Richard John Bingham, séptimo conde de Lucan, figura, 37 años después de su desaparición, en la lista de miembros distinguidos del Clermont, aunque ya nadie le espera en ese exclusivo club del barrio de Mayfair de Londres. El jueves 7 de noviembre de 1974, poco antes de que se lo tragase la tierra, lord Lucan había quedado con unos amigos para cenar allí, sin embargo decidió que la noche era más propicia para asesinar a su mujer, Veronica Duncan, aquejada de trastornos mentales, con la que mantenía una amarga disputa por la custodia de los hijos tras haberse separado de ella. Provisto de esas intenciones, se dirigió a la casa de Belgrave Mews, pero lo único que logró fue acabar con la niñera de 29 años, una infeliz llamada Sandra Rivett que ese día tendría que haber gozado de descanso.

No hay que fiarse, sin embargo, de las apariencias, porque después de transcurrido tanto tiempo ésta es sólo una de las hipótesis en que se sustenta uno de los grandes misterios británicos, probablemente el que más expectación ha despertado en el último cuarto del siglo pasado y en lo que llevamos de éste. Vayamos simplemente a los hechos; Lucan era un aristócrata de 39 años, elegante y de poderoso atractivo físico, de carácter algo pendenciero, jugador empedernido y con un alto tren de vida. Acumulaba deudas y los acreedores lo perseguían cuando aquella noche un desconocido penetró en la casa de Belgravia, donde la condesa Lucan vivía con los tres hijos y la niñera.

El intruso, antes de huir, golpeó con un tubo de plomo a la joven, la mató y supuestamente intentó estrangular a la condesa, que había acudido en su auxilio ¿Quién era el agresor? No se supo nunca, aunque lord Lucan desapareció esa misma noche: su auto fue encontrado en Newhaven; su barco, fondeado, pero jamás hallaron su cuerpo. Según los amigos, era aparentemente el suicidio de un hombre desesperado que quería asesinar a su mujer y que, en lugar de ella, había matado a la baby-sitter. No quería enfrentarse a la justicia y no le quedaba otra salida. Antes, supuestamente, había llamado por teléfono a su madre para informarle de que algo horrible había sucedido en la casa y pedirle que se encargase de los niños. También habría visitado a unos amigos de su círculo más íntimo en Sussex.

Scotland Yard ha vuelto a confirmar, no obstante, su creencia de que Lucan se encuentra vivo, alimentando de esta manera la obsesión nacional por su paradero. Sobre el misterio del aristócrata inglés que se esfumó del escenario del crimen se han escrito miles de páginas, hay publicados varios libros y emitidos documentales y telefilms. Muriel Spark escribió una novela, Los encubridores, sobre el caso. Todavía no hace demasiado, se vendió por 18.000 dólares, en una de las casas de remate de Londres, el escritorio victoriano del conde, cuyo recuerdo despierta fascinación. Turistas británicos mantienen haberlo visto convertido en hippie en la India, en Nueva Zelanda o incluso jugando una partida de póquer en Bostwana. La Policía siempre se ha inclinado por pensar que su paradero se halla en Sudáfrica.

A falta de un cadáver, Duncan MacLaughlin, ex investigador de Scotland Yard, escribió en los noventa un relato en el que lord Lucan reaparecía en sandalias y con larga barba en una playa de Goa, la ex colonia portuguesa de India. Para ello, siguió los pasos de un vagabundo, borrachín y jugador, que se parecía al conde como si fuese un alma gemela. La escritora Muriel Spark sitúa a Lucan, veinticinco años después del asesinato, en el consultorio de la psicoanalista más famosa de París. «Vine por una consulta... No tengo la conciencia tranquila... Soy lord Lucan: la policía me ha buscado por más de veinte años. Supongo que conoce mi historia», se presenta el conde. «No es posible. Ya estoy atendiendo a otro paciente que dice ser lord Lucan», le responde la psicoanalista. El personaje es ubicuo.

El bisabuelo de Richard John Bingham, tercer conde de Lucan, se había granjeado una mala reputación en la guerra de Crimea, donde ordenó la Carga de la Brigada Ligera, que acabó con la muerte de más de 600 hombres en Balaclava. Su error militar táctico no tuvo, sin embargo, la maldita repercusión del misterioso asesinato de la niñera.