrio se encarga de la parrilla, en la que prepara un delicioso secreto ibérico o un excelente queso. Victoria se trajo del otro lado del charco la receta de las pizzas. Argentina es un país pizzero, donde la tradición italiana se afianzó con la emigración.

La madre de Anabel Santiago hace unas pizzas que poco tienen que ver con las de los establecimientos de comida rápida. En La Cueva Devollu son pizzas «de masa gorda» e «ingredientes contundentes». En la copa, siempre un buen Ribera del Duero. «Ninguno determinado porque nunca me acuerdo de los nombres», reconoce.

No se decide. Quiere por igual a papá y a mamá. Un buen secreto ibérico a la parrilla, como el que se comió ayer, o una cuidada pizza. Hay días para todo. Pero siempre algo en la mente, «cuando quiero comer bien voy a casa de mis padres». Una afirmación que desvela una carencia que la artista reconoce. Anabel Santiago pasó su infancia entre los fogones del restaurante familiar pero le tiró más la tonada y no es buena «cocinitas». La canción, los ensayos, los conciertos, las grabaciones de sus discos y las clases que imparte en las escuelas de música de Noreña, Langreo y Cangas de Onís le restan tiempo para ponerse el mandil. Aun así, y pese a que se confiesa «carnívora», cuando puede saca las potas y le dedica unas horas a las legumbres, a los cocidos, a los platos de cuchara.

Y como tampoco siempre se puede acercar a Campo de Caso, como no siempre puede ir a casa de mamá y papá, la chica salta de nuevo el charco y pasa del solomillo a la comida oriental, de la montaña casina al mar. Anabel se escapa cuando puede a Gijón, al restaurante San, en el número 6 del paseo del Muro. Es la debilidad de pasar de un lado a otro del mapa gastronómico mundial, de la carne argentina a las miniaturas japonesas, como de la contundente tonada asturiana a la delicada música oriental, del todo a la parte, una suerte de metonimia inversa en lo gastronómico y lo musical. Un recorrido que pasa por Oviedo, por el teppanyaki del restaurante De Labra, en Santa Ana de Abuli.

En lo de beber la chica es bastante más prudente. «En el mundo del artisteo parece lo contrario, pero con la voz no se pueden permitir excesos». Nada de copas nocturnas, «aunque sí algunas cañas y sidras en Luanco (donde vive), en Oviedo o en Gijón». Se conforma y llena sus ratos libres con «una vida de mujer madurita». Cine, cenas tranquilas y mucha música.