GRACIANO GARCÍA

Con inmensa tristeza,

desde este crepúsculo sin luna y sin estrellas,

miro al pasado más lejano

para encontrar el consuelo que me falta.

Y recuerdo así nuestros días de lucha,

de juvenil esperanza en la soñada libertad,

de esperanza también en la victoria,

la única y verdadera victoria:

la de la reconciliación sobre el rencor,

entonces brasa viva en tantos corazones,

desde aquella guerra,

aún más imposible de comprender

que cualquier otra guerra.

Evoco también albas de niebla cerrada,

como si no quisiera amanecer,

memoria de tosca e ignorante censura,

de amenazas,

cuando el miedo que querían

no nos daba ningún miedo:

antes acrecentaba nuestra rebeldía

contra aquella interminable

y humillante noche de piedra.

Y recuerdo,

con lágrimas del alma,

cada Navidad,

cuando nos leíamos

en voz baja,

como una travesura,

en un rincón de un bar cualquiera,

nuestros poemas clandestinos,

nuestro secreto mejor guardado.

? Y miro ahora al futuro,

desde estos tiempos indescifrables,

de codicia sin fronteras,

de desaliento y poco amor.

Y veo el oscuro abismo

donde se amontonan las cadenas vencidas,

prestas siempre al regreso.

Tiempos estos de encrucijada,

de tantas velas sin viento,

de naves naufragadas,

de banderas arriadas,

de ilusiones heridas.

En medio de tanto escombro,

la esperanza, siempre renacida:

no hemos perdido lo que nos guía

en todo tiempo:

fuerza y ánimo, valor e ideales

para cumplir el deber esencial:

trabajar para hacer surcos y siembras nuevas,

por agotadoras que sean las jornadas,

para renovar la tierra y la cosecha,

en una España culta y diversa,

segura de su ser.

Una España que construye y crea

empresas, ciencia, arte y versos

en la Europa de la luz y sin murallas,

hecha de vida y no de cosas,

rebelde contra todas las miserias.

En la Asturias que cree en todo eso,

en nuestra Asturias del alma.

Todo lo mejor es posible ahora.

Tenemos al fin la soñada,

la frágil y siempre amenazada libertad,

el mayor de los tesoros,

unida ya para siempre a nuestro destino,

el de un pueblo digno y con raíz

que nunca claudica ni pierde la esperanza,

que es llama eterna, marea viva.

No puedo creer en tu ausencia para siempre,

precisamente ahora,

cuando regresa la primavera

y está la nieve haciendo aún más bellos

los montes que nos guardan,

cuando en los campos

germinan en silencio

espigas, lirios y amapolas.

¿Por qué te han llamado

tan temprano,

si la ilusionante libertad

que entre tantos arrancamos

aún nos necesita a todos,

si tenemos tantos versos pendientes de decirnos?

¿Qué estragos ha hecho el tiempo en mí,

antes tan valiente -decías?,

y ahora apenas sin valor

para darte un puñado de tierra

sobre la madera,

junto a la cruz que siempre ha guiado tus pasos,

tan en silencio,

como nace al alba la gota de rocío?

Te han llamado

desde los cielos prometidos.

Y te has ido como un héroe,

nunca vencido, ni por el largo dolor

ni por el miedo.

Consciente de lo mucho que aquí dejas,

lo que no es posible querer más,

te llevan con una sonrisa,

pues sabes que vas a escribir

las más bellas crónicas

del viaje hacia donde están

los nunca olvidados,

los nuestros más queridos.

No quiero, Tinín,

amigo en la paz y en la tormenta,

más tristeza.

Yo también sonrío ahora

al pensar que estarás tramando un periódico,

otro más,

en esos inmensos mundos de luz,

para contar glorias y sueños,

para hablar de los amigos

que ni olvidas ni te olvidan.

Cuánto me gustaría leer

lo que escribas al recordar

nuestros poemas clandestinos.

Los míos te los seguiré leyendo

cada Navidad hasta el reencuentro,