Cultura frente a ignorancia. Cultura que inspire libertad. Cultura que, con el Quijote en la mano, enriquece la convivencia, alimenta los más altos valores del espíritu, ennoblece los sentimientos y ayuda a vivir con dignidad. Cultura porque un pueblo que quiera, respete y ampare la cultura nunca le temerá a su futuro. Cultura porque esa fue y es la razón de ser de los Premios Princesa de Asturias. Cultura en todas estas frases pronunciadas por el Rey Felipe VI ayer en el teatro Campoamor en una ceremonia donde el poder de la cultura y la palabra llegó también a convertir el acto en una hermosa y breve pieza dramática cuando Nuria Espert regaló al público un monólogo de Lorca y un parlamento de Shakespeare.

La actualidad política nacional no estuvo presente, al menos no de forma evidente, en el discurso del Rey de España. Y, al revés, la escena internacional asomó la cabeza cuando el premio de las Letras, Richard Ford, admitió que "no predispone demasiado a la alegría" ver que "Donald Trump puede llegar a ser nuestro presidente" y cuando la galardonada en Ciencias Sociales, Mary Beard, citó los versos de John Donne ("ningún hombre es una isla / ?/ cada hombre es un fragmento del continente") para lamentar que sus compatriotas "hayan olvidado su mensaje", en referencia al "Brexit".

Claro que Felipe VI habló de España, pero desde un punto de vista optimista, tranquilizador y, otra vez, ligado a la cultura y a Los Premios Princesa de Asturias. Unos galardones, declaró citando a Unamuno, "nacidos con al voluntad de afirmar una España que tiene que ser de brazos abiertos, alejada del pesimismo, del desencanto o del desaliento, fiel a su irrenunciable afán de vivir y orgullosa de lo que somos, de lo que juntos hemos conseguido, que ha sido mucho y admirable". Lo dijo en el último tramo de su discurso, después de haber explicado que el motivo fundacional de los Premios residía en "el amor profundo a Asturias y a toda España", para hacer que "el alma de esta tierra, su lealtad, coraje y nobleza, fuera un referente para todos".

Las referencias a la cultura y a los Premios, "unos Premios que nunca nos han defraudado", dijo orgulloso, fueron los elementos más destacado de su intervención. De las de los premiados, la inesperada actuación de Nuria Espert robó el protagonismo a intervenciones muy brillantes, como la de Richard Ford y Mary Beard.

La actriz quiso hacer "algo más que dar las gracias". Y regaló al público el monólogo del tercer acto de "Doña Rosita la soltera" de Federico García Lorca. Es ese momento en que la protagonista, a sus 45 años, habla de lo que ha sido la falsa espera, durante treinta años, por un prometido que nunca llegó. Espert había confesado antes que el teatro, "un dueño duro que me ha castigado muchísimas veces tratando de servirle", le había impedido ser ella misma más que cuando se transforma en otras personas, que no en personajes. Transformaciones que no son nunca placenteras. Y para demostrarlo, quebró su voz para adentrarse en el hermoso y amargo texto de Lorca, un lamento que puede ser el de la derrota de toda una vida, entre el temor de tener la esperanza muerta y el sufrimiento de que esa misma esperanza siga viva como "un lobo moribundo que apretase sus dientes por última vez".

Magnífica siempre, al monólogo siguió la ovación. Y Nuria Espert abrió el segundo regalo, mucho más breve e igual de hermoso, un parlamento del Rey Lear (acto tercero, cuarta escena) donde el monarca habla "de los desamparados que viven día a día esa situación invivible" y de quienes, confiesa, "nunca antes se había preocupado". Lo recitó en catalán, como en catalán el Rey le dedicaría luego un "moltes felicitats per la teva carrera", y lo hizo con voz recia y grave, como si fuera también su pequeña forma de llamar la atención sobre la injusticia, las desigualdades.

Richard Ford también abrió un hueco para la crítica cuando se refirió a "los ciudadanos españoles cuando ven las desigualdades de renta y el abatimiento económico". También habló de Francia, Grecia o "los eritreos que huyen de África". Y de Siria, Birmania y Sudán. La misión allí de la literatura, "hacer que algo suceda, hacer que una vida vacía se convierta en poética para bien de todos", es, dijo, "prácticamente imposible". Y sin embargo, los escritores allí la cumplen, concluyó. Su discurso, tomando el pensamiento de Ortega como base y con referencias a Cervantes y Henry James, versó sobre la capacidad de la ficción para "realzar la riqueza y la densidad de las posibilidades humanas", la condición libre de la literatura y el llamamiento a "imaginar más por mucho que las fuerzas reduccionistas de la convención social nos digan que imaginemos menos".

Optimista nato, mostró, no obstante su pesar ante personajes como Donald Trump y reclamó una restauración de la palabra "política" como capacidad "para vivir juntos", y no, lamentó, "como sinónimo de egoísmo y cinismo y engaño y despropósito. Sinónimo de infortunio".

Antes y después, divertido con la idea de que él y el Rey puedan escribirse correos, "seguramente sacaría a la luz lo mejor de cada uno", Ford saludó y se despidió en un español más que aceptable.

Lo mismo hizo la entrañable Mary Beard, con sus andares de "rock'n'roll circus", grandes pasos, gesticulante, felicidad en su cara. Breve pero certera, la reina de los estudios sobre el mundo clásico, habló sobre el sentido de la historia, de cómo el pasado sigue pegado al presente y de las constantes lecciones aprendidas e ignoradas. "La historia no es simplemente sobre el pasado", dijo. "Es una conversación entre el presente y el pasado, algo que tiene que ver con nosotros". Pero eso no quiere decir, alertó, que "podamos aprender lecciones directamente de la historia, porque la historia no es un libro de respuestas a los problemas actuales". Sin embargo, sí ayuda a pensar en nuestras servidumbres culturales, puede ampliar la perspectiva y "alienta cierta humildad cultural". Y puso ejemplos: "a pesar de todo el trabajo sobre los derechos de las mujeres que queda por hacer, ninguna en el planeta elegiría volver a la antigua Roma a menos que estuviera segura de tener un billete de vuelta. Sin embargo, aún tenemos esclavos. Aunque no los llamamos así".

Patricia Espinosa, secretaria ejecutiva de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, Premio de Comunicación y Humanidades, fue la última en pronunciar su discurso, antes del monarca. Agradecida aunque muy protocolaria, habló más de la historia interna de la institución, del acuerdo de París, y de todos aquellos que "inspiraron al mundo a superar sus diferencias nacionales por el bien común y, más aún, por hacer realidad la visión de que un desarrollo sostenible de bajo carbono no sólo es posible sino necesario".

Concluyó su intervención con una esperanza en el futuro que le llevó a compartir el galardón con la infanta Doña Leonor y con los demás niños del mundo: "hoy tenemos en nuestras manos las herramientas para trabajar juntos y crear no solo un futuro sino un presente seguro y sostenible para nuestros hijos y los hijos de todos".

El inicio de la ceremonia había llegado de la mano del presidente de la Fundación Princesa de Asturias, Matías Rodríguez Inciarte. "Nada nos estimula más", declaró en el escenario del Campoamor, "que tener la certeza de que contamos con el apoyo de los asturianos y de todos los españoles". Inciarte recordó también los orígenes de los Premios, el momento en que nacieron "con un propósito de continuidad y trascendencia" y la emoción que todavía la produce el primer discurso del Rey, entonces Príncipe, donde ya expresaba "su profunda y afectuosa relación con nuestra tierra".

Antes y después, la ceremonia había desarrollado sus prolegómenos y sus epílogos como suele, con las gaitas elevando el instante de desfile y solemnidad y con el pasillo de premiados e invitados por la alfombra azul ovacionados desde las vallas por ovetenses devotos, ahogado prácticamente los pitidos de los manifestantes de la plaza por roncones y tambores.

Hugh Herr, con las perneras del pantalón recortadas para lucir el ingenio de sus extremidades, fue de los más aplaudidos al entrar en el Teatro Campoamor. También aumentó el índice de ovaciones Raquel López Álvarez, la chica que pasó su infancia en un hogar de Aldeas Infantiles SOS, radiante y feliz, antes, durante y después de la ceremonia.

Y antes de la entrada de los Reyes, la aparición de la Reina Sofía en el palco volvió a concitar una larga ovación. El premio se lo llevó el discurso de su hijo, Don Felipe, aunque seguro que el monarca, que tuvo un lapsus durante la ceremonia y confundió en el antiguo "Premio Príncipe" los actuales "Premios Princesa", casi agradeció más el recibimiento que le brindó su madre a la salida, en el foyer del Campoamor, echándose a su brazos con un "fabuloso, estuviste fabuloso".

Al otro lado del muro, en la Escandalera, los globos de los manifestantes elevaban al cielo un "Bienvenidos premiados, hasta nunca patronos" al lado de un "Fartones V". Y alguien, a la entrada del teatro, comentó que debía de ser un homenaje a Mary Beard. Siempre Roma.