Guitarrista, miembro de «Entrequatre», reaparece tras la amputación de un dedo de la mano

Oviedo, Carolina G. MENÉNDEZ

La tranquilidad de un día de descanso en la casa familiar de Infiesto donde construía una pequeña cabaña se convirtió el 6 de febrero de 2011 en una jornada fatídica para el músico Manuel Paz: un cepillo con el que lijaba un tablón de madera le amputó el dedo meñique de la mano izquierda, imprescindible en un guitarrista para tocar todos los acordes y muchas escalas. Casi dos años después del accidente que le llevó a someterse a una delicada operación en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) y en la que le fue implantado un dedo del pie en la mano cercenada, Manuel Paz reaparece ante el público. El próximo miércoles, junto a su grupo, el cuarteto de guitarras «Entrequatre», ofrecerá un concierto en el teatro Jovellanos de Gijón.

-Al echar la mirada atrás, ¿cómo recuerda aquellos primeros días tras el accidente?

-Están ahí y no están. Durante las primeras semanas, la imagen del accidente cruzaba la cabeza a todas horas y dolía; ahora no, ahora puedo recordarla sin estremecerme.

-Tras ese día, ¿se vieron más afectadas sus emociones o el cuerpo en su plano físico?

-El cuerpo sólo perdió un dedo y a las emociones hubo que amarrarlas para que no se desbocaran.

-¿Pensó en algún momento que no podría tocar nunca más?

-Claro, pero sobre todo la primera hora, la que tardé en llegar a urgencias. Era domingo por la tarde y allí, mientras me curaban, la doctora Martín me habló de la posibilidad de trasplantarme un dedo del pie. Desde ese momento supe que volvería a tocar. Otra cosa son las incertidumbres que lógicamente te asaltan.

-Y si se hubiera visto obligado a abandonar la guitarra, ¿hacia dónde encaminaría su vida?

-La lesión era importantísima y el cuerpo humano es de una complejidad enorme. Tocar un instrumento es una actividad que requiere de la plenitud de condiciones porque las músicas te llevan al límite técnico. Así que aunque los cirujanos hicieran un trabajo prodigioso, como finalmente ocurrió, quedaba saber si el dedo del pie podía realizar esas funciones tan extremas. De no ser así habría estado dispuesto a abordar otras actividades en mi vida; tengo varias, pero antes de que llegara el momento de planteármelo seriamente ya estaba tocando.

-¿Cómo ha recibido su mano un dedo del pie?

-Es curioso que esa imagen de un extraño llegando a un lugar donde nadie le reconoce y, por tanto, ni está cómodo él ni los que le rodean, tiene algo de cierto. Cuando el dedo del pie llegó a la mano estaba inflamado, lleno de costuras, torpe, y tocarlo era como tocar un palo. Ahora es otra cosa.

-Y usted, ¿cómo lo siente? ¿Es todavía un ser extraño?

-Está muy integrado en mí porque ha recuperado una buena parte de la sensibilidad, que es fundamental. Además, como la mente lo puso a trabajar desde el primer momento, cabeza y dedo están muy coordinados.

-¿Ha sido difícil el día a día de este maratón de casi dos años?

-Tan duro como apasionante. Tengo mucha curiosidad científica y encontré abundante materia para alimentarla, lo que me ayudó mucho. Visto con perspectiva, el proceso es fascinante: en la primera cura me estiraron la piel para salvar lo más posible del dedo; después vino el estudio de mis condiciones físicas y mentales antes de abordar una intervención que se prolongó por espacio de doce horas. Con el visto bueno de la operación llegó una fase muy ilusionante: buscar la forma más idónea del implante que me permitiera tocar la guitarra. Un día que estaba hablando por videoconferencia con un buen amigo guitarrista de Salamanca se nos ocurrió que él se entablillara el dedo. Entonces, sobre la marcha, partió una lima de uñas a la mitad y la unió al dedo con un celo, se puso a tocar y pudo. Fue un momento maravilloso. A partir de ahí entablillé dedos a todo guitarrista que se me ponía delante y comprobé que todos podían tocar, incluso diseñé unas piezas de madera con distintas curvaturas para facilitar esos datos a los cirujanos.

-Habla de doce horas de operación; eso, cuando se sabe de antemano, impone.

-El quirófano del doctor Camporro impone, pero mucho menos de lo que imaginaba porque en aquella coreografía de enfermeras, cirujanos y anestesistas veía tanta seguridad que no pasé de las 75 pulsaciones. La rehabilitación fue prodigiosa y del palo rígido que era mi nuevo dedo alcancé una movilidad increíble en sólo cuatro meses. Sólo con un proceso como éste eres plenamente consciente de la maquinaria sanitaria que tenemos.

-Al poco del accidente creó el blog «Historia de un dedo».

-Empezó siendo una crónica para que los amigos estuvieran al día de cómo me iba, porque era imposible atenderlos a todos; después se convirtió en mucho más, especialmente en una válvula de escape porque la multitud de cosas que te atoran la cabeza en un percance como éste reposan cuando las escribes.

-¿Ha vuelto a cepillar madera?

-Sí, mes y medio después del accidente, justo una semana antes de entrar en el quirófano, terminé de cepillar aquellos tablones, no era plan que además de perder un dedo perdiera la cabaña que estaba haciendo. Pero cuando encendí la máquina no hubo un pelo del cuerpo que no se quedara de punta; tuve que esperar unos minutos para dejar de temblar y, finalmente, lo hice. Se trataba de coger el toro por los cuernos porque la vida y el tiempo no se paran por nada. Otro toro lo cogí cuatro días después del accidente. Era jueves por la tarde y tenía la imagen de mi mano sin dedo atravesando la cabeza continuamente; entonces me levanté y me puse a tocar la guitarra con silencios en las notas que tenía que dar el dedo ausente. No sé con qué temblé más, si con la guitarra o con la máquina.

-¿Cree que se ha resentido su interpretación?

-Estoy pletórico. Musicalmente no he perdido absolutamente nada y técnicamente he tenido que reordenar cosas, recalcular ciertas posiciones y calibrar algunas medidas. Es lógico, porque el dedo no es igual al otro, pero he encontrado solución para todo.

-Entonces, ¿ha alcanzado la calidad y el nivel interpretativo que tenía antes o todavía queda camino por recuperar?

-En «Entrequatre» estamos tocando el repertorio más complicado que tenemos, y le aseguro que hay notas que dar... También es cierto que sigo acomodando detalles, pero son mínimos.

-Se ha enfrentado a todo el proceso con una entrega y valentía asombrosas.

-Sonará grandilocuente, pero creo que en la ética. Me considero una persona coherente, leal y comprometida, y en momentos así los principios apuntalan. Estoy convencido de que si fuera un canalla no habría salido de ésta. Además está la gente de mi alrededor, que es mucha y de gran calidad.

-¿Qué lecciones ha sacado de este suceso?

-Todas positivas. Una vez que ocurren las cosas tienes dos opciones: vivirlas o atormentarte con ellas, y para mí todo lo vivido desde que entré en urgencias es maravilloso.

-¿Cómo ha reaccionado su entorno?

-Si pones una viga de pie, por fuerte que sea, si no se apuntala, se cae. Tengo una familia maravillosa y soy como soy gracias a ella. No quiero imaginar este trance sin ella, desde el minuto primero ha sido fundamental. En cuanto a los amigos y colegas, la lealtad y los ánimos que me infundieron son imposibles de corresponder.

-El implante fue una apuesta arriesgada, ya que se trataba de la primera operación de estas características que se practicaba en Asturias. ¿Qué cree que llevó al equipo médico a embarcarse en una experiencia así?

-Su propia seguridad y la mía. Para ellos, devolver la capacidad de tocar la guitarra a alguien que había conseguido una nominación a los «Grammy» era un reto fascinante pero arriesgado y no lo habrían intentado si no me hubieran visto tan seguro, según me dijeron. El trasplante de un quinto dedo no se había hecho nunca en Europa, y para esa funcionalidad es el primero en el mundo.

-¿Qué supone enfrentarse otra vez al público?

-En los momentos más duros que pasé para aliviar las emociones sólo tenía que imaginar que caminaba hacia el escenario, al instante me caían las lágrimas formando un reguero. Ese momento ha llegado y es emocionante.