Alguien tan cualificado como Lorenzo Silva califica "El carbonero" como "una delicatessen poco frecuente". Merecido elogio para este poderoso drama rural con fondo criminal de Carlos Soto Femenía. De su novela se ha dicho que tiene algo de Delibes y algo de Tarantino. Explosiva mezcla (¿Los santos inocentes más Reservoir dogs?) pero sería injusto no aclarar en el acto que sus fondos y formas tienen personalidad propia. Contundente. Una voz que deja profundos surcos en las páginas. Lo que dio pie a esta novela, según su autor, fue "un artículo reciente de prensa. En él, aparecía la foto de un hombre mayor, de alrededor de ochenta años. Era carbonero e hijo de carbonero, y en el artículo se daba una pequeña descripción tanto del oficio en sí como de las penurias que ese oficio acarreaba. Él había dejado de ejercer haría veinte o treinta años. La imagen de ese hombre perdido en el encinar, completamente solo durante meses, y obligado a mantener un estado de vigilia casi permanente para atender las quemas sucesivas de madera, incapaz ya, a partir de cierto momento, de distinguir si aquello que tenía ante sus ojos era sueño o realidad, era, a mi manera de ver, una novela".

Y "a partir de ahí, la imaginación". Fértil y audaz.

El carbonero "pretende ser una historia de venganza, de dolor y, en contadas ocasiones, del amor que queda, mayor o menor, hacia aquellos que nos quisieron. También es una historia de justicia, o del modo en que cada uno de nosotros dé en interpretarla. Pero, más allá, es una historia en la que se trata de reflejar cómo el carácter que cada uno se haya forjado, va a definir el curso que va a tomar su vida. A riesgo, incluso, y entre otras cosas, de malograrla. El protagonista, en ese afán de perpetuar la memoria de sus padres, crea para sí un deber que en realidad no existe. Y aun siendo plenamente consciente de ello, sacrificará el curso natural de su vida, el que le habría correspondido de no haberse impuesto ese deber, a fin de lograr su objetivo".

La idea es que "nuestra propia ética, esa suerte de brújula que cada uno se fabrica, como buenamente puede, para navegar por el mundo, es algo más que un instrumento de orientación. Hasta tal punto nos acostumbramos a su uso, que no ya olvidamos, sino que ni siquiera contemplamos que haya otros caminos. Viene a ser, a veces, como las orejeras con que se ciega a los burros. La inteligencia nos sirve para analizar cada situación y tomar decisiones, pero tendemos al automatismo; y ante cualquier situación, aplicamos soluciones que nos sirvieron para otras, pero que no necesariamente van a ser las mejores en la que nos ocupa". Ahí radica la idea principal de la novela: "Las deudas que nosotros mismos nos creamos o inventamos, de acuerdo con patrones de conducta que diseñamos en su día atendiendo a ciertos principios. En ellos depositamos fe, pero también, si ésta existiera, nuestra propia libertad. Su posibilidad, al menos". El carbonero alimenta las llamas de la tragedia y sus cenizas se pegan a la memoria.