El tenor Joaquín Pixán, acompañado de la Orquesta Sinfónica de Gijón, dirigida por Oliver Díaz, ofreció anoche un concierto en el teatro Jovellanos que tuvo como patrocinadores a los Amigos del Puerto de Gijón, entidad anexa a la Autoridad Portuaria. El presidente del Puerto, Emilio Menéndez y la alcaldesa de Gijón, Carmen Moriyón, encabezaron la larga lista de invitados, en la que se incluían diversas autoridades locales, políticas, culturales y sociales. Por tanto, lleno total.

El programa era muy sugerente, entre otras razones por su variedad, supeditada ésta a la extraordinaria voz de Joaquín Pixán; nuestro casi hijo adoptivo de la villa, en cuanto a la fórmula, ya que de hecho hace mucho tiempo que tiene casa en Gijón. De cualquier manera sabemos que la maquinaria se ha puesto en marcha. Joaquín iba a cantar algunas piezas del célebre compositor italiano Francesco Paolo Tosti, el gran melodista del siglo XIX, más alguna canción asturiana, y varias coplas; géneros muy distintos en los que había curiosidad, no dudas, de cómo se desenvolvería el artista.

Oliver Díaz alzó la voz, antes de la batuta, para dirigirse al público y agradecer a la Autoridad Portuaria su empeño en promover la cultura, ya que, dijo, ésta pasa por una crisis semejante a la económica. Se veía venir la cuña publicitaria, y en efecto, Oliver Díaz habló de los éxitos de la autopista del mar -la primera de Europa- y de cómo habría de impulsar el tejido empresarial, y disminuir el tráfico rodado. Es de bien nacidos ser agradecidos, así que pasemos a los suyo.

La orquesta tuvo una ejecución sobria y profesional; las orquestaciones de las coplas, realizadas por el gran compositor gijonés Jorge Muñiz, le dieron trascendencia a unas partituras que quizá nunca se habían visto envueltas en lujo mayor. Si a ello se suma la categoría del intérprete, ni ellas mismas se creerían el rango que se les imprimió en tal día como ayer, una noche de febrero en el Jovellanos. Pero... Vamos por partes.

Ante las tres canciones italianas el público se mostró algo frío, sobre todo en la primera. La segunda, «Ideale», era preciosa, melódica; la cosa se calentaba. «L'Ultima Canzone», de inequívocos aires napolitanos arrancó los primeros ¡bravos!. Tras el precioso intermezzo de «Cavallería Rusticana», sólo de orquesta, volvió Joaquín Pixán y la armó. En «Soy asturiano» estuvo espléndido, su voy se trasparentaba el sentimiento al cantar «no puedo Asturias vivir sin ti». La emoción ya revoloteaba el patio de butacas, preparándose para el «Romance de la mina». Se fue un segundo a beber; un caballero, la botella en el suelo no se soporta. «Si yo fuera picador...» Ay... ¿Cómo se puede hacer algo tan bello? El entusiasmo se desató el largos y calurosos aplausos.

En la segunda parte escuchamos al Joaquín Pixán de la copla. «La Zarzamora», «Ojos verdes», «La Lirio», «Coplas de Luis Candelas», «Romance de valentía», «La Salvaora»... Muy bien, pero seguimos dejando que reinen Concha Piquer o Rocío Jurado. Ocurre lo mismo que cuando Plácido Domingo grabó un álbum de tangos. Estupendo, pero jamás Domingo destronaría a Carlos Gardel. ¿Por qué? Modestamente pienso que tanto uno como otro desperdician sus voces en géneros que no calzan con sus fantásticas cualidades. Otro asunto hubiera sido la interpretación de la habanera de «Don Gil de Alcalá», escrita para tenor; nos habíamos hecho ilusiones, pero la realizó sólo la orquesta.

Al final, ante la fuerte insistencia del público, se concedió un bis. Y sonó entonces la tonada de la «Oda a Jovellanos». Genial. Ahí estás, querido Joaquín, ahí, en el número uno.