Langreo,

Miguel Á. GUTIÉRREZ

En este incierto arranque del siglo XXI los quijotes son autónomos o asalariados por cuenta ajena de renta limitada y los molinos toman la forma de grandes empresas deshumanizadas, gobiernos cómplices y sindicatos abúlicos. De eso y mucho más trata «Teatro precario», la obra que el director, actor y escritor Maxi Rodríguez estrenó el pasado domingo en un abarrotado teatro de La Felguera. A través de siete píldoras, versión escenificada de otros tantos artículos publicados por Rodríguez en la revista «Atlántica XXII», el montaje teatral retrata los atropellos del sistema y los desesperados intentos del individuo por salir indemne de ellos. Todo aderezado con la incuestionable destreza de Rodríguez para el costumbrismo de esa Asturias que conoce tan bien.

Con una temática semejante, la obra no podía sustraerse al clima prehuelguístico que vive el país. Antes de que se abrieran las puertas del teatro, CC OO, que colabora en el patrocinio del montaje, repartió octavillas en forma de abanico del 29-S. Sin embargo, fue la única referencia expresa al paro general porque la problemática analizada por Rodríguez, colaborador de LA NUEVA ESPAÑA, no se puede ceñir exclusivamente a la coyuntura más actual.

Los personajes de la obra, interpretada por la compañía «El Perro Flaco», se rebelan, aunque sea de palabra, ante la impunidad «globalizadora» y dejan constancia de la insoportable insignificancia del individuo ante un aparato que los supera. Incluso la canción elegida para separar cada pieza («Agotados de esperar el fin» de «Ilegales») y la propia escenografía (dos estructuras plegables con forma de celda) son toda una metáfora.

La crisis se juega en muchos campos y la obra analiza varios de ellos en cada una de las piezas independientes: el patrón que busca la docilidad de sus empleados amenazándolos con un futuro que podría ser peor; el padre en paro que trata de explicar a su hijo qué es eso de las deslocalización; el político corporativista que tapa la corrupción del de al lado; o los debates ideológicos de chigre con exaltación de la amistad y del leninismo, regados con vodka con limón. El bombardeo de mensajes, lanzados por personajes cercanos y perfectamente reconocibles, también es abundante. La obra habla del destierro del ideal obrero frente a la aspiración común a convertirse en clase media, del drama humano que se esconde detrás de cada parado o del poder desmesurado que ejercen las multinacionales, cercano incluso a suplantar a los propios gobiernos. Para hacer ver que no todos los abusos que sufre el individuo son económicos, la última pieza del montaje refleja la insumisión de un joven ante las cámaras de seguridad repartidas por la ciudad que observan sus movimientos.

Como en las películas de Hollywood, este final podría abrir la puerta a una secuela. Los desmanes hipotecarios merecerían una obra entera y el acoso telefónico de las compañías para vender sus productos, generalmente a la hora de la siesta, tal vez dos.