Oviedo, Eduardo GARCÍA

Las mujeres sacan mejores rendimientos académicos que los hombres. Es una constante estadística en España, que se refleja en los datos de Asturias. Los sociólogos lo denominan la «feminización del éxito académico», y no es nada nuevo.

La segunda variante del problema es la clara distinción de género a la hora de elegir los estudios superiores. Las chicas van a las carreras de Ciencias de la Salud, pero evitan las ingenierías, por poner dos ejemplos característicos. Números cantan: según el último informe de la Conferencia de Rectores (CRUE) «La Universidad en cifras 2008», un total de 453 mujeres habían formalizado su matrícula en el curso anterior en carreras técnicas en Asturias, por 1.196 varones. En ese mismo curso, la matrícula femenina en Ciencias de la Salud ascendió a 377 por tan sólo 80 varones. Sucede en toda España (casi 18.000 mujeres en Ciencias de la Salud, por poco más de 5.000 hombres, y, en el lado contrario, unas 13.000 mujeres en carreras técnicas por 37.000 varones). Es decir, la proporción, en trazo grueso, es en ambos casos de uno a tres.

Pero si ahondamos en las estadísticas de abandonos universitarios en carreras técnicas, por cada mujer que tira la toalla antes de acabar la carrera lo hacen casi cuatro hombres. Es decir, el abandono es menor entre ellas incluso en ese terreno tradicionalmente acotado al «poder» masculino.

Hasta aquí los primeros datos, y desde aquí las primeras preguntas. Si ellas sacan mejores rendimientos que ellos, ¿por qué las carreras que en teoría requieren mayores sacrificios y capacidades no son carreras femeninas, sino todo lo contrario? Las respuestas son variadas, y una de ellas la aportan las profesoras del Departamento de Ciencias de la Educación de la Universidad de Oviedo, Carmen Rodríguez Menéndez y Mercedes Inda Caro, que elaboran desde hace algún tiempo un proyecto de investigación en torno a estos temas.

La teoría habla de distintas creencias de autoeficacia, según género. Ellas se sienten menos competentes de lo que en realidad son, y ellos, al revés. Al percibirse más competentes, los chicos no tienen inconveniente en apuntar alto a la hora de elegir estudios. Carmen Rodríguez señala que «es frecuente escuchar en ellas frases como "yo en una ingeniería no me veo" o "una ingeniería me va a quedar grande". Es una autoinhibición que en muchos casos resulta infundada».

Pongamos una alumna que haya sacado con holgura todos los cursos de la ESO y los dos del Bachillerato. Sin suspensos y en general con buenas notas, incluyendo las Matemáticas, la Física o la Química. ¿De 10? Posiblemente no, pero sí de 6. Tiene todas las capacidades del mundo para abordar cualquier ingeniería, pero de hecho la estadística nos dice que tan sólo una alumna por cada diez que comienzan la ESO acabará matriculada en una de ellas.

Entra en juego la segunda variable: la prudencia, una virtud que se puede convertir en un freno. A las chicas les falta decisión a la hora de elegir sus estudios y tienden a ir más a lo seguro, sin olvidar que el mundo de las ingenierías ha sido siempre muy masculino. Y en casa es relativamente frecuente el padre ingeniero, pero mucho más raro la madre ingeniera. Cuestión de patrones, que también influyen.

Carmen Rodríguez y Mercedes Inda son claras: «La amplia mayoría de la comunidad científica ha llegado a la conclusión de que no hay diferencia de rendimiento en materia tecnológica» entre hombres y mujeres, pero lo cierto es que sólo el 3% de las chicas se matricula en el itinerario tecnológico en Bachillerato, por el 15% de los chicos.

Ya se produce, por tanto, una brecha antes de la llegada a la Universidad, inmediatamente después de unos años en los que el rendimiento académico femenino es muchísimo mejor que el masculino. Rodríguez e Inda señalan «el final de la Primaria e inicios de la Secundaria» cuando se detecta esa diferencia de actitud y motivación. «Ellas tienen mayor adaptabilidad a los requerimientos escolares, aceptan mejor las normas y generan menos problemas de disciplina», pero queda aún mucha investigación seria por hacer. «Es evidente que hay una actitud diferencial hacia los estudios», en todo caso modificable.

¿Educación diferenciada, clases de chicas por un lado y de chicos por otro? Los más significativos estudios realizados al respecto -Estados Unidos, Australia, países nórdicos...- «no ven la educación diferenciada como una solución óptima», señalan con cautela las profesoras Rodríguez e Inda, quienes recuerdan que «nuestro mundo es un mundo de hombres y de mujeres».

Es un debate contaminado ideológicamente en España. Hay quien pide diferenciar géneros en algún momento de la vida escolar, y hay quien aboga por separar a chicas y chicos en determinadas materias. Pero más allá de estas polémicas, Mercedes Inda y Carmen Rodríguez recuerdan que «el nivel cultural y económico de cada familia influye de forma determinante» en los logros del alumno. Es lo que se llama el capital cultural. Otra brecha y otro reto al sistema.