Oviedo, P. GALLEGO

Asturias tiene también sus propios meteoritos. Contar su historia exige remontarse a la segunda mitad del siglo XIX, concretamente al 5 de agosto de 1856 y al 6 de diciembre de 1866, para hallar sus rastros. Del primero, el meteorito de Oviedo, se conservan dos fragmentos, uno en Madrid y otro en París, «aunque ambos son diferentes, por lo que no sabemos cuál es el verdadero», explica Luis Miguel Rodríguez Terente, doctor en Geología y director-conservador del Museo de la Facultad de Geología en Oviedo. Un fragmento del segundo, conocido como «el meteorito de Cangas (de Onís)», descansa en una de las mesas de exposición del museo de esta Facultad.

De un discreto color parduzco, 3,2 kilos de peso y perteneciente al tipo de meteorito más común, «los condritos», explica Terente, los meteoritos son una muestra de los materiales implicados en el origen del universo. Éste atravesó como un bólido el cielo de Norte a Sur, dejando una estela blanca. «La gente lo describió como el ruido de una locomotora», apunta el director. El meteorito de Cangas, como el que ayer cayó en Rusia, no impactó contra la superficie terrestre creando un cráter, sino que se rompió en pedazos al atravesar la atmósfera, convirtiéndose en cientos o miles de partículas. Como la metralla que, por la energía cinética, daña todo lo que rodea a la explosión de una bomba. «Las posibilidades de que un meteorito impacte con la Tierra no son grandes, así que es mejor pensar que no nos va a tocar», apunta. Sí les tocó a los dinosaurios, que se extinguieron hace 65 millones de años tras el impacto de un meteorito, según la teoría del premio Nobel Walter Álvarez, norteamericano y bisnieto de un asturiano de Salas.