A los numerosos reductos prehistóricos que alberga el oriente de Asturias se suma ahora uno de los conjuntos de fauna glacial más ricos de la península Ibérica. Más de mil restos de 34 animales de diez especies distintas, entre las que se encuentran una cría de mamut y tres rinocerontes lanudos, permanecieron enterrados durante milenios en el yacimiento conocido como Jou Puerta, en la zona de Vidiago, descubierto en 2011 durante las obras de la Autovía del Cantábrico.

El hallazgo sorprendió a los paleontólogos por la excelente conservación que presentan los fósiles y por el alto número de animales que allí encontraron la muerte. A todo ello se suma otro dato de interés para los científicos: la convivencia de fauna glacial en un mismo territorio con otras especies de climas templados.

Diego Álvarez Lao, profesor del departamento de Geología de la Universidad de Oviedo y director del equipo encargado de la investigación, sostiene que ésta es una peculiaridad que se da especialmente en la zona cantábrica y que no se registra en otros lugares de Europa. La explicación tiene que ver con la huida hacia el Sur que emprenden las distintas especies a medida que la glaciación cubre de hielo los terrenos centroeuropeos donde habitaban. «Aquí coinciden con la fauna local que ya no puede ir más al sur de la Península», comenta Lao.

La historia del yacimiento y su fauna comenzó hace 36.000 años. Ésa es la fecha más antigua que ofrecen las dataciones de los fósiles, que oscilan hasta los 30.000. En ese arco de tiempo, unos 34 animales murieron al despeñarse por una dolina (depresión en el terreno) que comunicaba con una de las muchas cavidades del subsuelo del oriente asturiano. Todo indica que los ejemplares jóvenes eran más propensos a sufrir ese tipo de accidentes. De hecho, se encontraron los restos de una cría de mamut y de otros ejemplares juveniles.

Lao vincula el hecho de la mayor presencia de individuos nuevos precisamente a que su juventud les hace menos experimentados y desconocedores de los peligros del terreno. Además del mamut, en la dolina cayeron dos rinocerontes lanudos, de 6 a 7 años, y un pequeño leopardo, «aún con dientes de leche todos ellos», señala el paleontólogo.

Las dolinas son depresiones habituales en terrenos cársticos como los de la zona oriental. Los investigadores de El Sidrón también interpretan que los restos humanos de este grupo neandertal, vecino de Piloña, llegaron probablemente al interior de la cueva al ser arrojados a una dolina.

En el Jou Puerta también había ejemplares adultos. Uno de ellos, un rinoceronte lanudo, del que Lao destaca «un húmero de extraordinario tamaño y robustez, que por sus dimensiones perteneció a uno de los mayores rinocerontes lanudos documentados en el registro fósil de todo el mundo».

Con 105 restos correspondientes a tres individuos (dos jóvenes y un adulto viejo), «el conjunto correspondiente a esta especie resulta ser uno de los más ricos de la península Ibérica». El equipo consiguió extraer una mandíbula inferior «muy bien conservada», restos de una extremidad anterior «muy completa», vértebras, una pelvis y otros restos «de casi todas las partes del cuerpo, además de numerosos dientes aislados».

Si el hallazgo del rinoceronte es de primera magnitud, no lo es menos el ejemplar de ciervo gigante que dejó sus huesos en la dolina de Vidiago. Según Lao, se trata de todo un coloso, el mayor ciervo que existió en la historia de la evolución: un megaloceros o ciervo gigante, cuyo tamaño no le sirvió para salvarse de quedar atrapado en el agujero mortal.

Es una especie poco frecuente en los yacimientos ibéricos, y de la que en el Jou Puerta se han podido recuperar «fragmentos de un asta descomunal», destaca Álvarez Lao. De hecho, entre los extremos de ambas astas tenía una distancia (envergadura) de tres metros y medio, y cada una medía en torno a un metro ochenta desde la base hasta el extremo. El propio cérvido tenía una altura de más de dos metros sólo hasta la cruz (el «hombro» del animal).

El Jou Puerta ejerció como trampa de carnívoros y herbívoros durante seis mil años. Después quedó cerrado por una cobertura de lodo y piedras, lo que permitió la excelente conservación de los restos allí depositados al mantenerse alejados de la erosión y la acción fragmentadora de los carnívoros. El resultado es una muestra bastante representativa de la fauna de herbívoros que se movía por la cornisa en unos años en los que acababa de desaparecer la especie neandertal y daba sus primeros pasos por la zona el Homo sapiens.

Para los investigadores, el hecho de que los herbívoros sean mayoría -33 ejemplares frente a 1 carnívoro- tiene que ver con una mejor visión espacial que les hace menos propensos a sufrir accidentes. Su presencia es fundamental, según Lao, para conocer mejor el clima de aquel período.

Los resultados del estudio, en el que han colaborado, además de Álvarez Lao, la arqueóloga María Noval y el geólogo Guillermo Santos, se publican en la revista internacional «Palaeogeography, Palaeoclimatology, Palaeoecology».