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Tras el fallecimiento del filósofo más destacado del siglo XX en Asturias

Oviedo es la cuna del español

Bueno sitúa en Asturias el origen del imperio español incluyendo el idioma y a la corte de Alfonso II como germen del romance castellano

Gustavo Bueno, el último ciclo de conferencias organizado por su Fundación. IRMA COLLÍN

Tal día como hoy habría completado 92 vueltas alrededor del sol el filósofo asturiano Gustavo Bueno. Con frecuencia así describía y definía los cumpleaños. Una forma geométrica, cósmica y objetiva de medir la duración de la vida. No llegó a cerrar esa revolución, la nonagésimo segunda, pero como hay que distinguir entre el individuo y la persona es obvio, incluso para quienes a posteriori tratan de ofender su memoria, que la obra del calceatense y carbayón -y cámbaro: así se llama cariñosamente a los Niembro- sigue y seguirá orbitando y también trasladándose en el espacio porque el sistema solar se mueve y desplaza y lo mismo ocurre con los sistemas de pensamiento tributarios de esa alta calificación. Quiero decir, con los que merecen la pena y eminentemente, como ocurría con don Gustavo, si además eran y son letales para tanto tinglado estúpido sin remedio.

Bueno utilizó en más de una ocasión la idea de ortograma que es original al menos en los territorios que la aplicó. Se trata de un artefacto dinámico y en la línea del permetuum mobile, una estructura que avanza sin cesar siempre en la misma dirección. Aplicó la idea al Reino de Oviedo -creo que es mucho más adecuado hablar del Reino de Oviedo que del Reino de Asturias: habrá que discutirlo en otro momento- y tentado estoy de considerarla también para su propia obra pero, una vez más, no se trata ahora de eso.

El reino avanza sin cesar, según las hechuras del imperio, contra el Islam que, claro, está en las mismas. Va de Finisterre a La Rioja. Alfonso II llega a Lisboa. Y qué decir de Alfonso III que tras alcanzar nada menos que Gibraltar se planteó cruzar el Estrecho y entrar a sangre y fuego en el África sarracena. Pues bien, aún se habla a tontas y a locas de apenas unos montañeses irreductibles y levantiscos, protegidos por unos picos imposibles y un clima tenebroso.

Al desarrollo de ese ortograma lo denominamos Reconquista. Y más allá. América forma parte del mismo proyecto imperialista. No sobra recordar que el ovetense Alonso Quintanilla es la figura decisiva en la aventura del Descubrimiento y también en la constitución del primer Estado moderno. Ah y el también ovetense Bernardo del Carpio derrotó al imperio del norte -fantasmal, según Bueno- al de Carlomagno, en la batalla de Roncesvalles. El vasallaje de la intelectualidad española durante los últimos tres siglos respecto a la implacable máquina de propaganda francesa ha llegado a tal punto y pozo que en nuestras Universidades se enseña que se trata de una figura solo literaria y mítica, sin verdadera base histórica. Hasta ahí hemos llegado entre leyendas negras y miserias de todo pelaje, patéticamente arrodillados ante los gabachos.

Con el descubrimiento de América cristaliza una idea muy antigua: la esfericidad de la Tierra. Y nace el capitalismo, quizá porque se puede volver y volver sobre el mismo espacio mientras se avanza sin cesar: lo que ahora vemos como créditos encadenados y sucesivos. La constatación de la finitud del planeta es al mismo tiempo y paradójicamente una pista infinita de vueltas y más vueltas, de negocios y más negocios. No sobra recordar que Bueno asegura que la empresa de Colón no tenía por objeto el comercio marítimo de las especias de las Indias sino coger a los turcos por la espalda. Otra vez el imperialismo islámico, irreductible, como límite a superar. No es de extrañar que ahí estuviese como figura principal Quintanilla que bebía en las mismas fuentes que el Casto.

El ortograma va incluso más allá, no se reduce, por así decir, a la inmensa América o las Filipinas. Plus ultra. Pedro Páez Jaramillo, jesuita madrileño, descubre en 1618 el lago Victoria y las fuentes del Nilo. Vamos, 250 años antes que el famoso pas de deux de Livingstone y Stanley. Una hazaña de la que el español medio no sabe absolutamente nada de nada, todo hay que decirlo. Páez se disfrazó con las ropas propias de los armenios, cruzó de esa guisa el imperio otomano y se adentró Nilo arriba. Escribió "Historia de Etiopía" obra que por si misma sitúa su hazaña en las antípodas de la pura aventura para establecerla en el corazón de lo que se conoce como tarea civilizatoria. El imperio generador católico frente al imperio depredador luterano. Y muy poco antes, el almirante Gabriel de Castilla descubre la Antártida y recorre nada menos que 500 kilómetros por ese continente inhóspito. Una gesta también olvidada.

Ítem más. En 1607 Fernández de Quirós y Luis Torres llegan por primera vez a Australia. Y aún hay pistas muy serias que adelantarían la fecha en casi un siglo como los cuatro cañones encontrados no hace mucho en la costa austral que indican que antes, en 1529, había llegado allí Francisco de Hoces.

En fin, otro vector a considerar. Álvaro de Saavedra, hermano de Hernán Cortés, parte de México para auxiliar a Andrés de Urbaneta -agustino, cartógrafo y almirante- que estaba pasándolas moradas en Indonesia -allí, en la misma expedición, muere Elcano- y en la ruta descubre las islas Hawai.

El ortograma es un proyecto imperialista sin límites, no cabe la menor duda. Más allá de Eurasia y África los otros tres continentes de este planeta azul fueron descubiertos por españoles y, como quien dice, en un parpadeo desde que el artefacto de origen asturiano desbordó los límites físicos de la Península.

A lo que iba ¿y el idioma de ese movimiento que no tiene par, ni remotamente, en la historia de la humanidad? Evidentemente se trata del español. ¿Y su origen?

Gustavo Bueno estaba muy al tanto, cómo no, de los cartularios de Valpuesta, un conjunto de documentos que se escribieron en ese monasterio burgalés, ya en el límite geográfico con Vizcaya y Álava, fundamentalmente entre los siglos IX y XII. Barrau-Dihigo los estudió ya en 1900 pero por lo que sea hasta tiempos mucho más recientes no se reconoció y sentenció ese centro como la cuna del castellano frente a las glosas emilianenses, muchos más tardías aunque oficialmente seminales.

El cartulario reúne ocho documentos del siglo IX -el más antiguo de 804- 39 del X, 49 fechados en el XI, 90 en el XII y uno en el XIII. De los más antiguos solo se conservan copias tardías pero avaladas por estudios de la Real Academia Española.

Valpuesta es el segundo obispado, tras Oviedo, que establece el rey Alfonso II. El obispo Juan, primer ocupante de la sede, se considera que fue maestro del Casto en Álava donde el rey asturiano pasó su infancia, entre desterrado y huido, con su madre Munia, que era alavesa. El documento fundacional del monasterio de Santa María de Valpuesta, firmado por el rey Alfonso, está fechado el 21 de diciembre de 804.

En los papeles más antiguos de Valpuesta aparecen decenas de palabras castellanas y otras muchas señales lingüísticas en ese mismo sentido. El romance o el proto romance -no hay corte epistemológico que valga- castellano está fuera de toda duda según los estudiosos de esa delicada materia.

La hipótesis a considerar en este punto capital es tan audaz como de pura lógica y me consta que, aunque no la desarrolló en forma, a Bueno no le cabía ni la más mínima duda. Por ejemplo, en la exposición sobre los doce siglos de la fundación de Oviedo, organizada por la Fundación Gustavo Bueno, aparece bien esbozada y reflejada.

Vamos a ver. El notario -el monje amanuense- de Valpuesta evidentemente sigue al pie de la letra, y nunca mejor dicho, lo que le dicta el obispo. Utiliza un idioma para los documentos de propiedad, impuestos y privilegios absolutamente homologado con los usos de la corte de Oviedo. No le queda otra. No es un poeta creativo ni siquiera un escritor apenas controlado. La conclusión sale sola: en Oviedo se utilizaba ese mismo proto romance o romance castellano en los tiempos de Alfonso II. A partir de ahí, el piélago de hablas -el latín se empieza a quebrar ya en el siglo I- se va decantado por puro darwinismo social y lingüístico a favor de ese proto romance ovetense que, ya con la corte al otro lado de la cordillera, acabará convirtiéndose en el castellano que conocemos, en el idioma español, el que ahora más hablantes nativos tiene en todo el mundo.

Quiero decir que la cuna del español está en Oviedo como lo está el conjunto del formidable ortograma del que forma parte. Nada más y nada menos.

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