La prevalencia de la enfermedad de Alzheimer en España se ha estimado en el 8% en la población mayor de 70 años. Su incidencia es algo más elevada en mujeres que en hombres. La edad, los factores de riesgo vascular y la base genética son hoy reconocidos como los principales elementos de riesgo para padecer una demencia. El curso evolutivo esperable es el de una enfermedad que se inicia de manera insidiosa y evoluciona de forma lenta y progresiva, aunque no todas las personas que la sufren evolucionan de la misma manera, ni todas llegan hasta la última fase del mismo modo.

La enfermedad de Alzheimer plantea un importante reto clínico, sanitario y socioeconómico, por las necesidades de atención sanitaria y cuidados que demanda, el elevado impacto familiar y la escasez de recursos terapéuticos eficaces. Se trata de un trastorno que afecta a todo el entorno familiar de la persona enferma y cuyo impacto más importante se produce sobre la persona cuidadora principal. Habitualmente, estas personas cuidadoras son sus parejas, generalmente de edad avanzada, lo que hace más difícil afrontar la situación y las convierte a ellas mismas en sujetos vulnerables. Un reciente estudio estima el coste económico en España de la atención a una persona con demencia entre 27.000 y 37.000 euros anuales, de los que el mayor porcentaje corresponde al gasto derivado del cuidado informal del paciente (77-81%), mientras que sólo el 10-13% corresponde al gasto sanitario, y el 6-12% al cuidado formal o profesional, no sanitario.

A día de hoy con los tratamientos específicos de la enfermedad de Alzheimer se pueden obtener beneficios en el dominio cognitivo, funcional y conductual, aunque estos acostumbran a ser modestos. Por desgracia, las personas afectadas evolucionan hasta una fase terminal de la enfermedad en la que se deberá contemplar la retirada de todos aquellos fármacos que pudieran resultar fútiles e inadecuados, incluyendo el tratamiento farmacológico específico para la demencia.

Las recomendaciones más recientes plantean que su tratamiento debería abordar un enfoque multifactorial, que incluya tanto intervenciones farmacológicas como no farmacológicas: dirigidas al entorno, la persona enferma, la familia y/o los cuidadores. Se trata de avanzar desde una atención centrada en el diagnóstico y la tecnología hacia otra más personalizada, focalizada en la atención continuada y la coordinación entre servicios sanitarios y sociales. En concreto, atención primaria juega un papel muy importante en este modelo, al ser partícipe de todas las fases de la enfermedad: prevención, sospecha precoz, seguimiento del tratamiento, control de los síntomas conductuales, información y apoyo a los cuidadores principales, asesoramiento en relación con el plan de cuidados y, al final, prestación de cuidados paliativos.

Por último, aunque en los últimos años la investigación en este campo ha sido muy intensa y extensa, el camino que nos queda por recorrer es aún muy largo. De tal modo que los avances en el conocimiento científico y la divulgación de los mismos son esenciales para comprender y luchar contra esta enfermedad.