La primera parte de Narcos (Netflix) distaba de ser perfecta pero su arco narrativo era tan amplio que permitía disponer de potencial dramático sobrado como para que, dirigida con suficiente brío y escrita con buen pulso, ofreciera un espectáculo televisivo digno de verse. Cierto es que el acento del actor brasileño que encarna a Escobar causaba extrañeza hasta que te acostumbrabas y que la visión del lado norteamericano distaba mucho de ser objetiva (más bien era amable e incluso mimosa), y que se dejaban a un lado aspectos capitales de la lucha contra el narcotráfico como fue la importancia de los periodistas bravos que dejaron su piel en ella, pero el resultado final tenía unos tintes épicos que te mantenían en vilo capítulo tras capítulo.

Incluso se echó en falta algún episodio más.

A la segunda temporada le sobran unos cuantos y le fallan no solo los guiones sino también la realización. Los primeros están demasiado estirados y los hay que son un relleno descarado en el que la acción no avanza ni a la de tres. La segunda carece de la intensidad de la entrega inicial y es rutinaria hasta la exasperación. Ni siquiera la escena en la que cazan al criminal por los tejados está bien resualta. Los personajes son esquemáticos y el principal de todos ellos, Escobar, está dibujado con trazo tan grueso que su acento pasa de ser pintoresco a grotesco. Solo hay que echar un vistazo a las pocas imágenes del verdadero Escobar que hay por internet y escuchar su voz para darse cuenta del desaguisado. Sirva como contraste lo que hace Andrés Parra en "El patrón del mal".

Si la primera temporada se ocupaba de un par de décadas, ahora se dedica el mismo número de capítulos a quince meses. Falta chicha alrededor de Escobar y se compensa dando un espacio excesivo a Los Pepes. Hay actores que no dan la talla, entre ellos el propio Wagner Moura que se pasa media serie tirando del labio inferior hacia arriba para demostrar lo duro que es. Como crónica histórica del narcotráfico, la temporada inicial funcionaba bien en líneas generales, como "thriller" a la segunda le fallan demasiadas cosas. Entre ellas, tensión y pegada. La voz en off se hace muy molesta (más que nada porque aporta pocas cosas) y deja en el limbo muchas de las sombras de la actuación norteamericana en este asunto.

No todo es malo en Narcos 2, claro está. Cuando entra en escena el coronel Carrillo, capaz de arrojar desde un helicóptero a sus prisioneros sin pestañear, la historia mejora mucho, incluido su trágico final. Hay buenas ideas muy "padrinescas", como cierto baile romántico que coincide con las matanzas de policías y estampas macabras potentes (cadáveres navideños). Hay una conversación cruda en una granja con cerdos sacrificados y una escena de fantasía en la que Escobar se ve como presidente que tiene un liberador aire de farsa. Las desgarradas palabras de la madre del asesino asegurando que su hijo no es tan malo o el exhibicionismo de los ejecutores del narco ponen una nota macabra e inquietante de una serie que anuncia ya su tercera temporada ("¿cuánto sabe del cartel de Cali?"). Crucemos los dedos y esperemos que no vuelvan a contar con narcos colombianos de acento brasileño salvo que a los de Netflix le suenen todos igual.