Alberto Aza se va sin vivir «la maravilla» en el cargo de jefe de la Casa Real: «acompañar al Rey en el momento de izar la bandera española en el peñón de Gibraltar». Le harían falta más años que una vida -ya tiene 74- y se va después de 9 en un puesto en el que gestionó la boda del Príncipe heredero y los achaques del Rey. Este diplomático ovetense logró la confianza de Adolfo Suárez, del que fue «fontanero»; de Felipe González, que lo nombró en 1992 embajador de España en el Reino Unido para reclamar la soberanía de Gibraltar; de José María Aznar, que lo mantuvo, y de su ministro de Exteriores, Josep Piqué, que lo puso al frente de la Oficina de Información Diplomática y, al final, del Rey, que lo eligió para lubricar las relaciones, especialmente las ásperas del Aznar de la mayoría absoluta. Para saber de sus relaciones con la prensa basta leer la sucesión de halagos con los que se le recibió y despidió.

En las lindes de la política y la diplomacia -eso que gustan llamar «servicio al Estado»- permaneció en lo más alto como uno de los secretarios que estuvieron al frente del gobierno en la noche del «Tejerazo» y allí donde le tocó, como en la napoleónica coronación del asesino, ladrón y caníbal Su Majestad Imperial Bokassa I del Imperio Centroafricano.

Alberto Aza nació en Tetuán -entonces capital del protectorado español en Marruecos- el 23 de mayo de 1937, donde estaba destinado su padre, militar de carrera. Alrededor de los 9 años la familia regresó a Oviedo. Estudió ingreso en La Milagrosa, Bachiller en el Colegio de Loyola y las carreras de Filosofía y Letras y Derecho, esta última porque su padre quería que su único hijo fuera diplomático.

Siendo estudiante viajó a Inglaterra sin saber inglés, durmió en un albergue del Ejército de Salvación y sacó patatas en un campo de trabajo. Pasó el curso 1958-59 en la Universidad de Edimburgo, donde aprendió inglés a fondo, conoció la libertad de las sociedades democráticas y se hizo la primera idea de un país al que regresaría de embajador.

Una amiga común le presentó a Eulalia Custodio, Lala. Ella era hija de un ingeniero impresor catalán afincado en Madrid. Por complacer a su futuro suegro aprendió catalán (habla también inglés, portugués, italiano y francés y se defiende en árabe). Lala también habla varios idiomas y pinta. Los casó en Madrid el jesuita Jesús Aguirre -futuro duque de Alba- que al final del enlace dio dos besos a la novia, algo poco frecuente entonces. Se fueron de viaje de novios a Ibiza, mientras Aza hacía las prácticas de la milicia como alférez.

Su carrera diplomática empezó en 1962, en Libreville (Gabón) y lo tuvo ocupado hasta 1975 en la agitada Argelia y en la vieja Italia, donde se fabricaban las nuevas ideas políticas. Regresó a Madrid para ocuparse de la dirección general para el Próximo Oriente en el Ministerio de Asuntos Exteriores.

En un viaje a Estados Unidos y México coincidió varios días con Adolfo Suárez y conectaron. El presidente del Gobierno lo nombró dos semanas después, el 14 de mayo de 1977, director de su gabinete. Con 40 años y en excedencia de la diplomacia progresó en las labores de «fontanería» -término que acuñó el propio Aza-, de desatascar las relaciones del Gobierno en la incipiente democracia: fue director de Difusión Informativa Internacional, de Relaciones con los Medios Informativos y subdirector de la Oficina de Información Diplomática, donde conoció al Rey Juan Carlos preparándole los viajes al extranjero.

Cuando dimitió Suárez, en febrero de 1981, Aza lo acompañó. Los Suárez, los Aza y los Meliá (Josep Meliá fue secretario de Estado de Información) fueron de viaje a Panamá, invitados por Arístides Royo, presidente del país. Lala volvió embarazada de su sexto y último hijo, que Suárez apadrinó. Aza siguió también a su jefe y amigo en la creación del bufete Suárez y Asociados y en el Centro Democrático y Social, de candidato al Congreso por Huelva. Sin éxito.

Regresó a la diplomacia y superó pronto las reticencias de los recién llegados socialistas. El 1 de marzo de 1983 fue nombrado director general para Iberoamérica, una sección que forma parte de la Organización de Estados Americanos. En 1985 recibió su primera embajada: embajador permanente de España ante la Organización de Estados Americanos, con sede en Washington. En 1990, México.

En 1992, a propuesta de Felipe González, sustituyó al marqués de Tamarón en la Embajada de España en el Reino Unido, abriendo unos años importantes en las negociaciones sobre la soberanía del Peñón. El Gobierno de José María Aznar lo mantuvo en Londres tres años más. Lo cesó Abel Matutes, regresó a Madrid y, a los pocos meses, el nuevo ministro de Exteriores, Josep Piqué, lo nombró director general de la Oficina de Información Diplomática en momentos tan sensibles como la obsesión antiterrorista que siguió al 11-S y la presidencia española de la Unión Europea.

En septiembre de 2002 se convirtió en el cuarto jefe de la Casa del Rey -cargo que había desempeñado el también ovetense Sabino Fernández Campo- para preparar la sustitución de José Fernando Almansa, quien gestionó el nombramiento consensuado por la Corona y el Ejecutivo. Entró como secretario general, en sustitución de Rafael Spottorno (que ahora le sucede), e hizo con Almansa «una transición ordenada» para sustituirle como jefe, coordinando los servicios de seguridad, el protocolo, relaciones con los medios de comunicación y las secretarías de la Reina y del Príncipe de Asturias.

Cuando llegó, las relaciones con la prensa estaban empañadas por el enfado del Príncipe Felipe por la forma en que se había tratado su relación con la modelo Eva Sannum, pero su noviazgo con Letizia Ortiz terminó en una boda mediáticamente bien gestionada. Se va con la atención centrada en la salud del Rey en los últimos tiempos.

Mantiene su relación con Asturias y la casa grande y rosada de Ballota (Cudillero), donde se aísla del exterior y se relaciona en el pueblo con una normalidad que acompaña siempre su imagen. Irónico, buen conversador, buen imitador, llano, no tiene problemas para entretener su tiempo. Tiene 6 hijos y 10 nietos, le gustan la pesca sin muerte y el golf, la música clásica, especialmente con partitura de Wagner y con voz de Plácido Domingo. Aunque tiene también casa en Torrent, en la Costa Brava, es fiel a Ballota, el pueblo al que fue a dar su abuelo, militar retirado por una grave enfermedad en el verano de 1936 y en el que veraneó la familia en la casa de un administrador del duque de Alba. Aza la compró a mediados de los años setenta.