No es fácil ver en nuestros escenarios a los mejores bailarines del mundo. Por eso las galas de ballet nos aportan una inmensa satisfacción, al darnos la oportunidad de poner una lupa sobre el mapamundi de la danza y disfrutar de singulares interpretaciones en breves pero intensos fragmentos de distinguidas coreografías ejecutadas, como en esta ocasión, por excepcionales bailarines. Ellos venían del Bolshoi, Mariinsky, Royal Ballet de Londres, Ópera de París, English National Ballet y Birmingham Royal Ballet. Las dos representaciones, dirigidas por Ricardo Cue, tuvieron lugar en un bello rincón de España, en la Costa Brava, en Calella de Palafrugell, en medio de unos cuidados jardines, dentro del festival Jardins de Cap Roig.

La función comenzó con Tamara Rojo, que tuvo como compañeros a Ian Mackay y a Nehemiah Kish. La expectación por ver a la bailarina española era enorme, ya que en dos ocasiones anteriores tuvo que cancelar sus actuaciones en este festival por lesiones de última hora. En los tres «pas de deux» que bailó respondió a plenitud. Reveló sus diferentes facetas artísticas y su ductilidad. En «La bella durmiente», hito del género, mostró su elegancia y línea más clásica. Su sentido más teatral se hizo patente en «Sueños de invierno», de MacMillan. En «La esmeralda», con la que se cerró la velada, Tamara, que respondió a plenitud al interés creado, cautivó a un público entregado a la brillantez de su arte. Con su fluidez natural y concepto seguro, demostró una vez más su magnífica técnica. Sus precisos equilibrios y múltiples «fouettes» dieron relieve a este exigente «pas de deux». Rojo siempre garantiza unos resultados pletóricos, por lo que se ganó las ovaciones más intensas y efusivas.

El arte español resplandeció a gran altura con una impresionante farruca de «El sombrero de tres picos», en el que la gran revelación, Sergio Bernal -destinado a llenar páginas de gloria en nuestro baile- volvió a impactar por su virtuosismo y grandes facultades. El madrileño, de 20 años, da sensación de plenitud. Es un artista que siente y comunica, de talento innato, que imprime elegancia, belleza plástica y categoría a sus intervenciones. El público le respondió con entusiasmo y admiración, dedicándole apasionados y fortísimos bravos, los primeros y más espontáneos de la noche. También fue muy aplaudido posteriormente por su sentida interpretación junto a la prodigiosa Lola Greco, en el estreno absoluto de la última obra de Cue, titulada «Sergio y Lola», en la que se representa a un joven y a una mujer madura. Según el coreógrafo: en los ojos de la juventud vemos la llama; en los de la madurez, la luz. Seduce por la vía de la emoción. Ardor dramático y lirismo se dan la mano. La concepción y realización de la coreografía explora las posibilidades rítmicas, melódicas y expresivas en las que la música del «Concierto andaluz» de Joaquín Rodrigo se complementa con el baile español, que, a su vez, enlaza con el ballet y con ciertos flujos de expresión contemporánea.

Evgenia Obraztsova, del Mariinsky, y Mikhail Lobukhin, del Bolshoi (éste, de grato recuerdo en Oviedo por su espléndida actuación el año pasado), poseen la impronta y la erudición del impecable estilo de la escuela rusa. En «Romeo y Julieta», de Lavrosky, Obraztsova, de frágil belleza, nos deleitó y conmovió con una manifestación efusiva en la que resalta su exaltación por haber encontrado el amor. Los de la Ópera de París, Dorothée Gilbert y Alessio Carbone, dos bailarines de una alegría exultante, destacaron en el difícil «Tchaikovsky pas de deux», de Balanchine, imprimiendo gran intensidad, velocidad y precisión. En sus respectivos solos mostraron versiones llenas de efervescencia y ocurrencias. David Makhateli y Natalia Kremen, en «Giselle», transmitieron el aliento romántico de esta pieza, icono de la época.