SÁBADO, 24 DE SEPTIEMBRE

Cuando era joven

Cuando era joven me gustaba repetir un verso de Villamediana: «No me puedo sufrir a mí conmigo». Con el tiempo, si no otras cosas, he aprendido a soportarme. Pero debo reconocer que a veces me cuesta bastante. Cómo envidio a los que no me soportan y además, al contrario que yo, no tienen ninguna obligación de hacerlo.

DOMINGO, 25 DE SEPTIEMBRE

Manías personales

Siempre he creído que la inteligencia de las personas está en razón inversa a la importancia que conceden a las faltas de ortografía. A mayor importancia, menor inteligencia.

Y si alguien escribe a un periódico diciendo que va a dejar de comprarlo porque en la edición de no sé qué día encontró tres erratas ¡y hasta una falta de ortografía!, entonces ya no tengo ninguna duda: ese señor es tonto (además de profesor jubilado, por lo general).

Y que no se me irriten los tontos con buena ortografía (ni los profesores jubilados: ya me queda poco para ser uno de ellos). Claro que la corrección ortotipográfica es importante. Tan importante como salir bien aseado a la calle. Pero ese es asunto menos del escritor (o del político) que del corrector editorial. Los que se escandalizan de encontrar alguna falta de ortografía en los exámenes seguro que no han tenido nunca la ocasión de observar los manuscritos de Lorca o de Gómez de la Serna. «Don Ramón, don Ramón, he tenido que corregirle una palabra», le dijo una vez un tipógrafo a Valle-Inclán, «¡había puesto usted ermita con hache!», «Pues ha hecho usted mal, debería haberla dejado: habría servido de campanario», le respondió el escritor.

LUNES, 26 DE SEPTIEMBRE

Temas locales

Dice un amigo mío que la música no favorece la actividad intelectual. Después de haberme aburrido como nunca con la representación de «El murciélago», de Johann Strauss, leo las declaraciones de Mario Pontiggia, director de escena: «La producción que ahora presentamos prescinde del contexto vienés de los tiempos de Sissi. Esto no obedece a un simple capricho estético. Trasladando la acción al siglo XX, a esos años que habían dejado atrás la cruenta Segunda Guerra, podíamos recuperar la alegría de vivir, el desparpajo que hacía olvidar las preocupaciones, la picaresca y el cinismo de esta comedia de alta sociedad».

En la ópera llaman «trasladar la acción» a cambiar los decorados y disfrazar de una manera o de otra a los personajes. Al director de escena le apetece «trasladar» «Il trovatore» de Verdi al contexto de la Alemania nazi, pues nada más fácil: se coloca alguna esvástica acá y allá, se disfraza al coro de miembros de la Gestapo y todos tan contentos. Mario Pontiggia, que no parece distinguir muy bien las guerras mundiales, sitúa a los personajes en los años veinte (si hemos de hacer caso a vestuarios y decorados), pero luego traduce las partes habladas y las trufa de alusiones que las sitúan en el Oviedo actual. Chen Reiss, la soprano que hace de Adele, no sabe hablar español, y por eso lo hace en alemán. ¿Algún problema? En absoluto. El ingenioso Pontiggia le hace decir a su señora Rosalinde que está aquí estudiando un Erasmo.

«El murciélago» es una comedieta disparatada, muy de otro tiempo. Mario Pontiggia salpica el texto de referencias locales y actuales presuntamente cómicas. En un primer momento la broma pudo tener gracia. Tres horas y media después, maldita la gracia que tiene. Actualizar «Hamlet» no es darle un móvil para que llame a Ofelia.

No sé yo si la ópera favorece o no la actividad intelectual. La de los directores de escena, seguro que no. Ni la de los aficionados que se han acostumbrado, con tal de que la música suene bien, a darles por buena cualquier disonante ocurrencia. Hasta los disparates tienen su lógica, que hay que saber respetar.

MARTES, 27 DE SEPTIEMBRE

Eso no es cultura

-¡Qué razón tenías con lo de la zorra y el gallinero! -me dice un amigo-. No, el problema no son unas facturas más o menos justificadas, el problema es el Niemeyer, que al parecer nada tiene que ver con la cultura, sino con el espectáculo. Marcos Vallaure, que viene a vengar viejas ofensas a su Museo y al Tabularium, está obsesionado con acabar con él. ¿Crees que lo conseguirá?

-No te preocupes, que ya le hará su jefe cambiar de opinión cuando vea los votos que le hace perder. A mí Vallaure me cae bien. Tiene gusto poético. Cita a Xuan Bello.

-Imagínate que Berlusconi nombra al Marcos Vallaure de Italia ministro de cultura. ¡Lo primero que hace es tratar de acabar con la Bienal de Venecia! ¡Un pabellón donde se invita a niños y mayores a jugar con plastilina! ¿Es eso arte? ¡Dos cabezas mecánicas, unidas por la rala cabellera, que se mueven y dialogan! ¡Eso es circo, eso es espectáculo! ¡Carlos Saura hace fotos borrosas!

-No te burles del bueno de Marcos Vallaure. Ni siquiera creo que haya visitado la exposición de Saura. Eso de las fotos se lo habrá oído a Crabiffosse, que como es el mejor estudioso de la fotografía en Asturias, no aguanta bien que aquí se haga algo sin tenerle en cuenta. Una reacción muy humana.

-Lo que pasa es que tú le defiendes porque más de una vez has ido al Museo de Bellas Artes, su finca particular, con tus amigos de la tertulia a leer poemas. Y seguro que os pagaban bien. Eres un estómago agradecido. Qué razón tenía la anterior administración cuando lo quería dejar todo bien atado. Oía acercarse los cascos de los caballos con el hacha en la mano resentida y vengadora.

MIÉRCOLES, 28 DE SEPTIEMBRE

Votar o no votar

Siempre que oigo arremeter contra los políticos en general (otro procedimiento infalible, como el de la ortografía, para reconocer a un tonto) recuerdo una viñeta de El Roto publicada hace algún tiempo en «El País»: un ciudadano indignado (de los del 15-M) alza los brazos al cielo y clama: «Señor, ¿por qué tenemos políticos tan malos?». Y el Dios tronante del Antiguo Testamento asoma entonces entre unas nubes y grita: «Porque los votáis, imbécil».

Algunos, aplicándose el cuento, deciden no votar. Y el resultado es que los gobiernan los políticos que eligen los que no piensan como ellos. O sea, que es peor el remedio que la enfermedad. Yo prefiero votar a lo menos malo que encuentro en el mercado.

JUEVES, 29 DE SEPTIEMBRE

Poesía y matemáticas

Cada vez me siento menos combativo. Debe de ser cosa de la edad. Hubo un tiempo en que me metía en todos los charcos. Ahora leo que este mastuerzo es un gran poeta, aquella nadería un gran narrador y Vicente Luis Mora el mejor de los críticos surgidos en los últimos años, y me encojo de hombros. En el último número de «El Ciervo» selecciona lo fundamental de su biblioteca de crítica literaria. Una de las obras es «El anillo de Clarisse», de Claudio Magris, subtitulada, según nos indica, «Tradición y nihilismo en la literatura alemana», y le pone varios reparos, el principal, la ausencia de autores «de lengua no alemana», autores «que están a la altura o incluso por encima del nivel germánico medio». Lo que es como reprocharle a un libro que se ocupa de la arquitectura gótica no dedicarle ni un capítulo al Neoclasicismo del siglo XVIII.

Pero no se limita a eso la gran revelación de la crítica literaria. Selecciona también un libro de Ignacio Prat, «Estudios sobre poesía contemporánea», y cita un ejemplo de su estilo: «Se mantienen en C2.2 ([29], [30] y [36]) los poemas de c1.2 [21], [20], que constituían con [23] (también 7-21-X-T) el grupo central de la parte segunda en 1928; [23]». Lo considera un «extraño ejercicio de inteligencia» y se pregunta cómo criticar un texto, qué tipo de análisis es mejor. «Las ratios matemáticas de Prat son una posibilidad, aunque, si usamos un método científico para medir poemas, parece más interesante la estratigrafía que la topología, cuyas limitaciones, incluso en el propio campo matemático, quedaron demostradas por Gödel».

¿Pero tiene algo que ver con las matemáticas o con «un método científico para medir poemas» el asustante parrafito de Prat? En absoluto. Lo único que hace es señalar los cambios que se dan entre una edición y otra del «Cántico» de Guillén. Lo traduzco: «En la segunda parte del "Cántico" de 1936 (con los números de orden 29, 30 y 36) se mantienen los poemas del "Cántico" de 1928 (números 21, 20), que constituían, junto con el 23 (también formado por 21 versos de siete sílabas con rima blanca y agrupados en tercetillos) el grupo central de esa parte segunda». En la cita Mora se ha saltado un fragmento, y al cortarla tras «[23]» demuestra que no entiende lo que está copiando. El final de la frase es el siguiente: «[23] "El horizonte" ha pasado al puesto inicial de C2.4 ([98])». Esto es: el poema titulado «El horizonte», que en la edición de 1928 hacía el número 23 y estaba en la parte segunda, en la edición de 1936 pasar a formar parte de la parte cuarta y hace el número 98».

Sospecho que Vicente Luis Mora sabe tanto de poesía como de matemáticas y que su alusión a la estratigrafía y a la topología y a Gödel es solo un recurso retórico para sorprender a los lectores más ingenuos (lo mismo que el aparente cientifismo de Prat, un engañabobos para lectores desatentos: a Gimferrer creo que le entusiasmaba).

Antes estas cosas me irritaban y era el primero en reírme en público de quienes en público hacían el ridículo. Ahora me limito a sonreír y a pasar a otra cosa.

VIERNES, 30 DE SEPTIEMBRE

Autorretrato de desconocido

¿Quién fue Roberto Robert? Mi amigo Valdés me regala un libro suyo, editado en 1885 por «La República. Diario federal para sus suscriptores». Al final del prólogo se lee: «Deseábamos hacer aquí un corto relato de su vida; pero no hemos podido procurarnos suficientes noticias suyas. Baste por hoy saber que vivió y murió pobre, no faltó jamás a sus principios democráticos, y habiendo empezado por labrar joyas de oro y plata, dejó a la nación verdaderas joyas literarias».

Busco y rebusco en internet, donde se afirma que está todo, y tampoco encuentro yo noticias suyas. Me gustaría saber quién fue, porque lo que de él dice el anónimo prologuista es exactamente lo que me gustaría que se dijera de mí, no ahora (ofendería mi natural modestia), sino dentro de cien o doscientos años: «Espontáneo y fácil, escribía como hablaba; de corazón leal y sincero, decía solo lo que pensaba y sentía; de claro juicio y de un sentido común nada común entre los autores de nuestros días, no se dejaba llevar fácilmente de supersticiones ni de logomaquias. Cautivan y cautivarán en todo tiempo su obras a cuantos no ciegue la pasión ni el fanatismo».