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Casi medio siglo dentro de Tito Bustillo

Aurelio Capín es hijo del primer guía que enseñó la cueva de Ribadesella y él lleva ya 47 años con la tarea: "Antes se enseñaba más y había más luz"

Aurelio Capín, ayer, a la entrada de la cueva de Tito Bustillo. P. M.

Dentro de la gran historia de la cueva de Tito Bustillo se han escrito otras muchas más pequeñas, pero necesarias para entender la gruta en su contexto. Una de ellas es la del guía Aurelio Capín (Ribadesella, 1960), hijo de la primera persona que trabajó enseñando la cueva a los turistas. Lleva la friolera de 47 años recorriéndola. Empezó a hacerlo junto a su padre, Aurelio Capín, cuando tenía 9 años. "Iba de vigilante detrás del grupo y llevaba una linterna en la que encendía el piloto rojo cuando alguien tocaba lo que no debía", relata Capín, quien se encontró con una visitante que conoció la cueva por primera vez en aquella época y reconoció en él al niño "inspector", bromea el guía décadas después.

Aurelio Capín padre empezó a enseñar la cueva en 1969, pues "era muy aficionado a la espeleología" y fue testigo inmediato del descubrimiento, un año antes. Entonces todavía se accedía por la entrada original, en la parte superior del macizo de Ardines, aunque aquello duró menos de cuatro meses y en 1970 abrieron el túnel actual. "Quería hacer lo que hacía mi padre", rememora Capín, quien enseguida tuvo clara su vocación. Empezó a trabajar en 1979 y desde entonces ha conocido varios tipos de gestión (cierres de seis meses al año, cupos diarios de 400 personas, pases con 25, etcétera). Con todo, el mayor cambio que ha percibido está en la actitud de los visitantes: "Antes era frecuente que tuviera que venir la Policía. Robaban estalactitas, hacían fotos aunque les llamaras la atención?". Nada que ver con hoy en día.

Del primer guía de la cueva, su padre, aprendió que "hacía lo que más le gustaba y eso se nota". También se quedó "con el respeto que tenía por la gente. No todo el mundo tiene el mismo nivel cultural, pero no hacía diferencias en la cueva. No concibo que se enseñe de forma diferente", defiende el guía. "Cuando me despido en el panel invito a la gente a que pregunte y hay quien a la cuarta cuestión pide disculpas. Le digo que me está haciendo un favor, pues hace que mi trabajo sea menos monótono, más atractivo y entretenido", explica. De esas cuestiones surgen hilarantes anécdotas, como preguntas sobre qué habían hecho con todo el escombro o "si Tito Bustillo había pintado la cueva o la había descubierto".

La visita es ahora más cultural y menos turística, pues cuando Capín empezó "había más luz y se enseñaba más cueva". La atención del guía riosellano hacia el visitante trasluce cuando, nada más cruzar la primera puerta del túnel por el que se accede a la cueva, Capín adivina quién sufre claustrofobia o en qué aspectos está más interesado alguien, y recibe su recompensa al final de la visita en forma de agradecimiento.

Tuvo la suerte, además, de estar presente en una de las excavaciones, junto a Alfonso Moure, quien le gastó una novatada que no olvidará. "Había salido a fumar un cigarro y enterró en la cuadrícula en la que yo estaba un hueso en el que él mismo había grabado un ciervo precioso. Cuando regresé y lo vi anuncié el descubrimiento, pero Moure lo cogió, dijo que había muchos como ése y lo rompió", rememora divertido antes de desvelar cuáles son sus rincones favoritos en una cueva de la que conoce cada centímetro cuadrado. "Hay sitios muy especiales, como el camarín de las vulvas. Otro sitio muy mágico es la galería de figuras antropomórficas y la de entrada", describe antes de explicar que, de las figuras representadas, se declara "enamorado del caballo y el reno enfrentados. Quien lo pintó debió de ser un verdadero Dalí de la época".

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