El penúltimo concierto de las Jornadas de Piano «Luis G. Iberni» -o último, si se prefiere, ya que en el recital de Gustav Leonhardt será con clave-, ha sido, también, el de despedida del maestro Friedrich Haider como titular de la orquesta «Oviedo Filarmonía». El concierto tuvo tres polos de atención. El primero con la participación de «El León de Oro», coro de primera categoría y de exquisito gusto musical como lo demostró, una vez más y gracias a la excelente labor que realiza Marco Antonio García de Paz al frente del grupo, en las tres intervenciones sinfónico corales, de Mendelssohn -«Wie der Hirsch schreit nacht frischem Wasser» Salmo 42, op. 42-, y Schubert -de «Rosamunde», «Hier aud den Fluren mit rosigen Wangen» y «Wie lebt sich's so fröhlich im Grünen»-, en las que lo único que podría echarse en falta sería un coro más nutrido para redondear la sonoridad global, aunque precisamente la sorprendente sonoridad de «El León de Oro» respecto al número de componentes es una de sus importantes virtudes.

Para Javier Perianes, sin duda uno de los pianistas españoles de mayor proyección del momento, su presencia en las Jornadas de Piano -después de un recital mítico como el de Sokolov, tan reciente en el tiempo y en la memoria-, supuso un reto. Globalmente creemos que tal vez el poder efectivo del protagonismo pianístico no fue tan categórico como cabría esperar, al menos en el primer movimiento, dando la sensación -imprecisión en no pocos ataques conjuntos lo pusieron en evidencia-, de falta de liderazgo entre pianista y dirección, o línea clara a la hora de marcar unas directrices precisas en una obra del repertorio pianístico tan paradigmática como es el Concierto para piano y orquesta n.º 5 en Mi bemol mayor, Op. 73 «Emperador».

El primer movimiento careció de mesura en el tempo y en cierta manera adoleció de recato en lo solístico. Perianes pareció encontrarse más a gusto con la dirección en el «Adagio un poco moto», y podría haber sido, aún más, el movimiento para la deliciosa introspección expresiva que regala la escritura beethoveniana. El dominio pianístico de Perianes no ofreció, en cualquier caso, lugar a dudas, y la facilidad con la que consigue superar cualquier dificultad resulta como poco sorprendente, aunque como decimos el resultado global de la interpretación en cuanto a entendimiento entre solista y director fue discreto. El «Emperador» no consiente medias tintas. Una poco habitual «Mazurca» de Chopin, por infrecuente, por su «moderna» factura y estética, y por la propia interpretación manierista de Perianes, sorprendió muy agradablemente como propina. Haider cuidó más la interpretación de la Sinfonía n.º 4 en Si bemol mayor Op. 6 de Beethoven, y la orquesta, a pesar del tempo muy agitado del cuarto movimiento «Allegro ma non troppo» -Allegro «pero no demasiado»-, tuvo uno de los mejores momentos que recordamos, pletórica de energía y certera en la ejecución. Fue un vibrante adiós de un Haider que también tuvo unas palabras de despedida y agradecimiento, «aunque mañana me marche a Viena, algo de mi quedará aquí», y pidió que en tiempos de crisis, de crisis también hacia lo que significa la cultura, puntualizó, no se deje de apoyar -hasta la que ese mismo día y durante siete años-, a la que ha sido su orquesta. Como despedida musical ofreció la «Farandole» de la Suite «La Arlesiana» de Bizet.