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Richelieu, Talleyrand y Pérez pasan de leyendas

El premio "Príncipe de Asturias" considera que los grandes de la política francesa siguieron a Cisneros sin prejuicios

Joseph Pérez, derecha, en el Club, con el historiador Julio Vaquero. Lne

España no es inferior a otros países, ni los españoles estamos por debajo de los ciudadanos de las potencias vecinas. Nadie lo ha visto mejor que el historiador Joseph Pérez, flamante premio "Príncipe de Asturias" de Ciencias Sociales, sin duda porque, ya que hispano-francés, se ha podido librar de la asfixiante atmósfera masoquista española. Más aún, como indica en uno de sus libros, "Richelieu remedó lo que hizo Cisneros sin llegar a lo que él llegó. Talleyrand lee la biografía de Cisneros para aprender el oficio de hombre de Estado. Eso en la Francia de las Luces, ahí no interfiere la leyenda negra". Ni siquiera somos iguales, sino superiores, al menos en el club de los más grandes.

La triada Cisneros-Richelieu-Talleyrand, puesta a funcionar como juego de comparaciones, tiene la máxima importancia, porque los tres se ocuparon del Estado desde la mitra. Actuaron ejerciendo en la jerarquía de la Iglesia. Estaban tan en el siglo como los reyes, conocían a fondo la corte, pero actuaron como burgueses, si se permite la licencia. No lo eran de origen y sangre, pero sí de ejercicio, circunstancia que sin duda los empujó al reformismo profundo. A la revolución, si así se quiere ver. Por cierto, en absoluto mostraron simpatía alguna por las teocracias. Destruir lo que había y elevar después una nueva arquitectura: ésa es la gran cuestión. Y ahí, al menos según el desprejuiciado Pérez, Cisneros fue superior a Richelieu y Talleyrand, dos de las figuras cimeras de la historia de la vecina y orgullosa Francia.

Cisneros, por encima incluso de los Reyes Católicos -al menos así lo ve el hispanista-, es el gran constructor del Estado moderno, un edificio magnífico que lució en España por primera vez como, por así decir, una superexclusiva mundial. El Estado moderno se levanta contra la nobleza. Por eso sus católicas majestades han pasado a la historia como especialistas en derruir castillos. En la literatura de todo el Siglo de Oro aparece esa nueva alianza entre el soberano y el pueblo que puentea a los caciques de sangre exquisita. En eso consiste el Estado moderno, que es absoluto. Formula una llamada a militar en el todo nacional a los distintos estamentos, incluidos los desheredados entre los desheredados. Una llamada sui generis, claro, porque no cabe hablar de emancipación, pero lo que cuenta es que de elementos pasivos o, si se quiere, víctimas los burgueses y los campesinos, pasan a ser sujetos activos de una institución con un radio y una intensidad muy superiores a las propias de los reinos medievales, y no sólo porque España domina el Mediterráneo y conquista América, sino por razones estructurales e internas del artefacto recién alumbrado. Por eso el nuevo Estado es tan poderoso. Por eso exige sacrificar, como hizo Cisneros, y de ahí su gloria, a la hasta entonces clase dominante. Sí, fue un revolucionario.

Richelieu se encuentra con un panorama como el español, sólo que un siglo después. Entonces éramos vanguardia. Y hace como Cisneros. Viva el rey y mueran los nobles. Francia suma efectivos sociales y elimina parásitos, así que gana fuerza y peso. En la Guerra de los Treinta Años desplaza al Sacro Imperio y se convierte en la potencia hegemónica de Europa. La Paz de Westfalia, que no verá Richelieu, lo confirma. Luis XIV recoge los frutos. ¿Y la España que Cisneros había dispuesto a la cabeza planetaria? Pues, precisamente, el planeta -América y el imperio en general- la ha agotado. En todo caso, el orbe construido por el cardenal español fue superior al forjado por el purpurado francés. De ahí que Pérez marque niveles a favor del madrileño.

Talleyrand estudia la biografía de Cisneros. Aun viviendo en el Siglo de las Luces, no tiene prejuicios: no cree en la leyenda negra. Pertenece a la alta nobleza, que ya no es aquella medieval, ni siquiera la del renacimiento o barroco, pero la salud lo obliga a optar por la clerecía. Burgués sobrevenido, a fe que aprendió, porque construyó el Estado nacional desde la revolución, el Consulado y el Imperio sin hacerle ascos al Congreso de Viena. En todo caso, de ahí salió una gran Francia.

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