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La espuma de las horas

Naufragios del pensamiento

El espíritu revolucionario puede haber desaparecido, pero el reaccionario sobrevive, mantiene el profesor y ensayista estadounidense Mark Lilla

Mark Lilla.

Mark Lilla (1956, Detroit), profesor de Humanidades de la Universidad de Columbia, ha escrito lúcidos ensayos, como por ejemplo "Pensadores temerarios" (Debate, 2004), donde repasa, entre otras, las figuras de Heidegger, Schmitt, Benjamin, Kojève, Foucault o Derrida. Estos días han visto la luz -publicados muchos de ellos en "The New York Review of Books" y el resto en "The New Republic"- nuevos perfiles sobre diversas figuras del pensamiento reaccionario que ayudan a comprender cierta temperatura actual y también el significado de la palabra reacción, no siempre bien interpretada. Se trata, a su vez, de una biografía intelectual acerca del naufragio de las ideas.

Por "reacción thermidoriana" se conoce al periodo de la Revolución Francesa que acabó con el predominio del terror de Robespierre. Siempre se ha dicho que en ese tiempo algunas de las personas que aspiraban a instaurar un estado de las cosas anterior reaccionaban para poder mantener la cabeza sobre sus hombros, algo hasta cierto punto comprensible en un momento de la historia en que la guillotina actuaba de manera implacable, no sólo con los reaccionarios sino también con los propios hijos de la revolución. La historia se encargaría de confirmarlo en etapas posteriores en las que los reaccionarios no dejaron de ser víctimas de las purgas, como es el caso de las etapas estalinistas en la Unión Soviética.

Posiblemente no entendamos como es debido la mente reaccionaria. Por ello -sostiene Lilla en "The Shipwrecked Mind: On political reaction" (New York Review Books)- las ideas y las pasiones que forman parte de los dramas políticos de hoy en día nos resultan muchas veces ininteligibles. Reaccionario y conservador son para Mark Lilla temperamentos distintos. Los reaccionarios son tan radicales y modernos como pueden serlo los revolucionarios, aunque sufran de nostalgia por un pasado idealizado y sientan un miedo apocalíptico a que la historia se precipite hacia la catástrofe. Pero al igual que los revolucionarios, sus compromisos políticos están motivados por ideas altamente desarrolladas.

Lilla no se centra en Joseph de Maistre, incluye en los primeros capítulos a tres filósofos del siglo XX-Franz Rosenzweig, Eric Voegelin y Leo Strauss- que atribuyeron los problemas de la sociedad moderna a una ruptura con la historia de las ideas y promovieron en cierto modo una vuelta a fórmulas anteriores del pensamiento. Acto seguido examina el poder permanente de los grandes relatos históricos de la traición que dieron forma a las perspectivas políticas desde la Revolución Francesa, y muestra cómo emplean estas narrativas la derecha cultural- para ofrecer una visión pesimista de Europa-, los neocomunistas, los maoístas y los neoconservadores estadounidenses. Cómo fantasean acerca de la armonía en la Edad Media, la sociedad católica y hasta de los islamistas que buscan restaurar el califato musulmán desaparecido.

El espíritu revolucionario que inspiró movimientos políticos en el mundo durante dos siglos puede haber desaparecido. Pero el de reacción que se originó como respuesta ha sobrevivido y está demostrando una fuerza formidable, dice Mark Lilla. Ambos provienen de las garras de la imaginación histórica. Ahora, vivimos vivimos una época en que la nostalgia tragicómica por una edad de oro perdida se ha transformado en un arma potente y, a veces mortal. El autor de "The Shipwrecked Mind" nos ayuda a entender por qué. Se refiere, por ejemplo, al caso específico de Francia. Para Lilla, durante el último cuarto de siglo, la sociedad francesa ha experimentado cambios con los que casi nadie está satisfecho y que ni los intelectuales de izquierda, ni los políticos de centroderecha parecen capaces de abordar de manera satisfactoria. Por contra, los críticos "reaccionarios" han llenado ese vacío. Se pregunta si eso mismo podría ocurrir también en Estados Unidos, donde ya ha habido aldabonazos de las corrientes neocon más intelectualizadas.

El libro de Lilla ha visto la luz y enseguida se ha convertido en un estímulo para la autocrítica. Probablemente la reacción haya terminado por ocupar el lugar de la revolución en marcha, mientras esta sigue pendiente. Y que el remedio sea complicado precisamente por la fuerza histórica y su necesidad de convencer, pero este estudio del pensamiento reaccionario, tanto de la derecha como de la izquierda, nos puede llevar, al menos, a aprender de sus lagunas para no caer en las redes atraídos por nuevos cantos de sirena.

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