La revolución digital ha abierto un nuevo tiempo en la circulación y escucha de la música y los productos audiovisuales que es difícil de valorar, posiblemente por la rapidez e impredecibilidad de los cambios. El acto organizado ayer en el Club Prensa Asturiana, dentro de la V Semana Cultural de la Facultad de Filosofía, trató de aclarar algún concepto, y vislumbrar hacia dónde apunta el futuro. Surgieron sin embargo más preguntas que respuestas en el atractivo formato elegido: una conversación entre el argentino Juan Carlos Ramón Calvi -discípulo y colaborador de Umberto Eco, doctor en Ciencias de la Comunicación, músico de jazz e investigador, profesor de Teoría y Lenguaje de la Rey Juan Carlos y ligado también a la Universidad de Macerata- y la profesora de Musicología de la Universidad de Oviedo Celsa Alonso.

Calvi, más que apocalíptico -por usar un término de su maestro-, se confesó un "nostálgico de la modernidad" -"nostalgia era la de antes", bromeó- y esbozó opiniones que alguno podría considerar hasta "conservadoras" en el plano cultural. Se confesó por supuesto abierto y entregado -como todos- a la revolución digital, pero no dejó de apuntar las sombras. "Hay una explosión de formatos, canales, soportes..., pero, ¿qué pasa con la forma, con la obra, con la calidad del producto? ¿Qué formas culturales se transmiten?". Y la respuesta no es otra que, "desde el punto de vista de la creación, falta calidad" en los materiales que circulan masivamente en esta especie de "carnaval audiovisual", en esta era que, "más que de la reproducibilidad técnica, a decir de Benjamin, es la de la replicabilidad digital".

En este punto, Calvi manifestó su predilección por uno de los pioneros de los estudios culturales, Raymond Williams. Lejos de la fascinación que despertaban los nuevos soportes en teóricos como Marshall McLuhan, Williams llamó la atención sobre el paradoja de que las altas formas de la cultura se habían transmitido siempre a través de canales de bajo perfil, mientras que en la era actual, los medios masivos de difusión multiplicaban el impacto de productos de baja calidad.

La realidad es que, al menos en el plano de la música, "por más canales que haya, los productos que llegan son los mismos, los de las grandes discográficas, los que mayor apoyo económico reciben para su difusión. El grueso de la escucha se concentra en pocos productos", sentenció el profesor.

Ante este mensaje "apocalíptico", Celsa Alonso actuó como "abogada del diablo". "Quizá ese concepto de la creación un tanto romántico esté un poco superado. El consumidor se ha convertido en pro-sumidor, tiene ahora competencia para decidir, para influir en el creador", indicó. Y fue un poco más allá en la provocación: "Hay basura. ¿Por qué tenemos que estudiarla? Porque quizá dentro de cien años sea una obra de arte". Y consideró un tanto superada la idea de los culturalistas de fines de los cincuenta de que la mayoría de los consumidores son "escapistas". Calvi admitió que, a pesar del triunfo de los conglomerados multimedia, "hay formas emergentes de contestación a la hegemonía cultural".

Como músico de jazz -se le podrá ver con su octeto el próximo día 14 en la sala Bogui Jazz de Madrid-, dueño además de una modesta discográfica, Calvi hizo un diagnóstico pesimista de la situación del creador. "¿Cómo sobreviven? Ya no pueden vivir del disco como en la época de oro de la música. Tienen que buscar otras estrategias de 360 grados en busca de ventanas de explotación de sus potencialidades. La situación del músico cada vez es más complicada", indicó.

Frente a ello, "la única forma de seguir apoyando a los creadores es yendo a los conciertos". Celsa Alonso terció para indicar que, paradójicamente, en esta era de "paroxismo virtual" había un repunte de la música en vivo, algo de lo que dudó Calvi, puesto que cierran salas y desaparecen orquestas. Pero no es algo que deba preocupar, porque "siempre existirá la música, siempre se querrá volver a la realidad física y material de la experiencia antropológica de la música en vivo, que es insustituible, forma parte del ser humano".

Interrogado sobre la posibilidad de un nuevo canon en esta era digital, Calvi resaltó que siempre han estado presentes dos géneros musicales, de forma minoritaria, la llamada música clásica y el jazz, pero que han influido en los géneros mayoritarios surgidos para condensar una época y luego desaparecer. No se atrevió a analizar nuevos géneros emergentes, quién sabe si efímeros, ni el tema del revival -desde la música de los setenta a la recuperación del vinilo-, que colocó en el plano de la nostalgia y la estética. Sí llamó a los poderes públicos a reintroducir la música en los programas educativos. "Eliminarla fue una decisión suicida", señaló. Y puso como ejemplo Suiza, donde se planteó un referéndum para promoverla, no solo por los beneficios culturales, de integración social, y de estimulación cognitiva y sensorial en los más pequeños, sino por su efecto económico para todos los sectores, desde los fabricantes de instrumentos a la industria del ocio.