Pola de Laviana,

El fotógrafo lavianés Eladio Begega (El Condáu, Laviana, 1928) camina lentamente apoyado en su bastón, como siempre, lleva consigo una cámara colgada al cuello, se sienta tranquilo y observa a su alrededor. La plaza del Ayuntamiento de Laviana se muestra ante sus ojos repleta de terrazas con ambiente juvenil y niños jugando al balón, su mirada despierta al ver una figura que capta su interés: un anciano que con su boina y su «cayáu» disfruta sentado de la tranquilidad del parque bajo un árbol. Begega saca la cámara y, sin dudarlo, capta la silueta.

Tras una vida dedicada a la fotografía, Begega ha visto en los últimos diez años cómo sus instantáneas se han dado a conocer por toda la región gracias al trabajo de Juaco López, director general de Patrimonio Cultural y ex director del Muséu del Pueblu d' Asturies, institución que impulsó la fascinante obra de este autor a través de multitud de exposiciones y con la publicación del libro «Mis vecinos de El Condáu». Carmen Ortiz García, antropóloga e investigadora del CSIC, ha publicado en la «Revista de Dialectología y Tradiciones Populares» un artículo sobre el citado libro, en el que afirma que «la originalidad de la obra de Begega radica no sólo en lo que enseña y señala con su cámara, sino en la posición desde la que mira. Lo que muestra es una visión «interna» de su propio grupo social y vital». Y añade: «Es el fotógrafo "nativo", el indígena mostrando activamente su propia visión de su propio mundo».

-Exposiciones, un libro y, ahora, un estudio sobre su obra de la antropóloga Carmen Ortiz, ¿cómo se digiere todo esto tras más de cincuenta años captando imágenes en el anonimato?

-En principio, uno piensa que no merece tanta dedicación, será porque soy más crítico con mis fotografías y puedo ver algún fallo que otros no ven como tal, pero estoy muy agradecido a las palabras que me ha dedicado Carmen Ortiz, me han encantado.

-En el texto sobre sus fotos, Carmen califica su obra de original, a pesar de que retrate un ambiente tan corriente como la vida rural en las décadas de los 60, 70 y 80, ¿usted también la definiría de esta forma?

-No sé si la calificaría como tal, destacaría más bien la naturalidad que la originalidad. Soy uno de ellos, un vecino más de El Condáu, no soy un señorito de traje y corbata con una cámara que les saca fotos, yo me siento, les hablo, los conozco y sé tratarles; entonces, cuando lo veo oportuno, disparo.

-No les pide que se coloquen y posen?

-Nunca. No me gustan las poses, hay que hacerlas rápido para que salgan bien, la gente tiene que querer que la retrates, tiene que mirar cómoda a la cámara pero sin poses superficiales, eso queda fatal. Los gallegos dicen «quítame una foto», me llamó mucho la atención la primera vez que lo oí y es muy acertado porque, cuando alguien se deja retratar, entrega lo más preciado que posee, su imagen y si no quieren, no sale igual.

-¿Cuáles son las claves de una buena fotografía?

-Que sea técnicamente perfecta, pero no soy un teórico, me dejo llevar por mis impulsos, la confianza es el secreto. La fotografía es como hacer el amor, si quieres hacerlo te entregas con gusto y todo sale bien, se disfruta, como no quieras es un desastre. La fotografía es arte y magia, el fotógrafo es igual que un mago, cuantos más trucos sepa mejor.

-¿Cómo se interesó por ella?

-Empecé con 30 años más o menos, por entonces leía revistas sobre fotografía y el tema me empezó a llamar, hasta que un día decidí comprarme una cámara, una Minolta. Los que sabían del tema me decían que las japonesas eran muy blandas pero se equivocaban, aún la conservo junto a las otras 27 que he tenido y sigue sacando fotos casi como el primer día.

-¿También conserva todos los negativos?

-Por supuesto, tengo más de medio millón, ahora los estoy digitalizando, aunque me da un poco de miedo, no me fío de los discos duros.

-Hablando de digitalizar, ¿cómo ha vivido la transición de la fotografía tradicional a la digital?

-Sin problemas, lo que sí me costó fue el paso al color, fue un reto, pero no me quedó otra porque me profesionalicé y la gente era lo que pedía, hacía bodas, comuniones y, sobre todo, muchas fotos de carné. Aunque me sigue gustando más el blanco y el negro porque puedo manipular yo mismo la imagen en el proceso de revelado.

-¿Dónde tenía el laboratorio?

-También en El Condáu, debajo de un hórreo, lo monté allí tras pasar un día por la tienda de Mario Pascual en Sama, me invitó a entrar y conocer el proceso, cogió un negativo, lo metió en la amplificadora, reveló la imagen y dijo «ya está». Yo pensé «si lo haces tú, lo hago yo», así que compré todos los cacharros y me los llevé al pueblo.

-¿Recuerda su primera foto?

-Sí, fue a una mujer anciana, me gusta el retrato humano, especialmente el de hombres y mujeres viejos, me parece algo increíble sacar a los que podían marcharse antes que yo, se puede decir que me especialicé en eso.

-¿Por qué le apasiona tanto ese tipo de imágenes?

-La fotografía es la verdad o, al menos, lo era antes de que se pudiera manipular con programas informáticos, la imagen de esas personas perduraría en el tiempo aunque ellas nos dejaran.

-Tiene una gran colección de retratos de mendigos y gitanos?

-Sí, me gusta sacar a la gente marginal de la calle, son distintos y muy agradecidos, están acostumbrados a que la gente les trate mal y por eso se dejan llevar por mí. Les gusta que les llame por su nombre, que hables con ellos de tú a tú. Luego, les doy una copia de la foto y les encanta.

-¿Qué le queda por fotografiar?

-Siempre me quedará la espinita clavada de no haber sacado la mejor imagen que tuve la oportunidad de perpetuar. Fue hace muchos años, una vecina del pueblo me llamó para que fuera a su casa a hacerle una foto de carné a su hermana, una señora de la que decían que era un poco retrasada, cosa que era mentira pues poseía una gran inteligencia, así que me presenté allí, la senté y cuando saqué la cámara para disparar empezaron a brotar de sus ojos enormes lágrimas. No pude hacerlo. Jamás vi tanta tristeza.

-Además de los retratos, ¿qué otros temas le gustan?

-Tengo varias instantáneas de los jornaleros en el campo y de muchos paisajes, estuve más de 35 años intentando sacar una fotografía del pico Peña Mea, hasta que un día di con lo que buscaba, era difícil pero lo conseguí, lo mismo me pasó con una foto de la luna llena, tras 20 años encontré la imagen que quería, no fue nada fácil, pero la fe en mi mismo era esencial, ahora ya sé cómo se hace.

-¿Dónde está el secreto de que maneje tan bien la luz?

-Experiencia, mucho trabajo en el laboratorio y, sobre todo, aprender de los errores.