Se van a cumplir setenta años de la Operación Husky que trajo consigo el primer desembarco aliado en Sicilia. Siete divisiones de infantería (tres británicas, otras tantas de Estados Unidos y una de Canadá) tomaron parte entonces en una de las mayores campañas navales de la historia. La operación comenzó con desembarcos entre Licata y Gela, y Pachino y Siracusa, en la costa sur de la isla, los días 9 y 10 de julio de 1943. Participaron alrededor de 160.000 hombres.

Desde el punto de vista militar, aquélla podía considerarse una campaña relámpago. Las fuerzas aliadas alcanzaron Palermo en tan sólo siete días. Se ha dicho que los estadounidenses sabían no sólo la ubicación de las baterías y de las tropas italianas, sino también los nombres de los oficiales que las mandaban. La población civil, incluso antes del armisticio, recibió con vítores y flores a los invasores, de los cuales aproximadamente el 15 por ciento eran de origen siciliano. A los soldados italianos capturados naturales de la isla se les liberaba y enviaba a sus hogares, mientras que el resto se veía obligado a purgar condenas de guerra en prisiones en África o en los Estados Unidos. Se dijo también que la defensa de Sicilia se mostró más eficaz en allanarles el camino a los invasores que en tratar de impedir la invasión. A pesar de que los servicios secretos italianos tenían conocimiento de las fechas y los lugares de desembarco, el alto mando renunció a enviar a la flota contra los buques aliados, lo que de inmediato permitiría el cómodo avance de las tropas británicas y americanas a lo largo de la costa hasta Messina. También se ha insistido en que en el éxito fulminante de la Operación Husky resultó ser un factor decisivo la complacencia de algunos generales italianos. De lo contrario, no se podría explicar la inoperancia de la flota.

Pero ¿existió o no el pacto con el diablo del que tanto se ha hablado? Genco Russo y Calogero Vizzini, grandes padrinos locales de la Mafia, dieron la bienvenida a los estadounidenses y fueron elegidos para representar al pueblo. Vizzini fue nombrado por un teniente estadounidense alcalde de Villalba y en la ceremonia inaugural se le recibió con gritos en favor de la Cosa Nostra, que empezaba a despertar del largo letargo del fascismo. Durante la administración del coronel militar Charles Poletti proliferaron los alcaldes mafiosos, pero sin duda se debió a que en lugar de los fascistas tomaron posesión los llamados hombres de honor. La actitud posterior a la invasión del gobierno militar fue inspirada por criterios utilitaristas. La amigable actitud hacia los «amigos de nuestros amigos» permitió a la Mafia reagruparse y volver a adquirir la vieja influencia. Más de quinientos mafiosos confinados en Ustica fueron puestos en libertad de inmediato y Poletti se empeñó en facilitarles reinserción en la sociedad.

Pero toda esta teoría, creíble o no, del supuesto pacto de los aliados con la Honorable Sociedad, promovido por Lucky Luciano y Meyer Lansky a instancias Allen Dulles, que posteriormente se convertiría en el primer director de la CIA, quedaría huérfana de magia sin el famoso relato de Don Calò (Vizzini) y el pañuelo. La mayoría de los sicilianos conoce la historia y se puede decir que gran parte de ellos se la creen.

Cuatro días después de producirse los desembarcos, un caza de las fuerzas aéreas estadounidenses sobrevoló los tejados de Villalba, un pueblo situado en el centro de la isla, de gran tradición mafiosa. Los habitantes salieron expectantes a la piazza Madrice para observar adherida al fuselaje del avión una bandera de color oro con una gran «L». Al pasar por encima de la iglesia, el aeroplano dejó caer un paquete que interceptaron los carabineros pero que, según se dice, iba dirigido al párroco Giovanni Vizzini, hermano menor del jefe local de la Mafia, Don Calò. El avión volvió en las horas siguientes para repetir la operación y esa vez el paquete llegó a su destino. Por fuera figuraba el nombre escrito de zu Calò (tío Calò), y, dentro, había un pañuelo de seda con una «L» dibujada, que respondería a la inicial de Luciano.

La misma noche en que la cajita llegó a los manos del padrino de Villalba, un jinete partió hacia Mussomeli, en la misma provincia de Caltanissetta, con un curioso mensaje que desde entonces todo el mundo se ha dedicado a descifrar de la manera que le ha parecido. El texto decía lo siguiente, según recoge John Dickie en su libro Cosa Nostra, aunque existen otras versiones: «El martes día 20 Turi partirá a la feria de Cerda con los terneros. Yo saldré el mismo día con las vacas, los bueyes y el toro. Prepara la leña y organiza los corrales para los animales. Di a otros capataces que se preparen». El supuesto destinatario, un tal zu Peppi, era Giusseppe Renco Russo, el jefe mafioso local y uno de los nombres que adquiriría relevancia en la historia de la organización criminal. Turi, otro mafioso a las órdenes de Vizzini, conduciría según el código campesino descifrado a las divisiones motorizadas (los terneros) hasta Cerda, mientras el mismísimo Don Calò en persona acompañaría a las tropas (las vacas), los tanques (los bueyes) y al comandante en jefe (el toro). Russo se encargaría de preparar el campo de batalla y proporcionar refugio a la infantería (los corrales). La leyenda de Vizzini empezó a correr como la pólvora cuando el día 20 de julio tres tanques se acercaron hasta Villalba en su búsqueda luciendo el dichoso pañuelo.

La pregunta de hasta qué punto el alto mando aliado se habría atrevido a confiar el secreto de una gran operación militar a una banda de mafiosos jamás ha tenido, sin embargo, una respuesta convincente. Más allá de otras conjeturas.