"Manines que no dais, ¿qué esperáis?". Era un refrán que, al decir de la profesora Soledad Beltrán, repetía frecuentemente el medievalista Juan Ignacio Ruiz de la Peña para enseñar que la vida es, sobre todo, entrega a los otros. La figura del insigne asturianista fallecido el pasado 10 de mayo fue el centro de un acto académico en su recuerdo celebrado ayer tarde en el Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA).

Hubo una nutrida presencia de familiares, amigos y discípulos. Y casi todos los que hablaron coincidieron en una cosa: dar gracias a la vida por haber tenido la oportunidad de conocer a Ruiz de la Peña, un hombre "de una personalidad inmensa e irrepetible" que ejerció un "magisterio impagable", indicaba Beltrán en un escrito que fue leído en el acto. Esta profesora también reclamó que el RIDEA, institución que dirigió el fallecido, se sume a la petición al Ayuntamiento de Oviedo para que ponga el nombre a una calle en su recuerdo. Ramón Rodríguez, director actual del Real Instituto, anunció que se sumarían a la propuesta.

Abrió el acto el Rector de la Universidad de Oviedo, Santiago García Granda, que repasó la destacada biografía académica del medievalista, resaltando su permanente defensa de la cultura y el patrimonio asturiano y el orgullo que produce su obra y legado en la Universidad asturiana. Fue Ruiz de la Peña, al decir del Rector, "un modelo de vida bien hecha, conducida con mucha prudencia y buena medida". Tras el Rector, intervinieron otros miembros del Real Instituto como el avilesino Fernando Álvarez, quien recordó cómo Nacho, como le llamaban sus allegados, le enseñó a "acabar con el mito de la Edad Media como un lapso tenebroso en el devenir de la Historia". Álvarez indicó que Ruiz de la Peña dejó a sus discípulos "el mayor legado que un maestro puede dejar". Y ése es la enseñanza de que "para amar una cosa, la que sea, siempre hay que conocerla desde el lado crítico".

Después, el profesor Ramón de Andrés definió a Ruiz de la Peña como un "intelectual independiente y tolerante" y enumeró sus cuatro amores: "al estudio, a Asturias, a la familia y a la vida". El catedrático de Prehistoria Miguel Ángel de Blas dibujó las estancias de Ruiz de la Peña en Andrín y cómo muchas de sus obras nacieron en este pueblo llanisco fruto del teclear en una maquina de escribir Olivetti "fiel e indestructible". El también miembro del RIDEA, Florencio Friera, evocó su labor al frente del Instituto de Estudios Asturianos y agradeció "a la vida" haberle dado la oportunidad de haber disfrutado "de la sabiduría, la confianza y el humor de Nacho".

Fueron muchos los que, en persona o a través de textos enviados, quisieron dejar constancia de su admiración, tanto en el ámbito personal como académico. Intervino Avelino Gutiérrez, director del departamento de Historia, Enrique Martínez, miembro de la directiva del RIDEA en la época de Ruiz de la Peña, o el eurodiputado Antonio Masip, que definió al homenajeado como un "fenómeno del asturianismo y de la cordialidad". El eurodiputado y exalcalde ovetense agradeció incluso las críticas recibidas de Ruiz de la Peña por el derribo de la estación del Vasco.

Cerró un acto cargado de emociones el profesor Álvaro Ruiz de la Peña, hermano del fallecido. Habló en nombre de la familia y, a modo de conclusión, subrayó tres rasgos que definían a Ignacio Ruiz de la Peña. "En primer lugar, su amor por Asturias. Un amor efectivo, no retórico". En segundo lugar, un homenaje continuo a sus maestros, en la creencia de que formaba parte de una cadena de conocimiento que debía de seguir transmitiéndose y, finalmente, una "independencia de criterio, sin sumisión al poder político o académico". Álvaro Ruiz de la Peña definió a su hermano como "un tipo humano muy complejo" capaz de hacer amigos en las más altas instancias académicas y "en los chigres y bares de pueblo, o en la orilla de la carretera esperando a que pasara el pelotón de la vuelta a Asturias", indicó en alusión a un deporte, el de la bicicleta, que los dos hermanos seguían con auténtica pasión.