Oviedo, P. Á.

Pasan los años, se publican nuevas biografías y el «síndrome Negrín» emerge como el gran -y casi único- contratiempo de la vida de Severo Ochoa. El premio Nobel asturiano está incluido en el libro «Vida secreta de nuestros médicos», del periodista catalán Genís Sinca, un volumen en el que también aparecen figuras como Santiago Ramón y Cajal, Gregorio Marañón, José María Gil-Vernet, Joaquín Barraquer y Carlos Jiménez Díaz. Sinca da un paso más y llega a establecer una cierta vinculación entre la traición de Negrín y la marcha de Ochoa de España.

«Un asunto feo, imperdonable». Así sintetiza Genís Sinca el ya célebre episodio de la mala jugada de Juan Negrín a Severo Ochoa en una oposición a cátedra a la que se presentó el científico luarqués. «El bioquímico jamás se explicó la razón verdadera de aquella traición», agrega el autor manresano, quien asegura que este grave desencuentro «impulsó definitivamente» la idea de Ochoa de abandonar España.

Recapitulemos. Juan Negrín, quien andando el tiempo sería presidente del Gobierno de la República, era catedrático de Fisiología de la Facultad de Medicina de Madrid. Su magisterio impactó a Ochoa, quien siempre reconoció que «abrió amplias y fascinantes perspectivas a mi imaginación». En 1935, cuando Ochoa ya era doctor y había protagonizado algunas contribuciones científicas de fuste, fue invitado por Negrín a presentarse a la cátedra de Fisiología de la Universidad de Santiago de Compostela. El propio Negrín presidiría el tribunal. «Negrín no diré que me forzó, pero su insistencia fue tal que decidí presentarme», explicaba el Nobel, quien tuvo como contrincantes a Jaime Pi Suñer y a Oriol Anguera.

Las pruebas se celebraron en Madrid, entre diciembre de 1935 y enero de 1936. Admite el científico asturiano que su papel no fue brillante, pese a lo cual, «en líneas generales, probablemente merecí ganar la cátedra». Sin embargo, la plaza fue para Pi Suñer. Sostiene Ochoa que Negrín «debió de tener gran parte de responsabilidad» en su defenestración, y atribuye esta maniobra a que «yo me había ido con Jiménez Díaz».

En el libro «Severo Ochoa y España», Marino Gómez-Santos (biógrafo de Ochoa) desvela una clave relevante. Se trata de una carta del catedrático Jesús M. Bellido fechada semanas antes de la oposición y dirigida a Negrín. En la misiva, intercede en favor de Jaime Pi Suñer, hijo de un estrecho colaborador suyo. Genís Sinca da por buena esta explicación. Y apostilla: «Negrín ni tan siquiera se dignó explicar la razón de su extraño proceder, y Ochoa, simplemente, hizo lo que creía mejor para su carrera: marcharse. La situación política invitaba a la escapada».

Con todo, el autor de «Vida secreta de nuestros médicos» aporta, acto seguido, una frase de Severo Ochoa que contribuye a esclarecer las razones últimas de su decisión de buscar nuevos horizontes. «Mis ideas eran liberales, las de ella (se refiere a su esposa, Carmen), también, aunque más moderadas, pero no podíamos simpatizar con uno ni con otro bando. De otra parte (...) no había, aun sin guerra, en la España de entonces, la posibilidad de hacer la clase de ciencia que yo soñaba con hacer».

Gómez-Santos testimonia que Ochoa nunca pudo olvidar la contradictoria conducta de Juan Negrín. «Le afectaba todavía en su ancianidad», señala. Y agrega que, cuando rememoraba el episodio, repetía: «¡Qué actitud la que tuvo Negrín conmigo!».

No fue ésta la única ocasión en que el bioquímico asturiano rozó la cátedra en España. Hace unos meses, José Luis Villar Palasí, ex ministro de Franco, declaró que a principios de la década de los setenta del siglo pasado trató de que se concediera a Ochoa el rango de catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid. Y puntualizó que el obstáculo lo puso entonces el presidente Carrero Blanco con un argumento cuya verosimilitud deja mucho que desear: «No procede el nombramiento porque Ochoa es masón». Prosigue Villar Palasí: «Entonces le repliqué: pues se lo he comentado al Generalísimo y le ha parecido bien. Carrero me dijo que retiraba lo dicho».

Sin embargo, Ochoa se quedó sin cátedra, según algunas fuentes simplemente porque no la quiso, como también pudo haber rechazado un Rectorado universitario de carácter más bien honorífico que se le ofreció. Y todo apunta a que de ahí surgió la idea de la creación del Centro de Biología Molecular que lleva el nombre del Nobel asturiano.

En las primeras páginas de su libro, Genís Sinca señala que su libro contiene «la disección biográfica de veinte gigantes de la medicina española, generados en el desierto científico de un país con poca cultura y tradición científica». Sobre algunos de ellos aporta datos interesantes. Es el caso del análisis de la faceta humana de Santiago Ramón y Cajal, y en particular de su relación con su esposa y con su hija enferma Enriqueta. Sinca cita declaraciones de un nieto del Nobel de Medicina de 1906. «No es cierto que dejase morir a Enriqueta, ya desahuciada, y que la abandonase; sí es cierto que su muerte coincidió con importantes descubrimientos, pero de eso a no hacer caso de la hija que se está muriendo media un abismo». Acerca de su relación con su mujer, precisa: «La llevaba con él a todos los viajes que hacía al extranjero».