El prolífico escritor y periodista llanisco José Ignacio Gracia Noriega falleció ayer, poco después de las once y media de la noche, en el Hospital Central de Asturias, en Oviedo, a los 71 años de edad, tras agravarse las dolencias cardíacas que sufría con otras complicaciones de salud. Gracia Noriega, uno de los grandes autores del Principado, tan culto como popular, falleció acompañado de su esposa, Covadonga Díaz Friera, y de sus familiares más cercanos.

Con más de cuarenta libros editados y numerosas obras inéditas de las más variadas disciplinas, Gracia Noriega escribió miles de artículos de prensa, la mayoría de ellos en LA NUEVA ESPAÑA. El último de ellos fue publicado el pasado sábado. Su brillante e intensa labor literaria le hizo acreedor a varios premios, entre ellos el "Tigre Juan" de 1986 por la obra "El viaje del obispo de Abisinia a los santuarios de la Cristiandad", así como el "Casino de Mieres" o el "Asturias de Novela". Además, su obra fue objeto de un seminario en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid en 2005. Gracia era un lector voraz que deja una impresionante biblioteca personal compuesta por más de 17.000 títulos, un cinéfilo de gusto clásico y un reputado gastrónomo.

Nacido el 17 de agosto de 1945 en la llanisca calle Nueva, en el seno de una familia católica y de derechas, José Ignacio Gracia Noriega se introdujo en la lectura de bien niño, gracias a las obras de Verne, Stevenson o Chateubriand que había en la biblioteca de la casona indiana en la que pasó su primera infancia. Él mismo recordaba en una reciente entrevista en la que repasaba su trayectoria vital que la enorme pasión por la escritura que marcó su vida despertó a los siete años de edad, cuando su padre le regaló un cuaderno rojo. "Desde entonces, no quise ser otra cosa que escritor", afirmó.

Tras asistir a la escuela de las señoritas Mantilla en Llanes, Gracia marchó interno a Oviedo. En el Colegio de los Dominicos coincidió con Juan Luis Rodríguez-Vigil, Antonio Masip, Rafael Sariego y Juan Cueto. Fue un estudiante "mediocre", según propia confesión. Muy bueno para la Literatura o para el Latín, que era lo que le gustaba, y malo para el resto. Fue en sus tiempos de colegial en la capital de Asturias cuando descubrió otra de sus grandes pasiones en la vida: el cine. Películas como "El hombre tranquilo", "El correo diplomático" o "Tres lanceros bengalíes" le marcaron muy profundamente.

Gracia Noriega era un clásico tanto en los gustos literarios como en los cinematográficos. De él se ha dicho que fue un escritor fuera de su tiempo. "Ni siquiera conozco a los autores modernos, no hay ninguno a la altura de los clásicos", reconocía en una entrevista publicada en este diario en 2001, coincidiendo con la publicación de su obra "La poesía del mar"· Hace poco más de un mes reconocía sobre sus gustos cinematográficos: "No me gustan las películas de monstruos, las de explosiones de coches y helicópteros, ni las de estudiantes rijosos en una universidad americana. El cine existirá mientras exista el relato, mientras la gente necesite que le cuenten cosas. El cine tuvo grandes creadores que no logró superar. Ver a John Ford, a Renoir, a Rossellini, a Houston te llena".

Aunque militó en el PSOE, Gracia nunca se sintió socialista. En realidad, se consideraba un demócrata liberal. "Milité, pero nunca me sentí socialista. No creía en la lucha de clases sino en las películas de John Ford en que había juzgado, separación entre el poder militar y el poder civil", dejó dicho.

Su ingreso en el PSOE se produjo cuando cursaba Literatura Hispánica en Madrid. "Entré en la Federación Universitaria Democrática Española (FUDE), en Madrid, por mi primo Taro González Noriega, sobre 1970. Estaban Tono Escohotado y, en Oviedo, Juan Cueto y Roberto Merino, no recuerdo más. En Oviedo éramos 14. Llegué a ser secretario de organización, yo, que soy la persona menos organizada del mundo. Salí antes de las elecciones de 1977", rememoraba en su última entrevista con LA NUEVA ESPAÑA, publicada en dos entregas a mediados de julio.

A pesar de que le parecía una ciudad "estupenda", Gracia abandona Madrid a los 24 años y vuelve a Oviedo. Es entonces cuando se centra en escribir, sobre todo relatos y algo de crítica literaria, y ya publica en LA NUEVA ESPAÑA. "En el periódico conocía a Juan Ramón Pérez Las Clotas, Luis Alberto Cepeda y Guillermo García-Alcalde", recordaba.

Fueron aquellos unos años de intensa vida nocturna, en los que se divirtió mucho y en los que, entre copa y copa de vino, aspiraba a convertirse en un escritor como Hemingway, Tomas Mann o Flaubert, a los que leía y admiraba. Además, en los años ochenta del pasado siglo también participó muy activamente en la revista Los Cuadernos del Norte, creada y dirigida por Juan Cueto, y en la que coincidió con Eduardo Úrculo o Chus Quirós.

Gracia Noriega tenía 40 años cuando se casó con la ovetense Covadonga Díaz Friera y abandonó Oviedo para regresar a Llanes. Fue un cambio radical que explicó así: "De vivir en Oviedo a vivir en un pueblo levítico. Yo conocí Llanes cuando había canónigos (...) pero sólo me trataba con la familia y no siempre me llevaba bien. No hice grandes amigos". El autor de "Don Pelayo, el rey de las montañas" permaneció dos décadas intensas en su villa natal. Gracia había sido nombrado cronista oficial de Llanes en diciembre de 1986, con el PP al frente del Ayuntamiento, y fue destituido en 1991 por el Gobierno local del socialista Trevín. Aquel cese generó una enorme polémica, en la que recibió el apoyo de numerosas personalidades de la región, entre ellas el filósofo Gustavo Bueno, con el que mantuvo una estrecha relación y cuya reciente muerte le afectó mucho. Ya establecido en Sevares (Piloña), Gracia recuperó judicialmente en febrero de 2011 el título de cronista llanisco.

Perfecto conocedor de Asturias y de los asturianos, el escritor realizó una indagación sobre el espíritu regional en una de sus obras más conocidas, "Los asturianos pintados por sí mismos", editada en 1994. De ella sacó este alegato contra la "lacra" del "grandonismo" astur. "Se crean unos mitos que, en mi opinión, por ser folclóricos, son falsos como la sidra, la fabada, el tambor y la gaita, que también somos los mejores. Eso da lugar a esa lacra asturiana que es el grandonismo. El grandonismo es lo peor que hay en Asturias, porque no es otra cosa que un complejo de inferioridad acusado. Los que pegan voces son los que más miedo tienen a que no se les escuche. Esto ha hecho que Asturias haya perdido en pocos años la influencia efectiva que tuvo no hace tanto tiempo". Y seguía así: "Esta decadencia solo se explica en un pueblo que no supo defender lo suyo. El asturiano suele apreciar poco lo suyo y es bastante displicente con las cosas asturianas". Se trataba de una actitud que, a su juicio, "se refleja en la carencia de clase empresarial. Los asturianos crearon fuera lo que aquí no fueron capaces".

Sus opiniones sobre el bable tampoco dejaron indiferente a nadie. "Las lenguas son funcionales. No se pueden resucitar, Todos los intentos que hubo acabaron en el más absoluto de los ridículos. El bable no puede ser el fundamento de la autonomía, y la madreña y la gaita tampoco, porque todos los pueblos pastoriles tuvieron una gaita", señaló a comienzos de la década de los noventa del pasado siglo.

La salud de Gracia empezó a renquear hace una década, con un deterioro físico que, sin embargo, no afectó a su ágil pluma. Tuvo unos problemas cardíacos que se repitieron hace poco y que le hicieron perder veinte kilos. Durante sus últimos meses de vida y hasta que la salud se lo permitió escribía por la mañana y por la noche, dejando la tarde para la lectura. Jamás perdió su proverbial socarronería: dejó dicho y escrito que lo único que ha echado de menos en la vida era el Nobel de Literatura.