1. ASTURIAS, LA "SIBERIA DEL NORTE"

Por su aislamiento geográfico, por la pobreza de sus naturales y también, como señalara Jovellanos, porque monasterios y mayorazgos eran casi los únicos propietarios del espacio agrario, Asturias, a ojos de viajeros y funcionarios de la Corona, era considerada en el siglo XVIII como la "Siberia del Norte".

Bien podría pensarse que las tierras altas del Occidente constituirían el mejor exponente de aquella pobreza. Los concejos de la comarca Oscos-Eo sumaban 14.892 almas. Orografía y edafología limitaban el terrazgo cerealístico de las erías, que apenas alcanzaba el 27%, frente a la aplastante extensión del monte alto, pastos y rozas. El 53% de la cosecha estaba representada por el centeno; el 32%, por el maíz; el 13%, por el trigo, y el 5% restante, por dos cultivos comerciales, el lino y el vino. En las tierras comunales ya se cosechaban en 1750 las "castañas de Indias" (patatas), que, con el maíz, permitieron intensificar los cultivos, suprimir barbechos y generalizar las rotaciones continuas. Mejoraron así los rendimientos, disminuyeron las "hambrunas" y creció la población.

Las caserías, que en un 98% no superaban las 3 hectáreas, tendieron a parcelarse. Más del 75% del dominio directo o eminente del suelo pertenecía a la Iglesia, nobleza e hidalguía, quienes traspasaban a los colonos el dominio útil mediante foros cuyo pago suponía entre un tercio y un quinto de la cosecha. También el ganado mayor pertenecía a monasterios y hacendados que lo entregaban en aparcería (comuña). Además de rentas, los colonos debían pagar diezmos, arbitrios municipales, y afrontar las cargas fiscales públicas (alcabalas) y señoriales. Vivían, por tanto, en condiciones de subsistencia y obligados a completar las rentas agrarias con las procedentes de otras "actividades de auxilio": pesca, arriería y manufacturas rurales domésticas.

2. OSCOS-EO: LA "SAJONIA ESPAÑOLA"

Tal era la esperanza que Jovellanos albergaba: que Asturias, bien dotada de hierro y carbón, alcanzase un crecimiento industrial capaz de homologarla con aquel distrito minero y fabril alemán. Esa esperanza, que había depositado en las cuencas hulleras centrales, fue sin embargo protagonizada por otra comarca bien distante y distinta, la de Oscos-Eo.

Si en la mayoría de los concejos de Asturias el aumento de la población condujo al empobrecimiento y a la emigración, en la comarca, la expansión urbana y demográfica resultó más firme al nutrirse de la industria y el comercio. La explicación requiere acudir a tres tipos de ventajas competitivas: naturales, históricas y económicas. Las naturales se vinculan a una excelente dotación de recursos (madera, agua y hierro), a un emplazamiento geográfico que actuaba como fachada marítima de un traspaís o hinterland densamente poblado y que alcanzaba al obispado de Mondoñedo. El tramo final de la cuenca del Eo contaba con ensenadas de fondos arenosos con excelentes condiciones como puertos de refugio y para varada y botadura de embarcaciones.

Las ventajas históricas apuntan hacia un pasado que había asentado en la comarca una sólida tradición mercantil y que unía las ferias del interior con las pueblas litorales (Ribadeo, Vegadeo y Castropol), en cuyas barquerías se había asentado una sólida economía marítima (pesca y salazones, construcción naval, comercio fluvial y de cabotaje). De forma añadida, desde el siglo XVI, la manufactura del hierro había atraído a un grupo social, los ferrones vascos -los Lombardía, Legazpi, Ochoa, Lombardero?-, que unía cualificación técnica y tradición mercantil. No hay que olvidar, por último, la presencia de una "nobleza comerciante" -los Rodil, Ron, Balderrein, Valledor?- que, alejada del tradicional rentismo agrario, buscó en el tráfico una fuente de ingresos complementaria.

Ambas ventajas se vieron reforzadas por otras de tipo económico asociadas a las políticas del reformismo borbónico. En primer lugar, y desde 1726, la demanda de madera, cal, herrajes, clavazón y lienzos procedente del arsenal del Ferrol. En segundo, los efectos de arrastre sobre el comercio local -coloniales, lienzos, cueros, ferretería- inducidos por la creación en 1764 de la Compañía de los Correos Marítimos y la habilitación del puerto de La Coruña para el comercio directo con la región del Plata: la flota estatal sirvió de estímulo tanto a las exportaciones locales como a la entrada de géneros coloniales y cueros, potenciando el volumen de negocio de armadores, navieros y casas de comercio de toda la mariña. En tercer lugar, y desde 1774, el proyecto Cester-Campomanes para impulsar la lencería doméstica a partir de la fábrica de lienzos establecida en Ribadeo y de la autorización a su puerto para la importación de linos bálticos. En cuarto lugar, la habilitación en 1778 de los puertos del Cantábrico para el comercio directo con las Indias, lo que añadió nuevos incentivos a las actividades marítimas (astilleros, compañías de seguros). Por último, debe recordarse que en 1779, el Estado, dispuesto a poner fin a las prerrogativas fiscales de las "provincias exentas", imponía derechos de extranjería (aranceles) a las manufacturas vascas (curtidos y hierros) que se comercializaban en Castilla. Fue un duro golpe a su competitividad que provocó la diáspora de empresarios vascos hacia las costas gallegas.