Artista inquieto desde muy joven, José Manuel Legazpi decidió detener su condición de hombre viajero hace unos treinta años cuando aparcó su destino en San Esteban de las Dorigas (Salas). Allí, rodeado de naturaleza por los cuatro costados, dio cuerpo a las creaciones artísticas que le han dado el nombre de figura consagrada que ostenta en la actualidad. Proyectos como el que presentó el pasado mes de febrero en la Universidad de Oviedo, donde su exposición "Billy Conejo" atrajo a un gran número de visitantes, han coronado una gran trayectoria artística que ahora LA NUEVA ESPAÑA reconoce otorgándole la distinción de "Asturiano del mes " de febrero.

"Billy Conejo" es sólo el pretexto para ensalzar una vida y una trayectoria de entrega al mundo del arte, un camino que deja al descubierto un espíritu comprometido con un trabajo ajeno a modas y tendencias, porque en Legazpi, artista en constante evolución, la plasticidad es esencial en su discurso, pero también lo es la visión reflexiva sobre la condición humana que emerge de sus obras, ese punto de turbación y desasosiego que, por ejemplo, el espectador encuentra al situarse frente a los personajes de "Billy Conejo", gente normal que vive en un entorno marginado.

Pero antes de llegar a explicar su arte en la Universidad de Oviedo, Legazpi viajó y trabajó mucho. La pintura y la escultura consiguieron absorber al joven que no había encontrado aún su sitio, al que salió impresionado del Museo del Prado tras ver de cerca la pintura de Velázquez y Goya. Aquella visita fue un revulsivo para alguien que transitó diferentes etapas plásticas y vitales. Hubo años de mucho trabajo y otros de mayor dispersión.

Legazpi vino al mundo en 1943 en Bres (Taramundi), en casa de su abuelo, pero se siente de Vegadeo, adonde llegó con pocos días y donde pasó su infancia y juventud. Allí realizó su primera exposición, con 17 años, e inició un recorrido cuya última parada fue el pasado mes de febrero en la Universidad de Oviedo, ciudad en la que llevaba treinta años sin exponer. "Billy Conejo", una muestra con una veintena de relieves que intentan demostrar que el arte es también transmisor de información, dice mucho de su personalidad reflexiva. No en vano lo suyo son los resultados y a ese desafío se entrega optando con libertad por las formas más convenientes, en este caso siguiendo una línea más realista.