Profesor de Ciencia Política en la Complutense

Gijón, J. M. CEINOS

Juan Carlos Monedero (Madrid, 1963), es doctor en Ciencias Políticas y profesor titular en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Entre los años 2000 y 2006 fue asesor de Gaspar Llamazares, entonces coordinador general de Izquierda Unida. Monedero no milita en la coalición. Ayer, invitado por la Sociedad Cultural Gijonesa, presentó en Gijón (en la Biblioteca Pública Jovellanos), su libro titulado «La Transición contada a nuestros padres. Nocturno de la democracia española».

-¿Cuándo empieza realmente la Transición de la dictadura franquista a la democracia, con la muerte del general Franco el 20 de noviembre de 1975?

-Formalmente la ciencia política suele establecer el comienzo ahí, aunque yo soy de los que opinan que empieza un poquito antes, con las grandes protestas laborales de los años 1974 y 1975, donde se empieza a dejar claro que el régimen no va a durar tras la muerte de Franco. Es decir, Franco murió en la cama, pero la dictadura murió en la calle.

-¿Y cuándo finaliza, si es que lo hizo?

-Termina el 13 de marzo de 2004, cuando la ciudadanía española decide echar del Gobierno al Partido Popular por mentir con los atentados del 11 de marzo. Creo que implica un elemento de madurez que permite apuntar que el franquismo perdió una gran baza: que una ciudadanía es capaz de castigar a un Gobierno no tanto por el atentado ni por participar en la lucha de Irak como por la gestión del atentado. Una madurez democrática que me permitió pensar que la Transición había culminado y empezaba la fase de consolidación democrática.

-Acaban de inhabilitar al juez Garzón y de apercibir desde el Consejo General del Poder Judicial al magistrado que instruye el «caso Urdangarín», yerno del Rey. ¿Está consolidada la democracia o son dos anécdotas?

-Digo que empezó la fase de consolidación. Una de las cuestiones que abordo en el libro es que este país sigue teniendo mucho franquismo sociológico. El libro se subtitula «Nocturno de la democracia española» y ese nocturno hace referencia a que la música de nuestra democracia sigue siendo lúgubre. Este país se acostó franquista y se levantó demócrata, lo que significa que mucha gente que nunca había movido un dedo por la democracia pasó a ser reconocida como demócrata y nunca se lo llegó a creer. En la fase de consolidación de la que hablo veremos si nuestra democracia cae del lado de las democracias de baja intensidad o de las democracias de alta intensidad.

-¿De qué va a depender?

-Tiene que ver con la recuperación de la memoria de lo que construyó la democracia en Europa, que fue el antifascismo. Fíjese que España fue el único país de Europa durante mucho tiempo en el que podías ser demócrata sin ser antifascista, cosa que era imposible en el resto de nuestro entorno. Entonces eso situó a jueces, a catedráticos de Universidad, a mandos policiales, a familias empresariales, a notarios, a directores de periódico en ese horizonte de democracia de la cual realmente no participaron. Por eso, si la ciudadanía no está atenta, esos sectores que están muy bien ubicados van a seguir reclamando el privilegio que tuvieron durante el franquismo.

-¿Debemos colegiar, entonces, que la Transición no cambió la superestructura del poder?

-Hay que distinguir entre la Transición y su relato. La Transición fue una pelea entre los que querían mantener el franquismo, los que pretendían ligeras reformas y quienes querían la ruptura. Ninguno de esos tres elementos tenía fuerza suficiente y Europa conspiró para que el elemento reformista fuera el que triunfara. Se acallaron las voces críticas, se hizo mucha presión mediática, se cooptó a la Universidad para que defendiera ese modelo de reforma y el Partido Socialista Obrero Español, de alguna manera, por su necesidad de ocultar al Partido Comunista, que era el que había peleado durante la dictadura por la democracia, asumió ese papel reformista fracturando la ruptura, que le hubiera correspondido más liderar al Partido Comunista. Ese marco situó al país en la reforma que, y esto es muy importante, si en el entorno de la muerte de Franco la diferencia estaba entre los franquistas y los antifranquistas, rápidamente pasa a leerse entre el «búnker» y los demócratas, de manera que gente que en la pelea franquistas-antifranquistas hubiera estado al lado de los primeros, como Manuel Fraga, al cambiarlo todo entre «búnker» o demócratas, Fraga pasó del primer plano al segundo. Es decir, sectores que en otros países hubieran estado inhabilitados para tener cualquier tipo de cargo o de responsabilidad durante la democracia, pasaron a seguir siendo factores institucionales en el marco democrático. Y a esto hay que añadirle que el relato de la Transición ocultó toda esa pelea y lo que hizo fue plantear la idea de la inmaculada Transición, de figuras míticas como el Rey o el relato falso del intento de golpe de Estado del 23-F, etcétera.

-Es decir, un relato falso...

-Ese discurso hace, por ejemplo, que la gente joven mirase hacia atrás y no viera dónde referenciarse, y se ve muy claro en el movimiento 15-M, que en vez de recordar a los españoles que entraron en París con la División Leclerc (en 1944) y terminaron con los nazis, recurren a Stéphen Hessel y su «Indignaos»; no tenemos memoria de esos abuelos que fueron lo mejor, el ADN de la democracia española.

-Otra reforma laboral en medio de la crisis, vientos de guerra en Irán. ¿La sociedad está asustada?

-Estamos perdiendo el Estado de derecho por decisiones como la del Tribunal Supremo, que es una cacería contra un juez que les resulta disfuncional, y no olvidemos que muchos jueces juraron los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional y que la causa que realmente los molesta es la de los crímenes del franquismo, que destapa sus orígenes antidemocráticos. Estamos perdiendo, por tanto, el Estado de derecho, también el Estado social, como demuestran los recortes brutales y eso que llaman la «doctrina del shock», el miedo que están metiendo a la ciudadanía a través de los medios de comunicación de que poco menos que estamos en el basurero de la historia, para recortar los derechos que, comparativamente con el entorno europeo, ya son bastante leves. Y lo último es que estamos a punto de perder, el Estado democrático, como demuestra que se cambiara la Constitución sin que hayan sido consultados los ciudadanos. Ahora mismo, los vicios de la Transición son los vicios de la democracia y como en todo proceso democrático, o la ciudadanía asume su propia responsabilidad, o está perdida. Si lo dejamos en el Parlamento, en los jueces o en los partidos, como se demostró en Sevilla, no hay solución. Los partidos están noqueados y son rehenes de la lógica del sistema. Ahora es el momento de la ciudadanía.