Una compañía con factorías en seis países y 1.500 trabajadores
J. N.
Ramón Rodríguez, director del Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA) y presidente de la sesión académica, fue el encargado de recibir al empresario Francisco Rodríguez como nuevo miembro de honor de la institución. En la mesa le acompañaban el abogado e historiador, José Luis Pérez de Castro, el rector Vicente Gotor y la secretaria del instituto Inés Ibáñez además del propio empresario.
El director ofreció un discurso con las mismas altas calidades que había realizado antes el ingresado. Repasó la biografía de Rodríguez desde su nacimiento en Leitariegos, allá por 1937, la formación en Madrid, en el Liceo Francés, después como economista y la vuelta a Asturias, al mundo de la empresa. Ilas, la compañía que creó y preside, tiene factorías en cinco países, Francia, México, EE UU, Polonia y China, además de España, y da empleo a 1.500 personas. Todo empezó, como dijo el director del RIDEA, en 1960, en una cuasi fábrica instalada en un salón de baile en Anleo.
Entre el público estaban los profesores Leopoldo Tolivar, Joaquín Lorences, Rafael Anes, José Antonio Flórez Lozano y María Sanhuesa; el ex presidente Juan Luis Rodríguez Vigil; el exalcalde Antonio Masip, el exsecretario de Estado Jesús Arango, los ex consejeros Santiago Alonso y Manuel Fernández de la Cera, el ex subsecretario Ignacio Quintana, el senador Isidro Fernández Rozada, los empresarios Fernando Balbuena y Jacobo Cosmen y el viceconsejero de Cultura Vicente Domínguez.
Ramón Rodríguez entregó a Francisco Rodríguez la insignia del Real Instituto y el diploma acreditativo de su condición de miembro de honor de la institución. Una cálida ovación clausuró la sesión. En el aire, y en los comentarios desatados en los corrillos que se formaron en torno a un vino español servido al acabar el acto académico, quedaron algunas contundentes frases del discurso de Francisco Rodríguez como cuando dijo: "Quiero la libertad de empresa. Pero también quiero la protección de esa empresa, cuando cualquier tipo de juego de ventaja pone a las compañías en riesgo. No se trata de proteger la ineficacia; se trata, entiéndalo bien, de proteger el trabajo. Y eso no solo por imperativo moral sino también porque sin trabajo no hay consumo, y sin consumo no hay negocio".
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